dijous, 30 d’abril del 2015

CORRUPTUS IN EXTREMIS


Esta ha sido una semana movida como viene sucediendo en los últimos tiempos. Hay para todos los gustos. Desde el terremoto en el  Nepal hasta el incendio de un ferry en las Baleares. La actividad humana no cesa ni duerme, produciéndose una ingente cantidad de sucesos por minuto que atestan y a veces colapsan los medios de información y las redes sociales que, quizá sin proponérselo, se han convertido en altavoz planetario de todo aquello que tildamos de noticia. Hoy ya ni tan solo es noticia aquel ejemplo de otros tiempos en el que se mencionaba como noticiable que un hombre había mordido a un perro, y no al revés. Estamos saturados, bombardeados, cansados y exhaustos de tantas novedades. Desgracias y dramas aparte, la política se lleva un buen bocado de toda esta vorágine mundana. Y precisamente aquí, en lo que ridículamente llaman la piel de toro, la política ocupa un lugar preponderante, casi enfermizo, totalmente despreciable. Y no lo digo por el ejercicio de este noble y necesario arte, sino por la maloliente forma en que se lleva a cabo, el hedor que desprenden las declaraciones y contra declaraciones de gente exasperantemente mediocre, gris, y sin la talla adecuada, produce un efecto totalmente contrario al pretendido por sus instigadores y colma nuestra capacidad de resistencia.

Muchos de los tertulianos politizados, públicos y privados, que se han hartado de vociferar las calamidades e injurias de sus oponentes, siempre de forma interesada, hoy callan miserablemente al haberse puesto al descubierto que los “suyos” han pecado de las mismas temeridades pero aumentadas. Y lejos de amilanarse o, porque no, avergonzarse, hinchan su patético orgullo de triste ineptitud para entablar una necia actitud con el “y tú más”. Para el ciudadano de a pie es inaceptable. Este es un escenario aborrecible que, al igual que una epidemia, contagia a la gente con el virus de la indiferencia, la animadversión hacia todo lo que se airee y revista de politiqueo. Mentiras y más mentiras.

Si de corrupción hablamos, estimados amigos, aquí ya hemos de romper la baraja, tirar la nevera por la ventana, divorciarnos o cortar cabezas, Dios no lo quiera. Cómo es posible haber llegado a donde estamos por la vileza y ruindad de tantos y tantos. La avaricia  y la codicia se han adueñado de la res pública y ya nada es lo que tendría de ser. A tal punto han llegado ya los destrozos en la Administración que se asocia cargo público a mangoneo, violador de cajones, oportunidad para enriquecerse, amiguismo, inmunidad o impunidad. En todas las esferas del poder, en todos los territorios, en todos los partidos políticos. Cómo se puede tener la desfachatez de exigir al administrado el cumplimiento de las normas o la ley cuando quien lo predica es un corrupto, un comisionista o un delincuente de guante blanco. Lecciones de moral y ética vertidas por individuos que no cesan de esconder sus vergüenzas, despropósitos y saqueos bajo la pestilente alfombra de sus lujosos despachos. Que decepcionante democracia la que impera aquí.

Desde luego tanta charca inmunda y fétida no se va a purificar y convertir en agua bendita. Ni multas ni cárceles van a redimir ni asear tanta porquería, dado que no es una cuestión de individuos, sino de educación, de asumir la democracia como algo propio en su más noble sentido. En Finlandia desconocen el significado de la palabra corrupción política, y en Holanda la conocen pero dudan que pueda darse algún caso. La sociedad no lo permitiría, están educados para democratizar sus vidas. Aquí se ha educado al personal con la inefable receta de el último, tonto. Se trata de ser más listo que los demás, si un tramo de pared cuesta 300 euros, al final, pagadas comisiones, el pagano abonará 650 euros. Si una reparación a domicilio vale 150 euros, se facturarán 270 con distintos ardides y maquiavélicos conceptos. Por qué? Porque son muy listos. Cuánto costaba una vivienda digna hace unos añitos? Pues lo suficiente para llegar a reventar todo un país. Porque algunos eran muy listos y la mayoría muy tontos. Así nos va.





dijous, 23 d’abril del 2015

HIPÓCRITAS GLOBALIZADOS.

