A medida que van pasando los días, durante estas largas fiestas, los vamos
contando por sobremesas, me refiero a mesas donde se engulle todo lo que se nos
pone por delante, sea para comer o para cenar. Dudo que la costumbre provenga
del cristianismo, más bien lo asocio al canibalismo. Comemos y bebemos como
náufragos recién repescados, como rescatados del infierno y las penurias. Las
comidas son largas, contundentes, variadas, grasientas y opulentas. Seguramente
son proporcionales los momentos que nos alargan nuestras pasiones en disfrutar
las viandas con el tiempo que se nos acorta la vida por los excesos. Pero ya se
sabe, somos humanos y la humanidad es lo más equino que hay en el mundo animal.
Has probado este vino? No, no lo
conozco, pero por la añada ya veo qué será excelente. Pronto comienzan las
sutilezas, delicatesen y actitudes respetuosas que, a medida que el tiempo vaya
transcurriendo, irá calentando el ambiente, y el dios Baco abrirá sus
entretelas para hacer notar su presencia. El vermut, vino blanco, vino tinto,
el cava, la mistela o moscatel de los postres, la copa, el chupito, en fin, que
cuando comienza la tanda de los gintonics de media tarde, incluso los más refinados
de piel ya evidencian un laberinto cerebral de tres pares de huevos. Los charlatanes
que no callan ni con amenazas, la dueña de la casa encerrada en la cocina bajo
una montaña de platos, bandejas, cubiertos y ollas, implorando que no vuelva
otra Navidad, los niños jugando la final en el recibidor con la maldita pelota,
el novio de la cuñada desgranando lo mal que le pagan en el trabajo y resulta
que no tiene trabajo, la abuela en un rinconcito adormecida con la cabeza baja
y un chupito aferrado a la mano y el perro bostezando sobre la cama de la
abuela. Escenas de Navidad que se repiten año tras año. Eso sin mencionar al
dueño de la casa que a media tarde, con los ojos extraviados, y la ayuda de su
hermano soltero, el tío, se empeñan en poner canciones de Luis Mariano y Jorge
Negrete con el volumen por las nubes y los exabruptos provenientes de la cocina
a puerta cerrada.
Hay muchas personas que por legítimas y distintas razones no les gustan
estas fiestas. Pero no sé muy bien por qué, yo creo que a la mayoría sí que les
gustan. Se ha extendido y proliferado la costumbre de hacerse regalos, cuando
antes eran propiedad privada de los reyes magos de oriente. Ahora, al menos los
adultos, se intercambian obsequios donde el rasgo destacado no es el precio o
valor que puedan tener, sino el acierto y el gusto en escogerlo. Se trata de
ser imaginativo como para halagar a la persona regalada, saber tocar la fibra
sin romperse el bolsillo. Y tengo que reconocer que hay personas con mucho
gusto para estas cuestiones. Yo no, negado. De todos modos, como que la mente
humana es indescifrable, también abunda el caso en que haciendo un regalo que
tú crees sorprendente y de muy buen gusto, el receptor o receptora se deshace
con afectaciones, alguna lagrimita y dos besos pero cuando se da media vuelta
le susurra a su pareja al oído, vaya
mierda de regalo. Si, es un día en que la expresión "vaya mierda de
regalo" se convierte en top trending news. Pero aunque lo oigas no te
puedes enfadar de ninguna manera, porque a causa de la ley compensatoria,
también has considerado una verdadera mierda el regalo que te han hecho. Y ya
se sabe, todos felices.
En la vida todo son tópicos y hábitos, caminamos siempre por el puente de
las repeticiones, todo es sabido y todo es ignorado. Ahora viene la odiosa cena
de fin de año y se repetirán los tópicos: Nena,
pero dónde vas enseñando las tetas con este vestido? Es que se me ha encogido.
Y tú dónde vas con la bragueta abierta? Joder niña, llevo 25 cenas de fin de
año diciendo que lo arregles. Pobre, ya ni se da cuenta de que no es la
cremallera, sino la cerveza que achucha por dentro. Levanto la última copa para
desearles un muy feliz año nuevo!!