dissabte, 31 de març del 2018

UNA BALA EN TODO EL CEREBRO.EL JUBILADO


Conozco alguien, conocía, que anteayer no se le ocurrió nada mejor que guardarse una bala justo en medio del cerebro y, claro, ha perdido toda su razón de ser y concluido con todos los proyectos que supuestamente parecía querer emprender. Una pena, que les voy a decir. Se cumplían dos años desde que descendió de categoría laboral y se afilió al numeroso grupo de los desocupados, los holgazanes forzosos, se jubiló. Contrariamente a lo que pudiera parecer, el hecho de jubilarse no es motivo de júbilo, ni de preñarse de alegría alguna. Sinceramente creo que es un mal paso, un vulgar dislate administrativo. Un buen día te levantas, te diriges al espejo con tus calzoncillos y calcetines color carmín, levantas la cabeza ¿Y qué ves? Pues nada, ya no eres nadie, ni tus opiniones importan a nadie, ni se habrá inventado una urna para que deposites tu intrascendente voto. Sin saberlo ni haberlo solicitado cruzarás el umbral de una puerta invisible que te conducirá al planeta de la niebla, niebla perpetua y densa. Poco valdrán los posibles méritos que hayas podido acumular en tu anterior vida, en el planeta de los que cobran a fin de mes, o debieran cobrar. Quizá fuiste ingeniero de no sé qué, encargado de no sé dónde, sindicalista de los que no dan un palo al agua, artista, gay o carnicero. No importa para nada, fue, pero ya no es. Posiblemente el rasgo más remarcable entre la niebla consistirá en la escala de compensaciones, en el rescate de la póliza de seguro que nos han descontado cada mes de la nómina durante una vida, que oscila entre la pensión de los que no se pueden permitir ni comer, y las de quienes han cotizado muy alto y pueden vivir con decoro y algo de desahogo. De los que no tienen desahogo, tan solo ahogo, tú tienes casi todos los números con ser agraciado a no llegar a fin de mes de por vida.

Felicidades, te has jubilado, se han terminado los compromisos y obligaciones, no más reclamaciones profesionales, nada de abusos de alcohol, una cervecita “sin” el domingo, un bochornoso surtido de medicamentos detrás de la cutre televisión, y podrás soplar tu pastel de cumpleaños con las velas requemadas de tus nietos. Y por nochebuena te obligarán a escupir tu pensión en Jamones Pepe, porque a tu nuera le gusta el jabugo “bodega gratis”. Si tienes el inmenso dolor de tener a tu santa esposa en situación de defunción involuntaria, entonces ándate con cuidado porque te van a llover por todas partes: recoger los nietos en el cole, o llevarlos, sacar un perro que no puedes tragar cuatro veces al día, pedirle al médico que te haga recetas de cremas faciales para tu nuera, o a la farmacia a buscar condones gel-fashion diciendo que son para ti. Y el parque, claro, sacar al bebé con su cochecito al parque con un frío astral, y congeniar con individuos de tu planeta niebla. Ah! Y lo que suele joder más: cuando te dicen aquello de, vamos abuelo que usted no tiene nada que hacer.


Y como no tienen nada que hacer, le van robando la vida a sorbos, a trocitos, puede que a besos. Pero te la roban igual porque son besos de espuma evanescente y de color sin tono. La vida, tu vida, claro que la tienes, por supuesto, a menos que desgraciadamente ya te hayan regalado un traje de pino. Cuando me jubile viviré la vida que no he vivido, que no he podido vivirla, viajaré, haré un crucero y buscaré compulsivamente que la suerte me premie. Zasca!, al pino. Entonces que alternativa tenemos, porque si después de la vida en que se cobra cada mes, suspiramos por llegar al planeta niebla para jugar a la petanca, no sé qué decirte. Quizá comprarte la bala de plata no sería mala idea. Pasar una vida entera de trabajo, si lo tienes, si no lo tienes no existes, pagando hipotecas, trabajando diez horas, criando hijos para que te olviden pronto, veraneando en las afueras de tu pueblo, donde la gasolinera, babeando al paso de la Conchi, vistiendo harapos de cuando triunfaban los pantalones de golf, pidiendo aumentos de sueldo de espalda para no verles la cara, llenando el depósito con diez cochinos euros de tu cacharro sin ITV o limpiando los cristales de tus grasientas gafas reparadas con esparadrapo. ¿Por qué? ¿Para qué? Toda una santa vida en el planeta de la nómina mensual, para llegar obsesivamente al planeta de la densa niebla, donde te recibirá papá estado con los brazos abiertos y te colgará una caca de vaca con un cordel, con fervientes deseos de que la casques pronto y se ahorren una pensionita más.