Cada día es más difícil entender este mundo. Creo que a partir de la segunda guerra mundial todas las naciones, y con ellas su población, se han vuelto más intransigentes, más insolidarias, vecinas de egoísmos y renuncias a todo lo que no sean beneficios propios. Los países del Este atenazados por una deshumanizada dictadura, marcó una profunda huella en sus habitantes privándolos de entender qué significa la palabra democracia. Debatiéndose entre el deseo y la añoranza. Chequia quizá signifique una prometedora excepción dentro de este desolador pasado. Al igual que la Alemania comunista, que se libró del yugo totalitario con ingentes aportaciones de recursos por parte de su otra mitad libre, si bien es cierto que, a día de hoy, todavía persisten ciertas reticencias al cambio.

La no pasada crisis financiera, verdadero tsunami asolador de vidas y haciendas, tampoco ha sido ajena a ese expandido criterio de primero yo y después yo. La gente teme por su trabajo y por tener que renunciar a lo logrado tras años de bonanza. Un grupo muy abultado de personas no volverán a trabajar más y unirán sus incertezas para la jubilación a la de  centenares de miles de jóvenes que se hallan en precario y “sostenible” paro. Las nuevas técnicas de información y comunicación han logrado hacer de este mundo una estrecha globalización, pero según para qué. Si acaso el bolsillo ha sido lo menos globalizado de todo. Sin excluir algunos sentimientos que no acabamos de compartir del todo.

Recientemente hemos vivido de cerca atentados terribles, como el de Paris, a manos de fanáticos fundamentalistas, o catástrofes provocadas como la del avión de Germanwings incrustándose en la roca de una cima en los Alpes. La fatídica suma de ambos desastres arroja un saldo de 157 muertos. Recordaremos  estos tristes episodios por mucho tiempo, los medios de información se encargarán de mantenernos viva la memoria. Igual que el de la penosa muerte de un profesor de instituto ocurrida ayer en unas muy lamentables circunstancias. Cada uno de ellos se hace acreedor de nuestras condolencias y avivan los sentimientos de solidaridad para con sus familiares.
Y es bueno que la sociedad se revele ante acontecimientos de esta naturaleza. Que sienta un impulso de ayuda, de mitigar el dolor producido. Pero desgraciadamente las cosas no son siempre así, no son enfocadas con el mismo color del cristal, y ni tan siquiera despiertan los mismos sentimientos. Alguien se acuerda de los fallecidos por el brote epidémico del ebola? Se declaró inicialmente en Guinea sobre diciembre de 2013 y hacia mediados de febrero de este año habían sucumbido ya 9380 personas, la gran mayoría en África. Apenas queda el recuerdo  de la demanda presentada por Teresa Romero, auxiliar de enfermería, contra el equipo médico que le salvó la vida por trato inadecuado, 300.000€! Y la sociedad occidental qué dice de aquellas tenebrosas y patéticas imágenes de cuerpos envueltos en una sábana camino a la zanja? Nada, casi nada.

Lo mismo podríamos decir de las oleadas de inmigrantes subsaharianos provenientes del norte de África que son  enrolados por las mafias y embarcados en frágiles y destartaladas embarcaciones para enfrentarse a una muerte casi segura. Son pobres gentes excluidas de cualquier derecho y sin futuro a la vista. Su bagaje es muy pobre, tan solo cuentan con un pasado de hambre y terror y alientan sus sueños con un futuro imaginado de bienestar y rodeados de desconocidas comodidades. Lo que no saben es que en el caso de no morir en el intento, sus posibilidades de bienestar serán casi nulas. Esta semana, en un solo naufragio han perecido 800 personas, la mayoría encerradas en la bodega del barco sin ninguna posibilidad de salvarse.


