dijous, 28 d’agost del 2014

RETIRADA

Cerrar maletas y salir pitando no ha sido  tarea difícil, otra cosa son la cantidad de trastos adicionales que hay que cargar y encima que te llamen gruñón. Allá han quedado la brisa, el mar, la bicicleta, la arena, las lubinas al horno, y los gratos recuerdos de un año más, y uno menos, tomando liquidas notas de todo cuanto estos reparados ojos han sido capaces de captar. No es nada espinoso, al contrario, únicamente has de hacer tu vida y ser sensible a todo cuanto te rodea en todo momento, y eso incluye a la legión de soplagaitas que abundan más que el picor de almorranas. Porque seamos real y cruelmente sinceros, pululan desde Port-Bou hasta las Casas de Alcanar tal cantidad de homo cursis y florecitas con pareo, que salpican el paisaje con nubecitas de tontera y perfume de quiero y no puedo. Pero tampoco es nada nuevo, las auto exigencias de aparentar lo que no se es, desgraciadamente, es algo común y en muchos casos congénito. Por qué nos cuesta tanto aceptar el papel que nos ha tocado representar en este valle? Y si no  que se lo pregunten a los cientos de coches que han sido devueltos a su lugar de origen, a las segundas residencias fagocitadas por los inmisericordes poderes financieros, o los espurios cruceros navales impagados en cómodos plazos. Por no hablar de aquel que está capacitado para sestear quince días, pongamos en Falset, y se larga dos semanas a las Seychelles con sus bonitas bermudas made in China y un montón de deudas en la mochila. Hemos sido triturados todos por la tercera guerra mundial en la que se han cambiado las balas por el apocalipsis financiero dejando al descubierto más cadáveres que en la convencional. Y el balance es desolador para millones de personas. Si a eso le sumamos la irresponsabilidad e inacción de algunos gobernantes que les preocupa más el peso de sus bolsillos que las penurias de sus administrados, entonces la hecatombe ya está servida. Razones más que suficientes para que todos seamos conscientes de nuestras limitaciones y sepamos tomar las decisiones y escoger las opciones idóneas, para no añadir más dramas a las tragedias individuales porque fulanito va, tiene, viaja, come o conduce lo que en conciencia uno no puede permitirse.

Le di una propina de fin de ciclo a Joaquín, el camarero del náutico. Es una buena persona pero poco dotada para el trato con el público, apenas habla y se expresa con muecas o encogiendo los hombros. Se esfuerza pero la timidez le traiciona, ha aprendido a decir; Bon dia, como vurgui, hi han nuvus, li limpiu la taula. Me dijo que en quince días le vencía el contrato de temporada y que regresaría a su pueblo, sin otro estímulo a la vista que el de poder estar con la familia. Me sentí incomodo y contrariado y le estreché la mano al marchar. Bajo las olas de blanca espuma, las frituras de pescado congelado, el te gusta mi coche nuevo o el acabamos de llegar del país de los tulipanes, se esconde una tragicomedia monumental de la que no podemos sentirnos ajenos.


Al doblar la suave y cerrada curva en la que aparece el “Skyline” de mi redil siempre exclamo; por fin, Nueva York!!  Antes se reían mis acompañantes pero ahora son ellos los que anuncian: atención que estamos llegando a Nueva York! Es un lugar pequeño, de poco ajetreo y buena gente. Mañana se celebra la fiesta de la vendimia y pasado quien sabe. En los lugares pequeños la mejor noticia es que no haya noticia, ya hay quien se ocupa de amargar la vida al prójimo. Las largas hileras de los viñedos apuntan al horizonte con las pampas en perfecto estado de verde revista, está atardeciendo y los muros del monasterio proyectan la rectilínea sombra en la que buscan refugio aves y rastreadores de cien patas, mientras en el lado opuesto las milenarias piedras ya han adoptado ese divino tono de manzana al horno. Qué lejos queda ya la blanca melodía de las olas. 