Quizá mi conocido lo comprendió a tiempo, y por todo ello se baleó.

dimarts, 27 de març del 2018

UN POCO DE MÍ Y DEL MAR


Hay veces que, al andar, doy algún saltito, un suspiro de apenas unos centímetros que me eleva a la categoría de insecto. Ni cuenta me doy. Un diminuto charco, una baldosa herida, un excremento prohibido de perro y de dueño exiliado de la norma, un fugaz intento de apretar el paso, un pájaro absorto en tarea nutritiva y, qué sé yo, son tantos los obstáculos de la senda urbana que, a fuer de ser sincero, pienso que camino y trampas se funden en uno solo, las propias dificultades hacen el camino. En mi juventud no advertía estas cosas, no reparaba en riesgo alguno, es más, visto desde mí atalaya edificada con plantas de 365 días, llego a la inequívoca conclusión de que por aquel entonces el único peligro era yo mismo. Bendito peligro de juventud.

Es tiempo de mar, ahora toca visitar un viejo amigo. Todavía no sé a ciencia cierta si se trata de hombre o mujer, macho o hembra, masculino o femenino. Creo que hay de todo, se le nombra indistintamente. Para el caso me es indiferente, siempre lo he tenido por amigo, desde mis primeros escarceos con él. Pero de eso hace ya tanto que de la gramática me olvidé, la única norma que contemplo son los gastados lazos azules que me unen al mar, trajinados por las mismas olas que en un muy lejano día hicieron las presentaciones. Y es así que, aun hoy, la amistad perdura y con muy buena salud. Con tan solo un matiz, él tan joven y uno con las estanterías repletas de caminos y detenciones.

Fue en otras tierras, lejos de aquí. Con una pequeña pala roja, o verde o azul o amarilla, horadando la arena húmeda en busca de nada, vaciando el mar con un pequeño cubo amarillo, o verde o rojo o azul, caí en la cuenta de que no había otra orilla frente a la mía. Su desnuda inmensidad dominaba mi asombro y, de paso, mi vida. Inmensamente silencioso como la noche de luna en la montaña nevada, solo el líquido rumor de las olas arrullando la arena. Eran las olas y sus invisibles  hilillos de oro azul cielo  que, no por ocultos,  carecían de existencia. En aquellos días aprendí a tutearme con el mar, a explicarle mis castillos en el aire, que no eran de arena, mis ansias de saber, tan inanes y efímeras que todavía no sé. Yo le preguntaba y me mandaba sus respuestas con las olas, los hilillos y el oro. Fui entusiasta y aplicado, siempre le respeté, nos hicimos amigos. Corrí un grueso cortinaje a mis espaldas y tras ellas enterré mi pasado. En cambio él lleva miles de años representando la misma función y sigue encandilando, igual de joven, igual de tenebroso en los enfados, mismas tonalidades, alimento de nubes, armador de tempestades, decorador de arrecifes, playas, islotes y litorales.


Ya no le hablo ahora, abandono mi cuerpo en una roca y miro fijamente el horizonte, y entre aquel trazo postrero y horizontal, en ese espacio sin puertas ni cercas, ni ventanas, ahí está él. No es necesaria palabra alguna, es vernos y claudicar, ceder ante la inmensidad y majestuosidad del mar, del océano, de sus profundidades, de su gigantesca riqueza, de sus irisadas aguas. Hace como que no me ve, como los niños jugando al escondite y tapándose la cara con los dedos abiertos, pero me ve, claro que me ve.

Pienso en mi edificio de tantas plantas de 365 días y se me encoge el pecho, se me anuda la garganta, me sobresalto. No aprecio ninguna señal en la orilla, no alteran las olas su vaivén, ningún reflejo de oro. ¿Estaré soñando despierto? Pero calla, quieto, ¡mira! Parece un remolino, a lo lejos. Sí es un remolino, las aguas se baten en un círculo como si quisieran decir algo.