Durante la Navidad de 2004 un Tsunami azotó y arrasó las costas de Indonesia y Tailandia principalmente. Según un reciente informe de Naciones Unidas el balance fue de 229.866 fallecidos. No viene de 10.000 en un paquete tan voluminoso. Acaso nos hemos vuelto asépticos o indiferentes ante las desgracias ajenas? No, no lo creo, pero sí algo selectivos, tendemos a valorar los dramas por la cercanía, la proximidad. Cuanto más cerca más sentido, lo lejano es otra cosa, es cosa de telediarios, infortunios de gentes un poco extrañas. Si no es hipocresía, qué es?

dimecres, 15 d’abril del 2015

APARIENCIAS

En este valle de lágrimas todos estamos sometidos a comparaciones, complejos y afinidades más o menos compartidas y a regañadientes aceptadas. Podemos dar la apariencia de ser el que no somos o incluso presumir de algo que jamás hemos tenido. Aquí juegan actitudes puramente estéticas o de rasgos físicos, y las que se derivan del carácter personal y necesidades de aparentar. Hay mucha tela que cortar y legiones de fantasmas a los que parar los pies.

Por ejemplo, en principio el Sr. George Clooney o Richard Gere qué tienen en común conmigo? Bien, aparte de tener el pelo blanco –cuando no se lo tiñen- y de contar cinco dedos en cada mano, examinado con cierto rigor no aprecio similitud alguna. Estaremos de acuerdo en que ambos somos de la misma estatura, más o menos, que somos varones y nuestro voto vale lo mismo. Pero por mucho que yo quiera o quisiese aparentar una semblanza con ellos podría llegar a ser apedreado por la buena gente, que hay mucha. El Sr. Clooney y yo somos propietarios de nuestras vidas y haciendas, solo que él se ha comprado un palacete a escasos metros del Puente Rialto de Venecia y yo tengo una casita en Cambrils. También dispone de un caserón a orillas del lago Como que parece extraída de un cuento de hadas, con su propio embarcadero y la protección de las autoridades para que nadie pueda perturbar la tranquilidad del astro y su pedazo de abogada. En cambio un servidor está molesto porque el ayuntamiento me ha mandado una tasa extra para que pueda aparcar en la calle y mi mujer que no es abogada me dice paga y calla.

Sí que hay ciertas similitudes, siempre y cuando las busques con una lupa. Richard Gere interpretó Oficial y Caballero luciendo unos uniformes que, para que negarlo, le quedaban muy monos y llamativos. Yo ,como él también, cumplí forzado lo que llamaban el Servicio Militar, alias la mili, y de vez en cuando aparece con gran disgusto por mi parte, alguna fotografía de aquel servicio y, créanme, desde el espantoso uniforme color olla podrida hasta el careto de garrulo empedernido es algo que me ha marcado siempre de forma negativa. Qué espanto, qué horror! Sí que los dos tuvimos nuestro momento militar, pero, joder, es que las diferencias son abismales. A ver qué coño es lo que yo puedo aparentar!

Efectivamente, las apariencias pueden inducir al engaño, pero el latón casi siempre sale a relucir. Hemos de conformarnos con lo que somos y tenemos, otra cosa es columpiarse entre el egocentrismo y la más pura imbecilidad. Abunda demasiado el narcisismo. Quien no conoce a un amigo o amiga que en un arrebato de necesidad de aparentar, te cuenta que hizo una excursión de Barcelona a St. Feliu de Guixols a bordo de un pequeño yate de su sobrino Jonathan. Cuando la puñetera realidad es que Jonathan no tiene más que una pequeña Zodiac de tres metros y qué los únicos mares que surcaron fueron los del puerto de Barcelona el sábado por la tarde montados en una cutre Golondrina. Así es la vida, recalcitrante realidad.


