divendres, 26 de juny del 2015

CRÓNICAS EN TINTA AZUL (I)

Bueno, un año más instalado lejos de la tranquilidad, de los prados recién segados, los polvorientos caminos que serpentean entre viñedos y silenciosamente se pierden entre bosques sedientos, con los verdes pinosos  pálidos y asustados por la falta de agua. El verano es sinónimo de fuego, el solsticio esparce sus ardientes garras por el entorno y nos apremia a buscar refugio bajo manchas sombrías. Pero la rueda no se parará, cuando estemos hartos de calor ya empezaremos a gruñir de añoranza por los colores del otoño, hasta que pase el crudo invierno, y entremos en la reina de las estaciones y caeremos de patas otra vez en el verano.

Aquí las cosas siguen como casi siempre. El mar por la mañana es un espectáculo que gustoso pagaría para poderlo ver. Permanece inmóvil y ondula su superficie de la manita de dulces soplos de brisa. Azul suave, inmensidad líquida con el horizonte roto por la rápida aparición del sol y recortado por diminutas embarcaciones a vela que, en la lejanía, parecen flotar por encima de la escasa espuma. Ya había puesto la bicicleta a punto durante la semana santa, limpieza a conciencia, aceite en la cadena y piñones, luces revisadas y cuenta km a cero. Jueves, la primera salida de la mañana. El tramo que bordea la vía del tren transcurre entre campos de cultivo que a esta hora riegan sus extensiones de hortalizas con los aspersores de larga distancia e impregnan el ambiente de ese olor impagable a tierra mojada. Pedaleo optimista y contento, en algún lugar inesperado el agua asalta el camino y notas la frescura de la mañana por las diminutas gotas que te besan la cara y brazos como suaves agujas bien halladas. Una vez a pie de mar enfilo el circuito, casi vacío y con pequeños charcos de agua. No corro, paladeo el paisaje, a la derecha el mar, al otro lado ventanas que se abren, gente barriendo su acera y por medio del paseo algunos que la aurora les ha despertado y caminan deprisa, corren o sencillamente yacen con los brazos entrelazados mientras se esconden del sol a la sombra de dos bocas enamoradas. La estela plateada sobre el agua hace que el sol sea el gran cuchillo tempranero. El espectáculo pide detenerse y extasiarse del momento bajo una muda palmera.

Tenía intención de ir al Náutico pero he cambiado de opinión, no es un lugar para el desayuno como a mí me gusta. Más bien para tomar una copa al mediodía o hacer un aperitivo bajo la sombra de la barbacana  boquiabierto por el tráfico de barcos que entran y salen. Que no sé nunca de dónde vienen ni a dónde van. Dos km más y me instalo en la retaguardia de la pérgola del bar Fernando. Cuatro rebanadas pequeñas con fuet bien finito, caña y café. La Vanguardia preside la mesa, informa y llena el rato. La política la dejo para cuando llegue a casa, necesito concentración. Me parece que soy el único que desayuna con lógica, con hambre matinal. Casi todo el mundo se traga tostadas con mantequilla, mermelada y zumo de naranja o café con leche. Yo cuando me levanto me inyecto un zumo de naranja y un café con poca leche y el primer cigarrillo del día que me cae de coña. Hace tantos años que ni me acuerdo.


Leo el artículo de la Rahola en el que hoy no corta cabezas, en donde hace una alabanza del Dr. Josep Tabernero, director del Instituto Oncológico del Valle de Hebrón y al mismo tiempo canta las bondades de la profesión médica en Cataluña, comparable a la de los mejores países desarrollados. Yo lo celebro y comparto totalmente. En otro orden de cosas me entero de que la pareja Carlos Felipe y Sofía de Suecia se encuentran descansando en las islas Fiji en un hotel de super lujo por el que abonan 4900 euros por noche. Esto ya me toca un poco lo que no suena. Porque yo para descansar tengo de sobra con mi catre de dos metros y me quedo como un lagarto flipado.

divendres, 19 de juny del 2015

HABLANDO DE TODO...