De regreso vuelvo a sentirme un insecto;   una lata de refresco, un bastón olvidado, un trozo de bocadillo, una prenda desvencijada… y un saltito y otro saltito. Caen gotas, la noche es cerrada y el tramo discurre con el mar por vecino, no lo veo, casi no lo oigo, pero lo siento dentro, muy adentro.

dissabte, 24 de març del 2018

LA SAGA DE LA FELI. LA RAMBLA DE LAS FLORES


LA SAGA DE LA FELI

LA RAMBLA DE LAS FLORES

Barcelona, cap i casal de Catalunya, vivía aquellas primeras décadas del siglo XX con cierto signo de resignación, en 1895 España perdió la guerra con Estados Unidos y, con ella, Cuba. También cayeron Filipinas, Puerto Rico y Guam. ¡Chico, vaya palo! A la humillación de haber perdido sus colonias, hay que añadir las enormes pérdidas de combatientes. En fin, ya se sabe, los españoles dijeron a los americanos aquello de <si tienes cojones me lo dices a la cara> y, claro, la escabechina fue de las que hacen época. Se acabaron los paseos por el malecón de guapitos de cara con un habano en la siniestra y el látigo en la diestra. Para hacerse una idea basta decir que las colonias de ultramar eran para España lo que el Imperio Británico era para Inglaterra. Eso sí, a la inversa, al revés. A salir por piernas. Al igual que en América del Sur, en Cuba el único legado que dejamos fue un idioma casi ininteligible, chapucero y ordinario. Por el contrario, en todas las ex colonias del Imperio, se habla inglés.

Ya digo, aquí se vivía con cierto desánimo, para algunos con melancolía y todo. Pero qué coño, esto es España, el poco trabajo que había se lo repartían los de siempre, el sombrero de copa iba a menos, los obreros comenzaban a organizarse, y los burdeles registraban una actividad frenética. Pero ¡tachin! Aparece un salvavidas que se pasa la Constitución por el forro de sus testículos y declara aquello, como hombre de pacto que era, <Aquí no hay más cojones que los míos>, todo ello bajo la cálida aquiescencia del rey Alfonso XIII. En fin, años convulsos 
y revueltos. Miguel Primo de Rivera.

La Rambla de las Flores, donde ya no hay flores pero vestidos de lunares sí y sombreros cañís también, era ya descaradamente la arteria principal de Barcelona. Ahí latía el pulso de una sociedad ávida de prosperidad y bienestar. Los obreros van añadiendo eslabones a su cadena organizativa, los grandes fabricantes, sobre todo textiles, empiezan a abrir la espita de la opresión, logrando entre todos una mejora muy perceptible del mercado de trabajo, aunque de corto recorrido. 


El Liceu funcionaba a toda máquina y el público aficionado y entendido quedaba soslayado, apartado, barrido, por un minúsculo tropiezo, el precio de las entradas. Por el contrario, la platea, el anfiteatro y los palcos en propiedad hervían de caballeros y damas ataviados con las mejores galas, elegantes ternos firmados por sastrerías inglesas y bellos vestidos de gasa y terciopelo que prestigiaban aquel distinguido público que confundía Puccini o Manon con cerámica de La Bisbal. Por no hablar de los buscados antepalcos, había quien lo cedía o alquilaba, en donde un determinado caballero se despojaba de su terno y se quedaba en calzoncillos para cumplir el expediente con su Mari de turno, vestida tan solo con una pulsera a juego con un pesado collar de hojalata. Dicen los bromistas que al final de Andrea Chenier, recién vista por éste humilde servidor, se produce un redoble de tambor y timbal que hace crujir los sentidos y el alma. Pues bien, dicen que ese preciso instante lo aprovechaba algún listillo para conseguir el subsiguiente orgasmo, por decirlo así, pero es falso, es una burla. Como mucho se producían en el momento de subir el telón, al inicio de la ópera. Para cuando lo del redoble ya llevaba puestos los calcetines y la Mari le ayudaba a levantar sus pesados años. Pero claro, ya sabemos que en aquel tiempo era un signo de buen gusto contar en el patrimonio con la propiedad de una amante, una querida, una mantenida, una Mari, vamos.

