LA SAGA DE LA
FELI
LA RAMBLA DE
LAS FLORES
Barcelona, cap
i casal de Catalunya, vivía aquellas primeras décadas del siglo XX con cierto
signo de resignación, en 1895 España perdió la guerra con Estados Unidos y, con
ella, Cuba. También cayeron Filipinas, Puerto Rico y Guam. ¡Chico, vaya palo! A
la humillación de haber perdido sus colonias, hay que añadir las enormes
pérdidas de combatientes. En fin, ya se sabe, los españoles dijeron a los
americanos aquello de <si tienes cojones me lo dices a la cara> y, claro,
la escabechina fue de las que hacen época. Se acabaron los paseos por el
malecón de guapitos de cara con un habano en la siniestra y el látigo en la
diestra. Para hacerse una idea basta decir que las colonias de ultramar eran
para España lo que el Imperio Británico era para Inglaterra. Eso sí, a la
inversa, al revés. A salir por piernas. Al igual que en América del Sur, en
Cuba el único legado que dejamos fue un idioma casi ininteligible, chapucero y
ordinario. Por el contrario, en todas las ex colonias del Imperio, se habla
inglés.
Ya digo, aquí
se vivía con cierto desánimo, para algunos con melancolía y todo. Pero qué coño,
esto es España, el poco trabajo que había se lo repartían los de siempre, el
sombrero de copa iba a menos, los obreros comenzaban a organizarse, y los
burdeles registraban una actividad frenética. Pero ¡tachin! Aparece un
salvavidas que se pasa la Constitución por el forro de sus testículos y declara
aquello, como hombre de pacto que era, <Aquí no hay más cojones que los
míos>, todo ello bajo la cálida aquiescencia del rey Alfonso XIII. En fin,
años convulsos
y revueltos. Miguel Primo de Rivera.
La Rambla de
las Flores, donde ya no hay flores pero vestidos de lunares sí y sombreros
cañís también, era ya descaradamente la arteria principal de Barcelona. Ahí
latía el pulso de una sociedad ávida de prosperidad y bienestar. Los obreros
van añadiendo eslabones a su cadena organizativa, los grandes fabricantes,
sobre todo textiles, empiezan a abrir la espita de la opresión, logrando entre
todos una mejora muy perceptible del mercado de trabajo, aunque de corto
recorrido.
El Liceu funcionaba a toda máquina y el público aficionado y
entendido quedaba soslayado, apartado, barrido, por un minúsculo tropiezo, el
precio de las entradas. Por el contrario, la platea, el anfiteatro y los palcos
en propiedad hervían de caballeros y damas ataviados con las mejores galas,
elegantes ternos firmados por sastrerías inglesas y bellos vestidos de gasa y
terciopelo que prestigiaban aquel distinguido público que confundía Puccini o
Manon con cerámica de La Bisbal. Por no hablar de los buscados antepalcos,
había quien lo cedía o alquilaba, en donde un determinado caballero se
despojaba de su terno y se quedaba en calzoncillos para cumplir el expediente
con su Mari de turno, vestida tan solo con una pulsera a juego con un pesado
collar de hojalata. Dicen los bromistas que al final de Andrea Chenier, recién vista por éste humilde servidor, se produce
un redoble de tambor y timbal que hace crujir los sentidos y el alma. Pues
bien, dicen que ese preciso instante lo aprovechaba algún listillo para
conseguir el subsiguiente orgasmo, por decirlo así, pero es falso, es una
burla. Como mucho se producían en el momento de subir el telón, al inicio de la
ópera. Para cuando lo del redoble ya llevaba puestos los calcetines y la Mari le ayudaba a levantar sus pesados años. Pero claro, ya sabemos que en aquel
tiempo era un signo de buen gusto contar en el patrimonio con la propiedad de
una amante, una querida, una mantenida, una Mari, vamos.
Durante los
entreactos era costumbre acudir al salón de los espejos para convertirlo en el
de los pasos perdidos. La gente hablaba caminando alrededor de la gran sala.
¿Le ha gustado Sra. Rubinat el primer acto? O sí, excelente, la escena del
contrabajo y la soplano ha sido realmente tierna. A ver, el bajo, no
contrabajo, y la soprano, no la soplano, no son un error, un lapsus, que va. No
es más que el léxico de una gran dama, enjoyada hasta las ingles, la cual, no
tiene la más mínima puta idea de lo que está hablando y, para más inri, le
importa un huevo todo lo referente al mundo operístico. Ocurre que su marido la
ha premiado para llevarla al evento, y ha dado fiesta a la Mari, que se ha
cabreado. En ese paseo circular tan y tan distinguido, no tienen cabida el
montón de fulanas que aguardan obedientes en el antepalco, rascándose las pecas
de la barriga y maldiciendo su pérfido destino. Con suerte recibirá una
chocolatina de coco envuelta en papel higiénico. Las hay que nacen con un pan
bajo el brazo y las que lo hacen amamantadas con tintorro, como Édith Piaf. Todo este glamur hoy está muy difuminado,
casi evaporado. Hoy te enfrentas a una cola y un tío delante con los tejanos
como un colador, para enfundarte uno de jamón y copa de tinto. Veinte euros, no
te jode! Pero en fin, mejor así. Haces ver que miras con interés los espejos y
pinturas y quedas como un señor, o bien te quedas mirando el mosaico,
espléndido, como si te preocupara mucho, mientras le das al jabugo. <La
música es la palabra del alma sensible como la palabra es el lenguaje del alma intelectual>
¡Toma ya!
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