Las personas menos exigentes, más dialogantes, de carácter sosegado y tranquilo y con una formación "normal", suelen ser bastante más transigentes y a valorar los impedimentos o las desavenencias desde una posición más centrada. Alejados de las estridencias, los gritos, la blasfema o, incluso, de la agresividad. Son gente dada al consenso, el acuerdo y a la realización de objetivos en común. Tienen un punto de vista constructivo y respetuoso en relación a los bienes públicos y se ajustan mayoritariamente en que las leyes determinan, las normas aconsejan, y suelen entender que una comunidad no es viable si no es mediante el establecimiento de impuestos a los que todos estamos obligados con el fin de tener un bienestar compartido. Se trate de mobiliario urbano, oferta académica y cultural, cuidados médicos o pensiones de jubilación.

Todo ello con independencia de la eficacia, acierto o calidad democrática del país que se trate. No en vano los países nórdicos son los que tienen la tasa más alta de calidad democrática entre sus ciudadanos. Y donde menos en los países del sur. En el otro lado del escenario se agrupan todos aquellos que o bien creen que no es necesario un Estado, o que el estado les proveerá de todos los bienes posibles, incluyendo los públicos y privados y que se creen con el derecho inalienable  de tener de todo. O sea, los que trabajan por un estado fuerte y democrático, y los que constantemente se preguntan qué puede hacer el estado por ellos. En España ha habido una cultura sindical, si se puede decir cultura, que durante décadas ha hecho lo imposible para complicar, y en algunos casos derrumbarse, la supervivencia de las empresas. Y me estoy refiriendo a empresas medianas y grandes. Abuso incontrolado de las bajas por supuesta enfermedad, sabotajes sangrantes en cadenas de producción, huelgas salvajes con destrozos, amenazas, siliconado de cerraduras, agresiones a propios compañeros, rotura de ruedas y cristales de autobús, etc. Y ni la más mínima inculpación en nombre de un traicionado derecho a la huelga. Bienes que hemos tenido que pagar los demás con nuestros impuestos. No hemos tenido sindicatos daneses o suecos, para entendernos. Y siempre algo queda.

En este país hay un indeterminado y voluminoso número de personas que cobran pensiones obtenidas en los años setenta y ochenta, que son ofensivas para muchos, y fueron obtenidas por inconfesables desaguisados ​​de unos y el mirar para el otro lado de otros. Como por ejemplo dolor del dedo pequeño, dolor ilocalizable de espalda o pérdida de concentración. Leyendo esto es probable que muchas personas se sientan dolidas u ofendidas. En este caso sepan seguro que no va para ellas. Todos sabemos de qué pie calzamos. A raíz de lo que hablábamos al principio, la mayoría de personas razona y reflexiona para dirimir las cuestiones más diversas y adopta un tono conciliador aunque defendiendo su punto de vista. Otros, con el rostro enmarcado por el enfado y la pillería del desprecio, ignoran otras razones que no sean los gritos, la provocación y el pobre argumento disfrazado de razón. Las dos caras y el tortazo como verdad suprema. Y que nadie olvide que a la hora de depositar el voto en la urna, igual vale uno como el otro. Esta es la grandeza de la democracia que todavía muchos no han entendido.

España tiene 1.100.000 analfabetos según estadísticas oficiales, pero la realidad le suma muchos más. Es un pecado? Evidentemente que no, bastante pena tienen. Pero mientras el resultado de la encuesta no sea del ciento por ciento hace que determinadas cuestiones sean muy difíciles de cultivar con las herramientas de la ponderación y la moderación. Ya sé de sobra que hay gente formada que son unos golfos, de la misma manera que gente sencilla nos pueden dar lecciones de saber estar. Pero hablamos de generalidades. Y tanto a unos como a los otros: menos exigencia, menos arrogancia, más moderación, más diálogo, una pizca de educación y una consideración a los demás.