Durante los entreactos era costumbre acudir al salón de los espejos para convertirlo en el de los pasos perdidos. La gente hablaba caminando alrededor de la gran sala. ¿Le ha gustado Sra. Rubinat el primer acto? O sí, excelente, la escena del contrabajo y la soplano ha sido realmente tierna. A ver, el bajo, no contrabajo, y la soprano, no la soplano, no son un error, un lapsus, que va. No es más que el léxico de una gran dama, enjoyada hasta las ingles, la cual, no tiene la más mínima puta idea de lo que está hablando y, para más inri, le importa un huevo todo lo referente al mundo operístico. Ocurre que su marido la ha premiado para llevarla al evento, y ha dado fiesta a la Mari, que se ha cabreado. En ese paseo circular tan y tan distinguido, no tienen cabida el montón de fulanas que aguardan obedientes en el antepalco, rascándose las pecas de la barriga y maldiciendo su pérfido destino. Con suerte recibirá una chocolatina de coco envuelta en papel higiénico. Las hay que nacen con un pan bajo el brazo y las que lo hacen amamantadas con tintorro, como Édith Piaf. Todo este glamur hoy está muy difuminado, casi evaporado. Hoy te enfrentas a una cola y un tío delante con los tejanos como un colador, para enfundarte uno de jamón y copa de tinto. Veinte euros, no te jode! Pero en fin, mejor así. Haces ver que miras con interés los espejos y pinturas y quedas como un señor, o bien te quedas mirando el mosaico, espléndido, como si te preocupara mucho, mientras le das al jabugo. <La música es la palabra del alma sensible como la palabra es el lenguaje del alma intelectual> ¡Toma ya!

dimarts, 20 de març del 2018

LA SAGA DE LA FELI. Don Amadeu.


Don Amadeu.

Poco queda de aquellos dorados años de Amadeu, el bisabuelo. El Noucentisme fue un movimiento cultural, artístico e ideológico muy latente durante las tres primeras décadas del siglo XX en Catalunya. Pese a ser distinto a los movimientos convulsivos de toda Europa que cambiaron una vez más las fronteras de diferentes estados y con grandes avances en el bienestar de sus moradores. En París triunfaba la llamada Belle Èpoque, una alegre muestra de romanticismo, arte, pintura, literatura, libertinaje y erotismo a raudales. En la conservadora y pujante Catalunya, pujante para unos cuantos, también cunde el desmadre y el descontento del mundo obrero. Apenas unos años antes, 1893, un anarquista lanza un recado en forma de bomba sobre la platea del Liceu. Veinte muertos ocasionó. La burguesía, oligarquía reinante, acusó el suceso. Aquella noche del atentado, salían por los pasillos, mirillas y ventanas del coliseo de La Rambla, docenas de entretenidas, fulanas, queridas y aposentadas. Signo inequívoco y casi formal de la gente de bien. Los antepalcos del teatro se convirtieron en las suits del braguetazo. Nada mejor que un toma y daca oyendo los estertores de Mimí o las veleidades de Violeta.  Tener una querida prestigiaba al factótum y a San Paganini.

A nada de todo ello fue ausente el regio proceder del patricio Amadeu, bisabuelo de Feli. Caballero condecorado por la realeza española, presidente de la comunidad nacional de empresas navieras, presidente honorífico del puerto de Barcelona y propietario de por vida de cien y una distinciones por múltiples méritos. Efectivamente, de la misma manera que no se desprendía jamás del sombreo de copa, sí lo hacía de sus calzones por lo menos dos veces por semana. De forma casual conoció e intimó con una joven, Ivett, muchacha llegada a Barcelona desde su tierra natal, Ciudad Real, con una mano detrás y la otra en el bolsillo. Tenía veinticinco años menos que Don Amadeu, pero pronto se puso a su altura. El cariacontecido caballero, tan sereno, tan serio, con tanto aplomo que daba miedo mirarle a la cara, fue rejuvenecido de tal manera por aquella muñeca de porcelana de Toledo, que se dice que en sus juergas de cama y sábana, Ivett le obligaba a ponerse el sombrero de copa. También se dice que en una ocasión en la que Don Amadeu tenía sed, ella llenó el sombrero de agua e incorporó las tetas dentro, sorbiendo el prócer como una mula atragantada. La castellana era mujer alegre, joven y con ansias de prosperar, no cesaba su interés por Don Amadeu. Tanto es así que, al poco tiempo, a fin de dar anonimato y discreción  a sus visitas semanales, Don Amadeu le puso un pisito en lo que hoy conocemos como Horta, despoblada entonces. Con una única condición, allí no debía entrar otro hombre que no fuera él. Y así se hizo hasta el mismísimo día en que el señor Amadeu se dirigió a conocer su sepulcro. Ella vivía para él, los dos, máximo tres, días en que acudía todo se encontraba a gusto del visitante. Así lo reconocía él y se lo agradecía a ella. Jamás de la vida entró otro hombre, porque los cinco días restantes de la semana, ella atendía otros casos de urgencia de bajos en su antiguo piso de soltera, vamos a llamarlo así. Ivett tenía por costumbre que cuando el señor Amadeu, como lo diría, le parecía que había tocado el cielo, por decirlo así, cogía su bastón por la empuñadura de marfil, representando un dios griego, y se iba pasando el dios por donde no maúllan ni los gatos, bajo la atenta mirada del caballero laureado que se rehacía como podía entre sábanas, cojines y el sombrero de copa. Y ciertamente no es que hubiera tocado el cielo Don Amadeu, por decir algo, es que mientras él se creía que hacían el amor, Ivett tenía tiempo de arreglarse las uñas, tocarse una verruga de la nuca y mirar la empuñadura del bastón, y de vez en cuando decirle <me estás haciendo muy feliz Ami>, y claro, el hombre, instigado y jaleado por la joven, insistía sudando como un marrano, intentando poner firmes sus atributos pero qué, ¡maldita sea!, no conseguía otra cosa que erguir las puntas de su poblado mostacho. Pero y ¿qué?, tenía su querida como exigían las normas de todo bien nacido y, por descontado, de su alta y prestigiada reputación en la sociedad. Su sociedad, claro. 