En fin amigos y amigas, compañeros y compañeras, lectores y lectoras, viajeros y viajeras, hombre y mujeres, ya saben, verborrea político-sindicalista con el ánimo de aparentar un acercamiento a las masas, cuando en realidad de lo que se trata es de meter mano al cajón con una sonrisa en los labios. Y es que en este mundo traidor, no hay verdad ni mentira: todo es según el cristal con que se mira. Me cuesta, pero seguiré buscando mis analogías con Kevin Costner o las cincuenta sombras de Grey, harto ya de sentirme Woody Allen o Alberto Sordi. Debo aparentar porque vivo en un mundo de mentiras fabricando fantasías, malgastando horas y evitando estar a solas con mi triste realidad.

divendres, 10 d’abril del 2015

MOMENTOS PARA CAVILAR

Hay momentos o épocas en que las semanas pasan sin grandes altibajos, nada excepcional, apenas nada que contar, exceptuando la aburrida y decadente política, y el maldito horror del Estado Islámico y sus células durmientes preparadas para asesinar. El tiempo ha mejorado ostensiblemente aunque las mañanas son frías, la vida en el campo es relajante y tranquilizadora, a los días les echamos alguna hora de más y el bullicio de la gran ciudad no es añorado ni deseado, casi olvidado diría yo. Tenemos los almendros en flor soltando la flor ya, se divisan grandes extensiones en donde domina el tono rosa. Los sembrados asoman la nariz y levantan la cabeza en busca del sol y la lluvia que los convertirá en mayores de edad, junto a las inacabables hileras de cepas emparradas, esqueléticas i deshojadas.

Por lo que se refiere a la semana santa ha transcurrido sin pena ni gloria, al menos para mí. Si, junto al mar pero con una climatología totalmente adversa, odiosa en pocas palabras. Como en otras ocasiones he tratado, en vano, de hablar con el mar, preguntar, escuchar, oír el susurro de las olas acariciando y replegándose de la arena, igual que una fuente de cristal a la que escuchas con los ojos cerrados y ver discurrir el agua desde lo alto, descendiendo los obstáculos como largas lágrimas que se acomodan a la rústica piedra con contorsiones líquidas. No, no he hablado con el mar, ni tan solo me ha recibido, no me ha visto, me he quedado sin saber, sin entender el porqué de tantas cosas. Es tan penosa la duda y la ignorancia, siendo tan rica como es la sabiduría de las olas.

Son tiempos extraños, no desconocidos pero si dubitativos, mucha gente deambula desconcertada, expectante, las risotadas exageradas disimulan un cierto temor por un futuro que no acaban de ver nítido ni explícito. Los mayores de cuarenta y cinco años cargan con las culpas de un destrozo en el que no tuvieron parte ni arte. Saben que nunca más tendrán un trabajo estable, que perderán, si no lo han perdido ya, el esfuerzo de muchos años y que una carcomida jubilación les condenará de por vida a una indigencia jamás reconocida. Estos son algunos de los sustratos que nos ha dejado una crisis que no ha sido crisis, sino un tsunami que se ha llevado por delante las vidas de mucha gente y ha perpetuado la misma buena vida para muchos otros.

La primavera se introduce en nuestras vidas con calzador, poco a poco, día a día. Apenas se hace notar, y se confunde como entre sobrevenidas jugarretas del tiempo, las nubes mandan, el sol porfía por mostrar su cara y el dios Eolo dosifica sus soplos con testarudos arrebatos de brisa, aire y fuertes ventadas. El campo revive mostrando su mejor cara, en la que aquí predominan los verdes sembrados, los almendros en flor, los incipientes brotes de las viñas y el candor de escalonados bancales repletos de flores que pintan de color la falda de las montañas. Las modestas casas de labranza salpican el horizonte de un valle en donde la vida abre las ventanas a los colores, el verdor del bosque impone sus reglas sin ninguna oposición, las altas rocas se desprenden de su chaleco de musgo y la joven fauna del lugar inicia sus juegos infantiles entre hierbajos, flores y encañizados. Juegan al escondite en un secular pasatiempo que la naturaleza nos obsequia cada año.


