dijous, 27 d’abril del 2023

EL Dalai-lama ES DISCULPA PER LA LLEPADA

 A veure, a veure,  Dalai-lama és el cap suprem del budisme,  per tant també és sa santedat pels seus fidels. En una recent trobada amb les multituts de seguidors, un nen li preguntà a sa santedat si li podia fer una abraçada, concedit, el nen s’acosta i mentre dura la mostre de fervor budista, el ser suprem besa els llavis de la criatura i li diu a cau d’orella que li llepi la llengua, en presència d’altres adults. A la vista del cacau que es va organitzar, sa santedat va atribuir l’acció a una broma com les que, segons assegura la seva oficina de comunicació, acostuma a fer als seus fidels.

Molt bé d’acord. Un servidor no acostuma a prendre part d’aquests espectacles massius de caràcter religiós, però dona’t el cas, si fos jo el que em trovés en aquesta lamentable circumstància crec honestament que li fotria un puntapeu als ous. Alerta! No per malicia o discrepància, ni molt menys, sinó com a demostració del meu afany i interès per ser un bon devot.  No es tracta de si els seus morros són festigosos o els ous no eren prou frescos, tant s’hi val.  En fi, la propera vegada que el Dalai-lama vingui a Barcelona, al Ritz o al Arts, aniré de vacances a Mauritania, es pot pescar i dormir a la palla. I evitar un conflicte internacional. I també es broma eh, com ell.

Ara haig de tancar, però quan em tregui la mandra de sobre, els posaré al corrent d’un sarao organitzat en un àtic de 800 mts a cent metres del Vaticà. ¿Qui paga la festa? Doncs la recaptaciò del grandiós dia del Domund.

dissabte, 22 d’abril del 2023

ANAÍS Y SHEREZADE (Y FIN)

Salí corriendo, no me podía permitir un retraso que hiciera dudar a Anaís de mis intenciones. La mochila en la espalda y el cheque en el bolsillo. Esta ciudad tiene algo especial, muy especial. Se habla del embrujo de Sevilla, pero aquí te deslumbra el duende, Granada tiene duende. Enfilé expectante la Carrera del Darro dejándome mecer por un sol comprensivo. Vencida la Plaza Nueva se angosta el camino y el gentío se comprime cuesta arriba. A la izquierda restos de ruinas de lo que un día fueron moradas, hoy reconvertidas en abrevaderos de tapeo y mercadeos de suvenires. A la derecha el río y la imponente silueta del Generalife que, junto con la Alhambra, todavía oculta en el camino, conforman un conjunto único de aquella dominación árabe que permaneció más de siete siglos. 

Las seis menos cinco, llegamos a la par, Anaís resoplaba, yo temblaba en medio de un mar de dudas, ilusión y escepticismo. ¿Sería verdad aquel furtivo encuentro? El gentío se agolpaba y yo con la mano en el bolsillo. Noté que la mano derecha de Anaís chocaba con mi izquierda frecuentemente. Seguro que era de la aglomeración, pero en uno de esos encuentros aproveché para cogerla de la mano. Me miró y sonrió.

Intenté concentrarme en mi situación y comprendí que con el tren de las ocho de la tarde no podía hacer otra cosa que desearle buen viaje.

-Mira Anaís, estoy pensando que ya que me quedo una noche imprevista podríamos aprovechar para cenar y gozar de este clima y ambiente, pero no aquí. Conocerte mejor me ilusiona.

-Si tú quieres a mí también me gustaría.

Dicho y hecho, llamé al Washington Irving, tuve suerte, reservé cena y habitación, frente a la Puerta de los Siete Suelos. Un pastón, pero era oportuno. Este era el trato; cena, dormir y de buena mañana taxi a la residencia de ferroviarios para recoger sus cosas. Me preguntaba qué pensaría aquella mujer que apenas conocía. Tenía algo de cáustica y reservada, había que arrancarle las palabras. Casada, viuda, ¿viuda alegre? No lo sé. Todo se desarrollaba con un visto y no visto, rápido, escéptico, todo muy formal y educado.



La noche fue un cuento, pero el cuento de las mil y una noches. Anaís se transformó en la mítica Sherezade envolviendo la estancia de un vapor erótico que yo no había conocido antes. La sublimación del amor que solo conocían los sultanes y califas, en otra hora vecinos de nosotros. Si pude comprobar que mi creencia y disposición hacia lo erótico era una verdadera y lacerante mierda (con perdón).

Eran las cinco y media en punto de la tarde, ella me consiguió el billete. La vi de espaldas atendiendo a la gente en la puerta del coche número siete del come kilómetros. Le pregunté, ¿coche siete por favor? Se giró sonriendo y cogiéndome la mano como ayudándome a subir. Apenas pude verla un par o tres de veces durante el trayecto, largo trayecto. Mi mente estaba raptada por ella…y por el papelito del bolsillo. ¿Quién era, donde vivía, con quien vivía, que la llevó a fijarse en mí, pobre de mí? Yo de califa a lo sumo tenía las zapatillas. En una de sus idas y venidas me pidió el teléfono, pero no me quiso dar el suyo. Con una sonrisa, claro. Nunca me llamó

Cuando por megafonía anunciaban la llegada a Lleida, ya observé en el otro extremo como Anaís se situaba para despedir los viajeros del siete. Bajaron tres. Por favor sube un segundo, le di un besazo peliculero y salté despavorido al oír el ding dong de cierre de puertas y partida.