Por razones evidentes, Ivett no asistió al sepelio de su amante y librador de cheques, todas las fuerzas vivas de Barcelona sí que acudieron engalanados de arriba  abajo con preciosas prendas de riguroso negro muerto. En apariencia eran dos bandos opuestos, los que lagrimeaban y gemían, y los que se tapaban el rostro con los guantes para no delatar sus carcajadas. Ya saben, el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Y bollos los había a espuertas.
El notario leía parsimonioso y protocolario las últimas voluntades del ilustre finado. Una vez enumeradas todas y cada una de ellas y los nombres de los beneficiados, como en la lotería de Navidad, el hijo, Jordi, apuntó <aquí faltan diez mil duros>, a lo que el notario respondió con gravedad en el rostro <Su difunto papá dejó escrita la absoluta prohibición de tratar este asunto> Jordi tan solo balbuceó <la madre que lo parió> mientras se atildaba su canotier. Ivett, con el corazón partido, aquel día se lo pasó rodando perdida por la ciudad, sin oír, no viendo nada, no hablando con nadie, casi a ciegas. Ya de noche, entró en el teatro Arnau, se aferró a la barra del bar y cogió una cogorza de las que hacen olvidar del todo. Le preguntaron su nombre, pero no respondió, solo tosía y escupía como una iguana mientras, con el alma en un puño, le llegaban las desgarradoras notas del Relicario y La Violetera, desgranadas por la simpar Raquel Meller.

divendres, 16 de març del 2018

LA SAGA DE LA FELI



Feli es una mujer joven de aristocráticos antepasados, de la zona alta de Barcelona. Sus bisabuelos fueron una familia muy adinerada que, en su  tiempo, formaban parte de la aristocracia más elitista, excluyente y rancia de la ciudad. Eran propietarios de una empresa dedicada a la importación, preferentemente de Cuba y algún otro país antillano. Se les consideraba unos expertos en temas navieros, teniendo la mano rota en el noble arte de burlar impuestos y demostrar una especial y reconocida habilidad en ser prestigiados lameculos de todos aquellos que ostentaban el poder, o el poder de decisión. Actitud que suele ser generosa y muy provechosa para los solicitantes y los consentidores. Hoy es igual, pero en vez de hombres de empuje y creadores de riqueza, algo deshilachada, hoy, decíamos, lo conforman unos cuantos políticos, pseudo políticos y sinvergüenzas esquiladores de nucas. Las fiestas de alta sociedad que los bisabuelos de Feli celebraban en su mansión crearon un estilo, un nuevo modo de reunirse lo mejor y más granado de los grandes apellidos locales. Cabe decir que casi todos estos distinguidos y lujosos eventos, terminaban con unas peas que crearon época destilada, y que a la mañana siguiente el personal de servicio debía proceder a una cuidadosa inspección de los jardines y zonas modernistas de recreo. No en vano el día se despertaba repleto de bragas, bragueros, corsés o calzoncillos en los lugares más inverosímiles e inconvenientes. Razón por la que el señor Amadeu y doña Ramona, los bisabuelos, ignoraban con toda rotundidad cualquier asunto ajeno a los salones engalanados, los tapices de terciopelo rojizos, la amabilidad de los caballeros y la gentileza de las damas, escotadas más allá del más allá. Sin obviar los espléndidas vistas sobre la ciudad.


