Lejos
de considerarme un especialista ni un entendido en cine, si he de reconocer mi
innato entusiasmo y fervor por este arte calificado como séptimo. El cine reúne
todos los escenarios precisos para juzgarlo como vidas paralelas, siempre
encontramos en él analogías o diferencias substanciales con nuestras propias
vivencias, con nuestra forma de vivir. Todo empezó con los hermanos
Lumière cristalizando sus experimentos e
investigaciones con la proyección de un film en el que se reproducía la salida
de los obreros en una fábrica de Lyon. Esto era el día de los Santos Inocentes
de 1895. Desde aquel entonces se han sucedido superlativos cambios, como el
sonido, las películas en color, la aplicación exhaustiva de todos los adelantos
técnicos, hasta la exhibición de productos visuales para mayor honra y gloria
de sus protagonistas en un aquelarre de márqueting universal y un lucrativo acomodo de sus
bolsillos.
A
los oídos de los no iniciados, como yo, resuenan más los nombres de directores
y actores americanos, en parte por sus grandes producciones y sus generosos
recursos. Y que han posibilitado que gente que transitaba por las cunetas de la
marginación hayan alcanzado el zenit a través del trabajo de renombrados
guionistas y una impecable puesta en escena. Factores que no han podido evitar,
tras un periodo de bonanza y encumbramiento, que una parte muy significativa de
todo este mundillo de los Stars i Starlets, haya sucumbido al amparo de la
droga, el libertinaje, alcohol y mala vida. Se trata de las pérfidas sombras de
los grandes estudios de Hollywood.
Pero
sin menoscabo de lo dicho, hoy mis preferencias se dirigen al cine europeo y en
concreto a los grandes realizadores italianos. El cine italiano surgido tras la
segunda guerra mundial aportó al séptimo arte una gloriosa nómina de ilustres
directores y artistas. Con un denominador común: Enfocar el objetivo mostrando
las condiciones más humanas de una sociedad depauperada, hambrienta y
desarraigada que mediante la comicidad caustica dejaban escritos verdaderos
documentos visuales de un tiempo y un país. No fueron nada ajenos a este
movimiento, Michelangelo, Fellini, Rossellini, De Sica, Visconti, Lattuada , De
Santis o Zampa. Genios casi todos ellos detrás y delante de la cámara.
El
listado de artistas es tan dilatado que solo menciono algunos para dar
testimonio de aquellos maravillosos líos y enredos: Virna Lisi, Ana Magnani,
Sofía Loren, Silvana Mangano,Gina Lollobrigida, Mónica Vitti. Y en cuanto a sus
oponentes es de ley mencionar a De Sica, Mastroiani, Vittorio Gasman, Alberto
Sordi, Aldo Fabrizi, Nino Manfredi. Todos ellos son solamente una ilustre
muestra.
Ladrón
de bicicletas, Arroz amargo, Roma ciudad abierta, Noble gesta, Senso, La tierra
tiembla, Bellísima, La Strada, La Dolce vita, Y la Nave va. Películas
irrepetibles, en absoluto efímeras y rodadas con rotunda maestría por un
ramillete de realizadores y actores que dieron nombre a un estilo y a una
manera de revestir la realidad con humor y la tragedia con ingenuidad. La
constante lucha por la supervivencia, la astucia revestida de refinados gestos,
el horror de la guerra, el éxodo a la gran ciudad, las malas compañías, la
lujuria y erotismo de hermosas mujeres. En fin, el ridículo, la timidez, la
arrogancia, el doble sentido. Las miradas, los besos, la crítica ácida, la
morbosidad, el hambre. Tópicos que no lo son, porque se trata de historias
contadas a través del ojo de una cámara pilotada por maestros de la narración
filmada, en donde el menor gesto o la mueca más nimia alcanza la excelencia
pura.
El
Neorrealismo italiano abrió el fuego con Roma ciudad abierta, de Roberto
Rossellini. Un buen puñado de ellas fueron producidas en los estudios de
Cinecittà, Roma. Pero quién no recuerda a Alberto Sordi ataviado de gondolero,
Aldo Fabrizi cortando la sandía en un multitudinario día de playa o Mastroiani
besando la exuberante Anita Ekberg en la Fontana di Trevi. De Sica, distinción
y pose, de carabinieri, i Peppino de Filippo presumiendo de comisario. La magia
del cine, si es que la tiene, entonces hemos de convenir que todos estos
personajes fueron verdaderos magos, no ilusionistas, sino magos a secas, escultores
de la realidad mundana.