divendres, 12 de juny del 2015

GUARDAR LA COMPOSTURA

Es una expresión que se suele oír a menudo; guardar las formas o compostura. Con ella se afrontan infinidad de situaciones muchas de las cuales suelen ser comprometedoras para quien las dice o para quien es receptor. En las fiestas señaladas o celebraciones de todo tipo, la gente suele vestir decorosa e incluso elegantemente. Pero siempre existe el soplagaitas que acude hecho unos zorros, desentonando con su entorno. Está claro que no guarda las formas. Así mismo se da el caso de aquellas personas que por su avanzada edad, no son capaces de asumirla y en un vano intento por reavivar lo imposible, se visten de una manera inapropiada convencidos de que los verán más rejuvenecidos, cuando la verdad es que hay para romper la baraja, provocan sonrisas, burlas y crueles escarnios. No hace demasiado en los jardines de un restaurante, en la mesa de al lado se sentó un hombre muy mayor envuelto en un lustroso traje de hilo blanco del que sobresalía un vistoso chaleco de tonos jamaicanos. Le acompañaba un pedazo de mujer que por Manitú puedo jurar que no era su tía ni la sobrinita del abuelo. El hombre sólo miraba al suelo y con un elegante y tembloroso gesto estiró del bolsillito un habano de un palmo. La presunta tía se lo encendió con una larga cerilla dejando entrever por el escote dos encantadoras y sugerentes formas que en aquellos momentos ya disfrutaban de un buen puñado de voyeurs. El hombre chupaba sin levantar la vista y cuando empezaba a lagrimear de humo y bronquitis, la exuberante acompañante le retiraba la tranca unos segundos hasta que se reponía. Ya no es que el hombre no guardara las formas, es que desgraciadamente a veces se piensa que el dinero lo tapa todo, y no es cierto del todo. Es fácil caer en la caricatura de uno mismo.

En las reuniones de grupo también siempre surge el imbécil de turno que quiere hacer gala de sus ineptitudes y descrédito de la discreción de los demás, aprovecha para poner cuñas continuas a la conversación sin orden ni concierto, ni vínculo con el nudo de la conversación. Está fuera de lugar. Tampoco guarda las formas quien harto de engullir las gambas y langostinos más pasados ​​que los ojos de Tutankamón hace una disertación del pescado fresco en la mesa de una boda. Por no hablar de aquel que se ha ido quince días de vacaciones al balcón de su casa y cuando asiste a la primera reunión del AMPA en septiembre, calienta la mollera de los demás padres inventando unas vacaciones en Cerdeña. Hay que saber estar en tu lugar y asumirlo, porque si no, estás fuera de lugar y a remolque de tu doble personalidad, no guardas las formas ni maduras tu pesquis.

Hace un año se leía este breve en los periódicos españoles "El jefe del Gobierno, Mariano Rajoy, ha considerado una obligación estar presente en Lisboa el próximo 24 de mayo en la final de la Champions en Lisboa, que disputan el Real Madrid y el Atlético de Madrid ". Caramba! "Obligación", eso sí que es tener sentido de Estado. Pero mira por donde que al cabo de un año se vuelve a presentar una obligación de Estado pero, desgraciadamente, representada por un equipo catalán. No fue, ni los reyes tampoco. Que hagan lo que quieran, pero deben guardar las formas, no? O todos moros o todos deshilachados.


Lo mismo habría que decir de determinados políticos de nuevo cuño. Parece que si vas andrajoso y hecho una auténtica mierda eres más in, más progre, más colega. Y no, los pagamos para que hagan su trabajo bien hecho y porque no intoxiquen con sus sandalias las instituciones a las que ya de por si hay que guardar un respeto. Se ríen  de las formas. No me gusta la democracia española ni la democracia de costillada. Igualmente no es nada decoroso que el gobernador del Banco de España pida que nos volvamos a apretar el cinturón mientras él aprovecha para subirse el sueldo un 5'8%. No guarda la compostura. Ni tampoco es serio. 

