El
pasado lunes se abrían las puertas a una semana que me prometía tranquila y sin
sobresaltos inesperados. La presión del sol condicionaba pero no llegaba a los
récords de días anteriores. De viernes a sábado la concentración de gente fue importante.
Y la tan manoseada verbena de San Juan cumplió los mejores pronósticos. Una
multitud de gente cargada de cocas, y un éxito -patético-, la afluencia de
grupos a la arena en la noche del solsticio. Digo patético porque el estado en
que se despertó la playa daba una imagen más que lamentable. Por todas partes
había una sucesión de círculos que evidenciaban la posición de la gente durante
la larga fiesta. Pero la gente ya no estaba, sólo era mierda en cantidades
industriales: restos de madera quemada, envases de comida preparada, botellas,
latas, papeles y un largo etcétera. Me detuve cerca de una máquina que labraba
la arena a fin de aflorar la porquería enterrada, "Mucha suciedad, no? Pues sí, y condones también". Hay un
dato curioso ahora, ya no sólo son adolescentes y los más espigados. Parece que
hace más "in", más moderno, como más progre, se ve gente de
cuarentena y cincuentena como se ponen ciegos amorrados a la botella. Ya tarde,
y agrietando la noche, todos al agua. Abrazos, risas, besos, la luna,
tocamientos e intentos fracasados de polvos líquidos. El agua fría, el
cerebro adormecido por la hora y el alcohol, y los ardores íntimos, hacen mala
combinación. Al día siguiente te dirán que hacía mucho calor y se bañaron para
refrescarse y ver la luna de más cerca. Y como buenos imbéciles nos lo creeremos. Huelga decir que la escena de baño
nocturno se produce en pelota picada. ¡Cielo,
porque te mirabas tanto aquella muchacha de los pechos como misiles! Tú misma!
Lunes
transcurrió sin incidencias destacables. Cuatro gestiones domésticas e ir
criando barriga. Martes ya no, martes muy posiblemente pasará a mi atropellada
historia como una larga jornada de esfuerzos y sufrimientos. Estaba contento
porque tenía la bicicleta limpia y engrasada, hacía buena pinta. Por la mañana
la remojé y enjaboné en la gasolinera. Una vez en casa, piñones, cadena y
puntos de fricción, debidamente engrasados. Batería recargada, sin ella no hay
paseo. Tenía un buen pretexto para el paseo, resolver un malentendido de escasa
importancia en el pueblo de al lado. Nueve kilómetros por el circuito de la
playa, y uno por camino de tierra. Todo correcto, la brisa acariciándome el
rostro y la gorra desafiando el sol. La verdad es que ya tengo las cuatro
extremidades, sólo tengo cuatro, bien barnizadas, el moreno se ha instaurado.
Eso sí, desnudo soy igual que un BIC de dos colores, lo que antes llamaban
moreno paleta. Ya de vuelta a casa, en el camino de tierra, al pasar por encima
de una alfombra pedregosa oí un ruido seco y de mal presagio. Efectivamente, la
llanta trasera tocaba el suelo y el neumático reventado. Dejé la gorra colgada
del retrovisor y me dispuse a pensar cuáles podían ser las mejores opciones
ante la gran contrariedad, o putada, depende del estado de ánimo, con lo cual era
sin lugar a dudas, una evidente putada. Idea! Se me encendió la luz; el camino
de tierra hasta la playa era bajada, y dado que todas las herramientas que
llevaba encima no eran ni un corta uñas, así lo hice. Incluso subí a la bici y
con suaves pedaladas fui bajando, si bien que, cuando llegué al Mediterráneo,
la llanta no era más que un proyecto metálico. La idea consistía en atarla a un
árbol o una señal y recogerla por la tarde con el coche. Pero me sentí culpable
de abandono, de ser un mal padre. Mi hija tiene la casa a unos cinco kilómetros
en mi dirección. Arrastrar el artefacto no lo encontré pesado, al principio.
Pero madre mía, cuando una hora y media después llegué a casa de mi niña, no
había niña ni nadie. Yo estaba al límite de mis fuerzas, casi moribundo por así
decirlo, y el tobillo derecho sangrando de la cantidad de veces que el pedal se
cebaba en mí. Bueno, la amarré en la
puerta de la casa y me fui. Faltaban cuatro kmts, hasta casa y era tan
desesperado mi estado que los llamé diciéndoles que no me esperaran para comer
y mucho menos que me hicieran preguntas. Todo mi deseo se centraba en una sopa
de aspirinas, un flan de ibuprofeno, masaje intensivo de pies y mi cama de dos
metros. Tan ilusionado que estaba por la mañana con la maldita bicicleta.