JEP (3)
Jep lleva unos días muy extraño. Inquieto,
a ratos triste, exigente y con cara de pocos amigos. No quiere desayunar
conmigo ni acepta que me acueste con él. Tan solo lee periódicos y mira debates
en televisión. Sigue con devoción los avatares de la política de los que yo me
he dado de baja. Iré a votar, pero que los zurzan a todos. Él por ser
considerado un perro, no puede votar. Al parecer su desasosiego proviene de la
semana pasada. Me dijo que el domingo, en un pueblo cercano, se celebraba un
baile de country americano en grupo, y que le hacía mucha ilusión participar. A
lo que me negué tajantemente. A ver de dónde sacaba yo unas botas tejanas y un
sombrero a lo Johnny Cash, con el cuerpo tan extravagante que tiene el tío. Me
presento al baile de la mano de Jep y sale una matrona de esas de Nashville con
sombrero, botas y un par de tetas que ni Manitú podría con ellas, y nos
ahuyenta a chasquidos de látigo. De eso ni hablar, ya veremos si para su santo
le compro un corcel albino de cartón con ruedecitas.
Ayer, tarde distendida y aburridísima, con
Jep leyendo en el almacén, me asaltó el impúdico deseo de atizarme un whiskazo
entre pecho y espalda. Ni recuerdo cuando fue la última vez. Tenía el culo como
enladrillado de tanto reposo. Leo un titular de pasada “El alto representante
de Política Exterior de la Unión Europea, Josep Borrell…” Poco más y me ahogo
del cargo. Resumiendo, se fue el muchacho como Panzer tiger español, a exigir
la liberación del Sr. Navalny, jefe de la oposición encarcelado, a Sergei
Lavrov, ministro de exteriores del gobierno moscovita. Y parece ser que Lavrov
le gritó a la oreja de Borrell desde arriba en donde vive, le saca cuarenta
centímetros al desgastado Borrell, que se metiera sus insinuaciones allá donde
mejor le quepan y que se haga mirar lo de endosar cien años de presidio a los integrantes
del procés. Sin olvidar a los exiliados y recordándole que por tocar la
guitarra y cantar cuatro soeces, le endiñan nueve años de cárcel a un chaval.
Todo sea dicho, con una elegancia y sonrisa en los labios que me recordó a un
leñador de los Urales.
Al final no me trinqué el whisky, pero casi
casi juraría que el potentísimo ministro ruso debería de ponerse hasta las
trancas de vodka peleón. No son nadie privando los eslavos. Estuvo tan atento
el hombre que igual acompañó al aeropuerto al altísimo representante y le
introdujo en la valija diplomática una caja de espíritu ucraniano. Aunque,
francamente, no creo que Borrell se liquide la caja del cicuta ucraniano, le
obligaría a viajar en ambulancia de por vida. En fin, cosas de la alta política
de las que ignoro casi todo, todo. Pues nada, aquí paz y después gloria, que no
es una señora, que más quisiera yo.
Pues nada, al final del día agarré la
botella y me fui al almacén a darle las buenas noches a Jep y, mientras nos
calentábamos el estómago, me contaba algo de Bárcenas y la banda de cuatreros
que hace años están entregados al country, sin botas pero con sombrero. Parece
que hay marro del bueno.
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