Así como el Sr. Amadeu no se desprendía del sombrero de copa ni para dormir, Jordi, su único hijo, y abuelo de Feli, se cubría con un sencillo canotier, no tenía la voluptuosidad ni presencia del de copa, pero también imprimía un sello de solvencia y credibilidad a según quien lo llevaba. Naturalmente todos encargados a Chonoir, de Paris. De hecho, no solo significaba metafóricamente descender un peldaño en la escala de la elegancia y distinción, sino que llevaba aparejado, como el que lleva un pendiente o una verruga en el culo, una disminución sostenida y alarmante de los ingresos de la familia. Ya lo pronosticaba Amadeu en el crepúsculo de su periplo vital "No quisiera ser testigo en vida de la ruina familiar", y así fue, no lo vio. La providencia lo escuchó. Ya no se hacía importación ni estraperlo, las fincas de Lleida y los arrozales del Ebro estaban baldíos, y de la fortuna heredada Jordi decía que se consumía como los fuegos de San Juan. Si Bien yo creo que más que hogueras del solsticio se trataba del incendio de Babilonia. El caso es que, finalmente, los negocios, las propiedades, la mansión de St. Gervasi, los sombreros de fieltro y paja, las apoteósicas y fastuosas celebraciones, el Ford con incrustaciones y marquetería, las entretenidas vestidas de señora, los bastones con cabeza de marfil, el refinamiento, la distinción, la misa diaria y las buenas maneras, todo, absolutamente todo, se fue a hacer puñetas. Tanto es así que haremos un puente generacional, dado que los siguientes en la saga ya fueron dos figurantes de cartón piedra, Joan y Dolors, si bien hay que destacar que por primera vez en muchísimos años fueron los primeros en doblar el espinazo, encargándose de inaugurar el feísimo estigma de tener que trabajar. Joan de secador de  tinteros en un banco madrileño y la Dolors haciendo zurcidos por encargo, ¡qué manos!, y de ama resignada de casa. Dolors era la descendiente directa de la riquísima familia arruinada.

Feli, hija única, tiene un carácter abierto y alegre. Cuando alguien le pregunta siempre contesta que Feli es un diminutivo de Felicity, nombre inglés de lejanas cunas. Y se llama Felipa por órdenes concretas del bisabuelo. Reservada para su intimidad y amiga de todos. No le cuesta adentrarse en los ambientes nuevos o desconocidos. Sí que exhibe un talante un poco altivo, busca las respuestas con un desliz de exclusividad, y la gente sin modales o incorrectas la sacan de quicio. Su madre dice que se parece mucho al abuelo Jordi, un hombre inquieto y movedizo, sin demasiados miramientos y directo. En el mercado de Sarriá siempre se comentaba que el "Señor" frecuentaba los ambientes de luz de sangre roja y sábanas remendadas, como un collage pero cutre. Ya se sabe, a la gente le gusta hablar y, a ser posible, voltear y descascarar hasta poner el dedo en la llaga. Feli trabaja de maestra de francés en un colegio privado, de la Bonanova, naturalmente. También ella es de la zona alta, vive en un pequeño y sobado apartamento cerca de las Escuelas Pías. Ronda la cuarentena y no ha encontrado todavía caballero para subir a su grupa. Conoce el valor del dinero y lo que cuesta vivir la vida. A pesar de que tiene un sueldo para vivir medio dignamente, siempre se muestra inconformista, siempre quiere más. En eso se parece al abuelo, siempre quería más, pero cada vez tenía menos. De hecho, ya hace unos años que decidió hacer algo extra que le reportara un poco más de ganancias, siempre fuera de las horas de trabajo en la escuela y preferentemente de noche y, a ser posible, el fin de semana. No podría describir con precisión cuál es este trabajo tan liberal de horarios y por el que demuestra un gran interés. La llaman por teléfono y le hacen encargos de asistencia a domicilio. Siempre les dice, máximo cinco personas. Al parecer una vez en el domicilio convenido, se le suministra una habitación para que se cambie de ropa, ni más ni menos que en pelota picada. Los comensales, que ya han cenado, están esparcidos por toda la sala en sofás o sillones, vestidos de noche, en bolas. Todas las luces apagadas, y resulta que Feli entra a gatas y hace de gallinita ciega, ¡qué gracia! Comienza  a hacer recorridos recurrentes y ahora toca el arpa, ahora se aferra al clarinete. No sé de qué se trata pero sin duda debe ser divertido. Y el caso es que le pagan por un par de horas, mil euros. ¡Jesús! Nunca he entendido que para hacer buena música apaguen las luces.