De vuelta a casa, en el coche, me debatía pensando cómo era posible que hubiera vivido lo que viví aquellas pocas horas. ¿Podría ser el duende de Granada? O quizás la fogosidad de mi particular Sherezade,

(Ay, que trabajo me cuesta, quererte como te quiero)

(F G L)

dimarts, 18 d’abril del 2023

ANAÍS Y SHEREZADE

Eran las nueve menos un minuto, la megafonía anunciaba la llegada del tren. Como un clavo, la monstruosa cara de hierro enseñaba el hocico a cien metros. Accedimos seis pasajeros y para no perder tiempo abordé a la azafata de tierra:

-El coche siete, por favor.

-Ha acertado señor, es este mismo.

Me instalé en mi acomodo y ventanilla, suspirando que no se ocupara el asiento contiguo, me aligeré de ropa y abrí la bandeja de servicio. Eran cinco horas y media las que me separaban de Granada. El indicador de velocidad ya marcaba 170 Km/hora, y a la salida del túnel alcanzó los 300 Km/hora. Sencillamente acojonante, brutal. De la estación de Lleida ni rastro, se disponía a cruzar el desierto de Los Monegros. Últimamente, si es posible, las largas distancias las hago en AVE, adiós coche, adiós riesgos, hola comodidad y rapidez.

Buscaba el conector de la tableta, cuando:

-¿Todo bien señor, necesita algo?

La verdad es que la azafata más que mujer era una muñeca. Ya lo advertí en el andén de salida. Y el uniforme le sentaba de caramelo. Me extrañó su interés, normalmente no pasan tan pronto y se mueven con estrictos protocolos de atención al viajero.

-Pues no, todo bien, un poco estrecho como siempre. En un ratito tomaré un café. Gracias.

-No es necesario que se lleve la mochila a la cafetería, me avisa y yo vigilaré. Además, este asiento no está vendido, viajará solo pero más cómodo.

-¿Muchas gracias, cómo se llama?

-Anaís.

-Me quedé un poco perplejo y me susurré a mi mismo -Estate quieto Pepe que le llevas treinta años-. Esta vez viajaba por negocios o -dicho de otra manera- lograr vender un piso que había comprado hacía doce años. Con vistas al Darro y el flequillo de la Alhambra. Granada me deslumbra, me seduce, aplaca mis impulsos y recrea mi imaginación. García Lorca me hipnotiza. Jamás pasé una noche en este lejano nido ni encontré nunca a Sherezade. Una mala y equivocada opción de juventud que pude mantener casi en el olvido mediante una cadena de alquileres. Mal negocio.

Tenía hora en el notario a las cinco de la tarde para firmar la venta y dar brillo a mis bolsillos. Un tren semi nocturno me devolvería a casa a partir de las 20 horas en punto.

Al volver del café me encontré con Anaís en la otra punta del vagón atenta a cualquier eventualidad, incluida mi mochila, bella y dulce. Le pregunté si también iba a Granada.

-Si señor, allí termina mi servicio y libro hasta mañana a las cinco de la tarde, vuelvo a dormir en Figueres.

Caramba pensé, si yo volveré por la tarde de hoy ya no la veré. El gusano de acero viró a toda velocidad en busca del Sur. Ladeamos Madrid y puso la directa al encuentro de Córdoba. Diez minutos de espera y flechazo hasta Granada. Tres años sin venir a la capital cultural de Andalucía. Pensaba en la placidez de la ciudad y en García Lorca.

“Por el agua de Granada solo reman los suspiros”. Fácil verdad, pero que intimidad herida y culta encierran estas nueve palabras.

-Adiós Anaís, en la puerta del coche siete, gracias por tus atenciones y amabilidad. Dado que a ti también te concluye el viaje, me gustaría volver a verte para compartir un café.

Sonrió, miró los dos pasillos y me dio dos candorosos besos. Desembarqué alegre y confuso. Me di la vuelta y le grité – a las seis en la Plaza Nueva-. De la firma en la notaría, nada nuevo, firmé y cobré con gran regocijo de mi cartera. Como anécdota, una precisión de la señora notaria:

-Su profesión, por favor, ponga vividor, vividor le dije.

Se hizo el silencio y de pronto estallaron las risas en el despacho. Me disculpé y le aclaré que quise decir que sigo vivo, que todavía respiro.

La Plaza Nueva estaba barrida por el sol de media tarde, la mitad destellante y el resto en la penumbra, al amparo del turbio perfil de la Alhambra. Reinaba el bullicio: grupos de turistas dócilmente aborregados tras un paraguas amarillo, bailaores de flamenco bañados en sudor en pos de unos euros y algunos cantaores sentados en sillas, formando un corro. Los palmeros palmeando y vomitando su rota voz entre quejíos y navajazos de voz aceitosa como en noche de luna parda.

Yo pronuncio tu nombre

En las noches oscuras

cuando vienen los astros

a beber en la luna

y duermen los ramajes

de las frondas ocultas.

(Seguirá)