dijous, 4 de juny del 2015

EL VIEJO ALMACEN DE LA VIEJA CASA

Hace ya muchos años, tantos que ya no puedo ni precisarlos, en un día de mucho calor que invitaba a las travesuras y diabluras ​​de un incipiente adolescente, intentaba seguir los pasos del tiempo escondidos en el olvido de un viejo y destartalado almacén. Hacía años que nadie había osado traspasar aquellas devastadas y astilladas puertas. Cuando éramos niños siempre nos recordaban "Niños, no entréis en el almacén". Esto era suficiente para envolver la mente de unos pequeños con un clima de misterio, de miedo infundado. Se pasaba por delante del almacén sin mirarlo, ni siquiera de refilón. Ese día comprendí que allí dentro no había nada que diera miedo, sencillamente no querían que nos hiciéramos daño entre tantos trastos. Aquella desamparada edificación formaba parte de la casa, la casa de toda la vida, un enorme caserón blanco con tres alturas. A poca distancia estaba la vieja caseta de los masoveros, y un poco más allá las caballerizas, pocilgas y gallineros. Nada de esto se había restaurado, sólo la casa. Y la balsa grande en la que nos bañábamos durante el verano, ahora reconvertida en piscina. La entrada a la casa era impactante, como una gran sala de techo alto y aceras a cada lado. Había bancos de piedra a ambos lados donde en invierno no se podía parar y en verano se estaba plácido y fresco como en la boca del pozo. A la izquierda una enorme cocina con los fogones en medio de la estancia y una espaciosa despensa llena de estanterías adornadas con tapetes de flecos bordados. Contiguo a estas dependencias el comedor. Sala noble de casi setenta metros,presidida por una chimenea revestida de piedra y mármol. El techo fue respetado reparando y barnizando las gigantescas vigas de madera con más de cien años de antigüedad y que seguían sosteniendo el caserón. Al otro lado de la calle sólo había una enorme sala atiborrada de sillones, alfombras y sofás, como un califato, y hoy una televisión panorámica que le resta prestancia a la gran chimenea. Junto a la chimenea una puerta conduce abajo, a la bodega, de temperatura inamovible verano e invierno donde reposan los vinos y cavas, la mistela y la barrica del vinagre. Y una batería de barricas de roble americano con el vino del año.

Aún que todo esto sean huellas del pasado, es un pasado inmortal, un pasado que siempre ha estado presente en mi vida y que sigue estando en ella. Aquella lejana mañana me movía en una especie de museo desordenado en el que el robín y el polvo reinaban por todos los rincones, con el permiso de un buen equipo de murciélagos que colgaban boca abajo y cuatro golondrinas buscando la salida entre esqueléticas bigas. Utensilios de la siega y de la vendimia que hoy harían reír, cuerdas deshilachadas, capazos, muebles, portadoras de uva, bidones de aceite vacíos y resecos, un revólver de seis balas recocido, y yo qué sé, trozos de generaciones amontonados. Me llamó la atención un pequeño coche tapado con los agujeros de una acartonada lona. En la guantera una libreta amarillenta donde se podía leer con letra redondeada: 10 H de bosque, 20 H de sembrado, 800 olivos, 25000 cepas, 30 cerezos, 10 nogales, 500 almendros, dos pozos. Fue escrito con plumilla, los diferentes grosores lo delataba. No podía estar escrito por nadie que no fuera el abuelo Rafael, médico del pueblo, obstinado jinete y seducido por la buena mesa y el buen tintorro. Aún no habían aparecido las prohibiciones y cabalgaba siempre con un caliqueño entre los labios. Amaba la tierra y los frutos que procuraba. Cuentan que le decía a la abuela "cuando tus hijos te traigan los nietos y se hagan mayores, nada de ser médicos o escribientes o rateros. Campesino es lo mejor que puedan hacer”. Y la abuela “entonces porque tú eres médico" pero él fumaba y callaba.

Ese mismo día de mi pretendida adolescencia dejé escrito con tinta de lágrimas que de mayor sería escritor. No sé muy bien por qué. El caso es que me he dedicado a la alimentación, qué paradojas. En fin, ya saben, "Los viejos sueños eran buenos sueños. No se cumplieron, pero me alegro de haberlos tenido”.