dijous, 21 d’agost del 2014

CRONICAS EN TINTA AZUL (y VIII)

Bien, parece que la fiesta toca a su fin, la apoteosis de las sombrillas, los cuerpos embadurnados de filtros solares y alcohol de colores, las gafas multi fashion, el paseo de media tarde, los mojitos al calor de dos pechos intrigantes bajo una mirada lasciva. La fiesta veraniega toca a su fin para la mayoría, para la mayoría de todos aquellos que pueden permitirse empuñar una maleta y dar rienda suelta a las ilusiones acumuladas durante once meses. Punto y aparte de una fiesta mayor sin gigantes ni cabezudos, nostalgias nocturnas de unas manos entrelazadas al calor de un ron caliente y la tristeza de un marinero añorado. De las palmeras de colores escalando al cielo y descubriendo con su pestañeo imprudente los furtivos devaneos de dos cuerpos ardientes al pairo de unas rocas y un lecho de arena ¡Fue un mal momento, no volverá a ocurrir!  La carne es débil y la razón, a veces, generosa y condescendiente. Me dijo un buen amigo que el verano propicia las infidelidades, pero era tanto el rumor de las olas que fingí no oírle, el mar embestía codicioso y dominante y yo no percibía quebrantamientos de afectos ni juramentos, tan solo atisbaba a ver el mar.

Mal año, fatal verano para gran parte del territorio, la gente busca sol y la cegadora luz que les permita descubrir horizontes nuevos, paisajes con los que no contaba, conversaciones al arrullo de momentos irrepetibles, acariciados por la húmeda y sazonada brisa de la noche. Las lluvias han frecuentado de tal manera que los bosques y prados del Pirineo parecen instalados en el excelso verdor de la primavera, y la vegetación, pletórica y exuberante, invade vertientes y bancales que el hombre todavía no ha calcinado. Los veraneantes han visto decepcionadas sus aspiraciones de unos pocos días, chantajeadas por la lluvia y el viento y la gente de la montaña ha renunciado a las largas travesías por caminos y senderos temerosos del cambiante cielo. Y los comerciantes han escrito demasiadas veces en el asiento del día la palabra lluvia, la esperanza de cuadrar las cuentas del año en tan corto espacio de tiempo se ha ido al garete. Las calles mojadas y los cajones resecos.

La larga hilera de enormes cipreses que circundan la casa, de buena mañana, comienzan a ceder en su rigidez e inmovilismo y agitan lentamente sus afiladas copas, creo que se trata de una señal, un aviso. Me recuerdan que mis días aquí se están consumiendo, apenas diez días malcontados. Como siempre, como cada año. Nunca digo adiós ni hasta la próxima. Saben que volveré por el mismo camino que me trajo aquí como siempre, como cada año. Oigo las embestidas del mar sobre la arena, el reloj de las horas espumosas. Mañana, o quizá pasado, me acercaré a charlar con las olas, pero no se lo diré a nadie, como siempre, como cada año. Me dijo alguien que escribe, y escribe bien, que todos aquellos que volcamos nuestras vidas en un puñado de folios, tarde o temprano terminamos hablando con el mar. Yo le di la razón con un largo silencio porque hace ya muchos años que me siento en la mesa del castillo de proa y bajo la luz tremola de un viejo candil debatimos el mar y yo, la oscura profundidad de lo desconocido contra la desnudez de las palabras. No alcanzo a entender muchas de las cosas que me dice, pero le escucho embobado..