Bien, nada más que añadir. Ya veis que de más poderosos han caído. Grandes familias que con los años se han convertido en repartidores de gaseosas o lamedores de sellos, y otros que provenían de las legañas y las alpargatas sin cordones que, con esfuerzo y maledicencias, se han convertido en malhechores de bolsillo lleno, sea por desaguisados de carácter político, por una mueca  de la sonrisa de la fortuna o porque se han dejado los testículos trabajando. Sin menospreciar los comisionistas de larga mano.


dijous, 8 de març del 2018

¡SILENCIO, ACCIÓN! UNA DE UÑAS


Serenamente, pero sin dilación, hay que joderse. Hace al menos media hora que intento rebanarme las uñas de los pies, cuesta reconocerlo pero la intrínseca verdad es que te vas disecando sin solución de continuidad. Prueba de ello es que este simple y modesto gesto de aplicarte la manicura en los pinreles se traduce, sin casi apercibirte, en un magnífico ejercicio de contorsionismo por el que merecerías ser aplaudido. Sin pasar por alto que mi predilección siempre han sido las uñas muy cortas y, claro, la visión tampoco es la que era, con lo cual, más de un mordisco cárnico siempre me llevo. Un desaguisado, vamos.

En el transcurso de este intervalo de soledad ungular, meditaba el por qué siempre abrimos los medicamentos por el lado opuesto, y qué fuerza invisible nos impide volver a poner las pastillas en la cajita. Me aterra que alguien descienda de mi coche y al tiempo que dice adiós, no cierre bien la puerta, o que peguen un portazo que te ondulan las orejas, y con la manita me vayan diciendo adiós. Los ejecutaría allí mismo. ¿Verdad que hay tratamientos para pacificar el dolor de hemorroides o fulminar un puto grano de pus en el culo? Entonces porque subsiste todavía gente con una halitosis caballar que, no conformes con emanar bocanadas de aliento putrefacto a tu cara, te dejan la habitación como una perrera. Maldigo el ambientador que cuelga de un enchufe. Jamás doy la mano a nadie que provenga del baño, sé de historias que les dejarían aterrorizados y sin sangre en las venas. Hoy estamos asediados, casi sodomizados con las ventas por internet, teléfono, o el timbre de casa. ¡Alerta! Tomen medidas, no se confíen, el monstruo no retrocede, se disfraza de vendedor de biblias o elixires. Cierren puertas, ventanas, el retrete, sellen el hogar de fuego si lo tienen y amordacen a su suegra para que no grite. Si les llega esta melodía, quédense inmóviles, “¿le gusta leer? ¿tienen segunda residencia? ¿Le gustaría disponer de diez mil gigas al precio que paga ahora? ¿No me diga que no conoce las islas griegas? ¿No tiene un seguro de su casa?” Sobre todo, mucha calma, no abra ni conteste, me lo agradecerá. De otra manera podría encontrarse en un desierto con toda su familia, en pelotas y sin un maldito euro. O tal vez limpiándole el culo al presidente de alguna compañía telefónica mientras juega al tenis con el director de su banco. No se trata de asustar a nadie, sino de ser precavido. ¿Verdad que no le gustaría encontrase en su recibidor con ochocientos volúmenes de los mejores limpiabotas de Harlem, acompañados de regalo con trescientos CD de lo más visto en Sálvame, y cien informes desclasificados acerca de los insectos homosexuales y su sentido del humor, amén de una litografía con los mejores palmeros de la historia?


No se lo tome a broma, aquí dirimimos un asunto casi de vida o muerte, porque no solamente le van a estorbar en el recibidor de su casa, sino que se habrá comprometido a pagar unos costos que ni en su quinta posterior generación lo habrán liquidado. Y todos ellos con el culo al aire y haciendo palmas.

En fin, ya ven ustedes lo que dan de si unos cuantos minutos de tala de uñas. Cruel y farragoso, de acuerdo, pero peor es el mal del miserere. Ya me he duchado y todo. Por cierto, mientras me masajeaba la cabeza con champú para pelo blanco, de ahí mi parecido con Richard Gere, me he acordado de que la semana pasada en Berlín, me debí tomar unos cinco litros de cerveza rubia y alimenticia. Toda la semana entre diez y doce grados bajo cero. Llegué a confundir mi mujer en la calle con otra señora a la que cogí del brazo. Me queda la punzante duda, y no me refiero a la asesina mirada de mi consorte, si tal distracción era consecuencia de la inhumana temperatura o de la rubia con espuma. En mi próximo corte de uñas intentaré analizar el enigma.

diumenge, 4 de març del 2018

A LA LECHERA LE HAN BIRLADO LA LECHE.


