dilluns, 8 de febrer del 2021

JEP (3)

 

JEP (3)

Jep lleva unos días muy extraño. Inquieto, a ratos triste, exigente y con cara de pocos amigos. No quiere desayunar conmigo ni acepta que me acueste con él. Tan solo lee periódicos y mira debates en televisión. Sigue con devoción los avatares de la política de los que yo me he dado de baja. Iré a votar, pero que los zurzan a todos. Él por ser considerado un perro, no puede votar. Al parecer su desasosiego proviene de la semana pasada. Me dijo que el domingo, en un pueblo cercano, se celebraba un baile de country americano en grupo, y que le hacía mucha ilusión participar. A lo que me negué tajantemente. A ver de dónde sacaba yo unas botas tejanas y un sombrero a lo Johnny Cash, con el cuerpo tan extravagante que tiene el tío. Me presento al baile de la mano de Jep y sale una matrona de esas de Nashville con sombrero, botas y un par de tetas que ni Manitú podría con ellas, y nos ahuyenta a chasquidos de látigo. De eso ni hablar, ya veremos si para su santo le compro un corcel albino de cartón con ruedecitas.

Ayer, tarde distendida y aburridísima, con Jep leyendo en el almacén, me asaltó el impúdico deseo de atizarme un whiskazo entre pecho y espalda. Ni recuerdo cuando fue la última vez. Tenía el culo como enladrillado de tanto reposo. Leo un titular de pasada “El alto representante de Política Exterior de la Unión Europea, Josep Borrell…” Poco más y me ahogo del cargo. Resumiendo, se fue el muchacho como Panzer tiger español, a exigir la liberación del Sr. Navalny, jefe de la oposición encarcelado, a Sergei Lavrov, ministro de exteriores del gobierno moscovita. Y parece ser que Lavrov le gritó a la oreja de Borrell desde arriba en donde vive, le saca cuarenta centímetros al desgastado Borrell, que se metiera sus insinuaciones allá donde mejor le quepan y que se haga mirar lo de endosar cien años de presidio a los integrantes del procés. Sin olvidar a los exiliados y recordándole que por tocar la guitarra y cantar cuatro soeces, le endiñan nueve años de cárcel a un chaval. Todo sea dicho, con una elegancia y sonrisa en los labios que me recordó a un leñador de los Urales.

Al final no me trinqué el whisky, pero casi casi juraría que el potentísimo ministro ruso debería de ponerse hasta las trancas de vodka peleón. No son nadie privando los eslavos. Estuvo tan atento el hombre que igual acompañó al aeropuerto al altísimo representante y le introdujo en la valija diplomática una caja de espíritu ucraniano. Aunque, francamente, no creo que Borrell se liquide la caja del cicuta ucraniano, le obligaría a viajar en ambulancia de por vida. En fin, cosas de la alta política de las que ignoro casi todo, todo. Pues nada, aquí paz y después gloria, que no es una señora, que más quisiera yo.

Pues nada, al final del día agarré la botella y me fui al almacén a darle las buenas noches a Jep y, mientras nos calentábamos el estómago, me contaba algo de Bárcenas y la banda de cuatreros que hace años están entregados al country, sin botas pero con sombrero. Parece que hay marro del bueno.