Pero no me duele la partida, amo al mar pero soy ardilla de bosque, cruce de caminos, resina de pino. Me instalaré como siempre, como cada año, en mi atalaya de secano para comprobar que todo sigue igual, que el bosque permanece a mi lado, que las largas hileras de verdes viñas claman ya por ser encerradas en hogar de cristal, los almendros suplicando que alivien el peso de sus ramas. Y el padre olivo, centenario y retorcido por las inclemencias, ejerciendo de Lampedusa  para que todos los cambios que se avecinan no modifiquen el estado actual. Como siempre, como cada año. 

divendres, 15 d’agost del 2014

CRÒNICAS EN TINTA AZUL (VII)

El lunes tuve que ceder, claudicar, abjurar de mi estimada rutina, y dejar huérfana una parte de la costa mediterránea sin mis observaciones a pie de agua. Literalmente secuestrado y privado de mi autoridad patriarcal, se organizó a mis espaldas la asistencia a lo que hoy le llaman un concierto, en Calella de Palafrugell. El evento fue dentro del Festival de Cap Roig y la estrella del acto Sergio Dalma. He de reconocer que el artista tiene gancho, pronto se hace con el dominio de las tablas, conecta con el público y sus melodías romanticoides, pegadas a esa voz destruida entre polvo de chatarra y carajillo de ron, llegan a satisfacer el patio de butacas. Es de estos cantantes que, en todo caso, no dejan a nadie indiferente. Para qué negarlo, me gustó. El quid de la cuestión es que hace un par de semanas propuse la genial idea de acudir a Peralada para asistir al concierto, con mayúscula, de Jonas Kaufmann. La respuesta unánime fue “no digas tonterías”.

Hace mal tiempo, las nubes cubren los resignados bronceados que deambulan por las calles de la población, predominan los grupos familiares y las parejas. Singularmente las parejas son de avanzada edad o muy jóvenes. Los más veteranos visten prendas que les resten años pero que a la vez incrementan su ridícula estampa. Los adolescentes, sobre todo ellas, no sabría decir como visten porque es tarea meticulosa descubrir si van vestidas o no. Las bicicletas, sin mencionar la mía, también son elementos que perpetúan su presencia por todos los rincones. Desde mi atalaya particular apuro la tónica, una noticia me ha dejado atónito y, en mala hora, el hielo se ha fundido. Un auténtico caso de renovarse o morir, de reinventarse, es lo que le ha sucedido a la empresa Denier S.A. Antiguo fabricante de copas  de sostenes que se encontraba en caída libre y ahora navega a velocidad de crucero con la confección de bañadores con relleno destinado a  “realzar la belleza de las formas masculinas”, también por detrás. Se lo he comentado a Joaquín, el camarero, mientras me servía dos cubitos con cuatro gotas de whisky, el hombre me ha mirado sin pestañear y se ha encogido de hombros. Tan dado como soy al conservadurismo en las formas y al negacionismo de la excentricidad, me he preguntado si no sería buena idea hacerme con una prenda de éstas, llamadas pack up, y sorprender a mi mujer desde lo alto de la escalera en actitud agresiva y fiera. Pero una vez despierto y con los pies bien anclados en el suelo, he pensado que una vez despojado de la prenda igual acusaba un zapatillazo en el pescuezo. Más que nada por una cuestión de realidades y evidencias indiscutibles sin reinvención alguna.

Las páginas salmón del diario, dedicadas en verano a la cosa refrescante y sandunguera, informan de las andanzas playeras del tal Kiko Pantojo, al que no tengo la desgracia de conocer, oigo decir que es un buen tronco, un pedazo de madera al estilo ortiga picante, que no ha dado palo al agua en su vida y vive de cojones, como diría el bueno de Pepe Rubianes que de adjetivar sabía un huevo. En la foto aparece emergiendo de las olas y mi cortedad de descripción me impide ver otra cosa que no sea un abdomen a punto de estallar con barba y gafas de sol.