Circula por la Red un informe que, de ser verídico, hay como para ponerse a temblar. Tampoco se puede considerar como una novedad, algo había trompeteado ya en nuestros tímpanos. El caso es que viene avalado por prestigiosos periódicos internacionales, y de su contenido algunas cosas sabemos ya, de oídas y por espasmos en nuestras propias carnes. La prensa española en general, tan comprensiva y complaciente con las recetas dispensadas por el gobierno de turno, se viste de distraída y mira hacia otra parte, por ejemplo, al salto mortal de la hormiga tigre, o al desiderátum catalán que aporta a la prensa española y al 70% de la población española, carnaza para destripar y entretenimiento de ignorantes, pacifistas, tertulianos de hormigón armado, periodistas abyectos, cobradores perpetuos y defensores de regímenes innombrables. Vean, vean, un resumen de lo dicho;

“Para la prensa internacional estamos ante el mayor desfalco de la historia de España y probablemente de Europa.
El gobierno del PP de Rajoy está usando hasta el 97,4% de los fondos de reserva del sistema de pensiones en comprar deuda pública. Es decir, el Estado español pone en el mercado deuda soberana, pero el único que la compra es el  propio Estado español, que se adquiere a sí mismo la deuda que emite, usando para ello los fondos que garantiza las pensiones futuras.
El diario económico  alemán Deutche Wirtchaftsnachrichten, titulaba así un artículo el día 4 de enero de 2013 “Saqueo de los fondos de pensiones para comprar bonos del Gobierno de España”y en dicho artículo decía “al menos el 90% de los activos totales de los fondos de pensiones del Estado español convertidas en bonos de España. El diario The Wall Street Journal, publicó un artículo el 3 de enero de 2013, titulado “España usa fondos que  respaldan el pago de pensiones para comprar deuda soberana”.
El artículo decía “España ha estado vaciando sigilosamente la mayor alcancía del país, El Fondo de Reserva de la seguridad Social, que ha usado como comprador de última instancia de los bonos del gobierno, una operación dudosa sobre el papel del fondo como garante de las futuras pensiones. La maniobra, que ha pasado desapercibida, está por concluir ya que queda muy poco dinero disponible. Al menos el 90% del fondo de 65.000 millones de euros, unos 85.700 millones de dólares, ha sido invertido en deuda española con cada vez más riesgo. El conocido diario Financial Times calificaba a Mariano Rajoy como “político provinciano” y a Luis de Guindos como “el peor ministro de economía de Europa”. El semanario alemán Der Spiegel considera que el gobierno español está saqueando el fondo de reserva de las pensiones. “España ha saqueado en silencio la hucha más grande del país, el fondo de reserva de la Seguridad Social debido a sus dificultades financieras”.


Bien, ante esta perspectiva podemos entrar en depresión, echarnos a llorar o suplicar a santa Rita que todo sea una broma. De muy mal gusto, eso sí. Lo de que suban cada año, a modo de castigo, un 0’25%, ya huele a monumental engaño o estafa, como quieran. Si un euro más al mes ha de solucionar la vida  de quienes más lo necesitan, algo extraño y  grave está pasando. Cierto que la señora Cospedal ya dijo aquello de que las pensiones, ni tocarlas. Por ahí va la cosa. Algún otro preboste también ha afirmado que los pensionistas han vivido demasiado bien. El partido Popular ha sentenciado que protegen a los pensionistas, y últimamente el gobernador del Banco de España, Luis Maria Linde,  ha dicho que aquellos pensionistas que disfruten de una vivienda propia, eso ya constituye la mitad de la pensión. Quizá habrá que revisarlas. Como si no las hubieran pagado ya, con hipoteca incluida, IBI anual y palos varios. Lo dice alguien que cobra 176.000 euros al año y, claro, el hombre, desde el ático ve las cosas más pequeñitas. En resumen, uno ya no sabe si ha hecho bien en nacer o tenía de haberse quedado dentro de la goma. Porque no me negaran que todo esto relacionado con las pensiones de jubilación, o es una medida de presión al pobre y desgraciado pensionista para que se someta a la confabulación de los astros, o bien es el coño de la Bernarda que, para el caso, es lo mismo.