Es cierto que hay semanas en las que no hay novedad, sin sobresaltos, nada excepcional. Pero también lo es que la llegada de la primavera nos rescata de la abulia, del tedio invernal, de las meditaciones otoñales al fuego de encina y almendro. Pero este acto ya ha concluido, ahora toca el turno de las bandadas de pájaros recortando el espacio y tejiendo con sus alas figuras geométricas llenas de color y nosotros…intentando emular su vuelo.

dijous, 2 d’abril del 2015

MATAR EL TIEMPO

El tiempo no puede matarse a cañonazos ni a traición por la espalda. Hay diversas maneras de matar el tiempo, como por ejemplo morirse de asco o aburriéndote como una ostra. Es algo crudamente insoportable, yo no he tenido nunca el temple necesario para estarme ocioso. Se trata de emplear todas las horas del día, no importa la actividad que elijas si con ella te sientes satisfecho. Excepto si se trata de iniciativas contemplativas como hacer vida monacal o desparramarse por el sofá con el mando a distancia en la mano. Esto es letal, horrible, frustrante, es como una tentativa a quitarte la vida, morir con los ojos enrojecidos tras un lúgubre itinerario por la senda de la televisión. Si una emisora es un bodrio integral, las demás son una insensatez patológica y en muchos casos, escatológica.

Evidentemente hablo de canales de televisión convencionales. Luego, claro, hay los otros, los etiquetados como formativos o culturales, documentales habitualmente de animales y sus animaladas o los que te taladran el cerebro a base de incursiones en el frente ruso por las tropas nazis durante la segunda guerra mundial. Estos son un milagroso antídoto para combatir el cruel insomnio y dejar en poco tiempo el sofá listo para su renovación, sin otros muelles que el del bolígrafo de encima la mesita sin tinta. Hay que ser muy masoca para hartarse de cacahuetes mientras te deleitas mirando como un cocodrilo de catorce metros soporta las injurias de un aventurero en calzón corto y el cerebro hecho virutas. Por no hablar de la serpiente gigantesca y con cara de mala leche sesteando en la copa de un árbol y el aventurero mostrándole su cuchillo de cocina a ver si pica. Sencillamente apocalíptico.

Porque si entramos en el capítulo de canales deportivos entonces la cosa ya toma un cariz de insuficiencia intelectual permanente con agravamiento de ambos parietales. Se obturan los circuitos del riego sanguíneo, todo son pelotas, y el lunes por la mañana se padece de desconexión neuronal y clavo incrustado en el frontal. Cacahuetes salados, cubatas y bocatas de atún hacen el resto. Es muy lamentable y sobre todo excesivamente perjudicial para seguir siendo uno mismo. Ahora bien, se lo pasan de coña? en ese caso nada a decir. Pero Dios me libre de pasar 48 horas ensimismado con un batallón de tíos tras un cuero hinchado o intentando meter una pelota en una papelera atada a más de dos metros. Que hago extensivo a otra troupe que montados en coche o moto no paran de dar vueltas por el mismo sitio jugándose el físico en cada curva.

En fin, si, el tiempo se puede matar, pero también asesinar que es cosa distinta. No sería justo olvidar otro pasatiempo de moda que congrega a millones de aficionados. Se trata de los” “megusta”. Consiste en rellenar con tu culo y espalda el hueco que tienes hundido en el sofá y pensar de qué manera puedes sorprender  a amigos, conocidos, saludados y babosos, que siempre los hay. Ya está, colgaré la foto de ayer zampándome los calçots, o esa otra donde tengo una mirada subyugante observando el horizonte. Al poco tiempo de publicar tales iniciativas empiezan a llover los megusta en forma de admiración, respeto o deseo que lujuriosos siempre los hay. Fácil verdad? Incluso es susceptible de practicar mientras engulles la tortilla de patatas o, ya en plan más íntimo, cortándote las uñas de los pies. Dicen que llena mucho el espíritu y combate la soledad.


Hace ya muchos años estos días eran de recogimiento, silencio y reflexión. Si reías o cantabas te arreaban media hostia y penitencia cumplida. Afortunadamente todo aquel barrido mental ha pasado a mejor vida. Todavía quedan muchos reductos en España en donde la fe y la devoción mueven verdaderos festivales turísticos en los que tras los pasos santeros se esconde el vil metal vestido con mantillas. Resumiendo, no quiero perder el tiempo, no hay tiempo que matar.