Como posiblemente recuerde el lector, este año no me he desplazado unos días, como cada verano, a Port-Bou, si bien la razón ha sido una causa de fuerza mayor. Tampoco me he desplazado a Montpellier para presenciar uno de sus fantásticos espectáculos operísticos al fresco nocturno. No sé si es que estoy entrando en recesión o tal vez se trata de que el conformismo haya hecho mella en mí. Sin embargo yo creo mantener mis principios. La semana pasada me susurraron al oído que acompañara a mis nietecitas al “concierto” de David Bisbal. Me negué en redondo y enfurismado. Sí, creo que mantengo mis principios.

dimecres, 6 d’agost del 2014

CRÓNICAS EN TINTA AZUL (VI)

Lo primero que hago por las mañanas, antes de salir a captar la instantánea  cotidiana, es sacar la perrita a hacer un paseo y que tome nota de las fragancias matutinas provenientes de los regadíos vecinos, antes de impregnar el momento con sus antagónicas y escatológicas olores. Muy a menudo, casi a diario, se produce la esperada coincidencia del paso de una señora de ya avanzada edad, no me gusta decir una señora mayor sino sólo señora. Es esbelta y delgada como un fideo, alta y de pies pequeños, tiene los dedos de la mano largos y afilados y camina con aires aristocráticos. Se cubre con una pamela blanca no muy grande y con la mano sostiene una sombrilla también completamente blanca. Recuerdo que al principio, tal vez desconfiada, se alejaba de mí yendo a la acera opuesta, ahora ya no, pasa por el lado y responde a mi saludo con una sonrisa y una dulce mirada al perro. Muchas veces el momento queda medio desgarrado por el paso de un tren veloz que brama como una fiera liberada mientras corta como un cuchillo en dos un campo de olivos y atraviesa el puente. Se dirige a la playa, pero al no llevar bolsa ni cesta debo entender que sólo va a pasear, un saludable hábito diario. Sin saberlo diría que debe de hacer como yo, debe hablar con el mar, mirar el horizonte sentada en una roca y esperar las respuestas del viejo amigo Neptuno. ¿Por qué me ha huido la vida como un puñado de arena entre los dedos?

Hay un tema que me tiene bastante preocupado y muy cabreado: pronto hará dos meses que como frutos del mar con goma de manguera. Es inaudito, inexplicable, inverosímil, desconcertante, casi todo el pan que se vende en la costa es talmente una mierda integral, que no quiere decir de régimen. Principalmente me refiero a la maltratada Baguette, representante genuina de las esencias harineras francesas; delicioso, crujiente, esponjoso y perfumado. Y que quede claro qué en ningún momento estoy hablando de los panaderos de pueblo y mucho menos de los fabricantes de masa congelada que, con toda modestia, conozco muy bien. Tanto es así que lo voy a buscar a un pueblo de interior cada día. Sí que hoy te dan la comodidad de tener pan en gasolineras, quioscos, chiringuitos, charcuterías y posiblemente pronto en tiendas de lencería, y que todo lo que hacen es cocerlo. ¿Dónde está el problema? Pues en la cocción. No hay buen profesional que no tenga en cuenta temperatura, tiempo de cocción y humedad teniendo presente el clima, básico para hacer un buen pan. Y como que por estos lares cuece el pan el primero qué pasa, el resultado suele ser lastimoso, el precio no. Una tarde al sacar el pan de la bolsa para cortar unas rebanadas a la nieta, se dobló como un bumerang, las puntas se tocaban, y la niña dijo que es eso, abuelo. Y yo que soy de fácil cabreo le iba a decir es un hombre triste y solitario, pero, claro, la mujer me fulminó con un calla ... calla ..., que te veo venir.


Tiempo habrá para examinar las estadísticas pero, digan lo que digan, este año se ve menos gente por las playas y los restaurantes y tiendas. Se quejan, y aunque sea un deporte nacional me parece que lo hacen con razón. También es cierto que ir a comer en familia en un restaurante digno, no baja de los doscientos cincuenta euros, y ni la cosa está para estos dispendios ni la mesa es una orgía pantagruélica. Y por otro lado toda esta multitud de ingleses y franceses que llevan unas camisetas y sandalias de a dos perras la tirada y que han venido con un forfait cerrado, si los sacudes del revés no se les cae ni la caspa. En fin, turismo de alpargata y birra, primera empresa nacional... "To be or not to be, that its de question".

dissabte, 2 d’agost del 2014

CRÓNICAS EN TINTA AZUL (V

Creo que ya he revelado en distintas ocasiones mi afición en verano a desayunar en lugares donde la perspectiva marítima sea esencial, primordial diría, y poniendo mucho en valor si el establecimiento dispone de Wifi. Aquí en la costa la falta de cobertura es un pecado imperdonable, me tiene aburrido, he contratado 4 gigas adicionales y me duran lo que un bollo en la puerta del colegio o en las manos de Bárcenas. El caso es que en las dos últimas semanas he querido probar dos nuevos establecimientos en donde desplegar mis conspicuas dotes de observación unido al frugal desayuno. Constato que a igual menú, mismo personal, idéntico horario, misma terraza, en todos ellos se producen fluctuaciones de precio cada día que van de: 5’80, 6’40, 7’80 euros. No protesto nunca pero me parece un deplorable bochorno, una nefasta política empresarial, una procaz ofensa a la gente de bien, y a la de mal también. Hace pocas semanas desembolsé por una botella de frío y agradable, pero absolutamente intrascendente Chianti, desde 8 hasta treinta euros pero, claro, era en La Toscana y entonces ejerces de guiri tan a gusto. Y de las copitas de Grapa ya me callo.

No llueve pero el cielo está plomizo y nubes amenazadoras cabalgan hacia mi zona. Creo que este es el tercer verano que no me sumerjo en la fría e impactante agua del mar ni en la solitaria piscina. Pero no por ello voy rebozado de mugre, la ducha mañanera y muchos días la de tarde-noche, se ocupan de higienizar mi funda dérmica. La impresión que me produce el agua fría no creo que sea buena para ,  llegó un momento que se me erizaba el cabello, el corazón se aceleraba peligrosamente, el vello corporal se electrificaba y llegué a temerme lo peor. Casi comparable a un regio orgasmo, pero en frío. Por cierto, al orgasmo no he renunciado pero como si lo hubiera hecho.Aquí en casa, ya saben, nos repartimos el trabajo sin ningún problema, solo somos dos. Yo salgo con la bicicleta poco antes de las nueve y mi mujer se ocupa del resto. De esta forma se hace todo más llevadero. Ella tampoco va nunca a la playa, que la tiene a un paso corto, como mucho sale a la piscina una horita y no todos los días. Yo no me meto jamás con el prójimo, pero si me gusta decirles lo que hay que hacer. Los hijos y los nietos campan por sus respetos, a lo sumo nos visitarán un par o tres de días en agosto.

Hoy hace un día realmente bochornoso, casi que asfixiante, y no me refiero precisamente a los rayos solares. Ahora mismo me acaban de servir la tónica helada y el café de rigor, cortito, pero con sabor a esencias de droguería. Decía que el calor es sofocante, pero nada a ver con las borrascas, las lunas o las isobaras. En todo caso los varapalos que nos llegarán de la árida meseta. La visita del president a la caverna de los dinosaurios y los influjos pujolianos puede sufrir un traspié, pero no adelantemos acontecimientos, ya se verá. En cualquier caso habrá que seguir picando piedra.

He recibido un email que me ha alegrado la mañana, pero por poco tiempo. Corto pero explícito y esperanzador: Te necesito, te amo. Ante lo cual he procedido a investigar de inmediato si el remitente era una fémina o de algún torso peludo. Una vez aclarado el enigma he redactado la respuesta adecuada y educada: Sra. o Srta. Debo deducir que algún dedito la ha traicionado y ha pulsado una tecla equivocada. De no ser así, le ruego que me disculpe por no poder responderle en los mismos términos. Nada me gustaría tanto como sentir esa pasión que desprende entre mis brazos, aunque ya no estoy para muchos achuchones.No obstante, si frecuenta usted mis círculos, guíñeme un ojo, al menos sabré de qué y con quién hablo. Respetuosamente, Pep.