El pasado día 27, en un artículo publicado
por La Vanguardia, Borja de Riquer se
hacía eco de las declaraciones de un colega suyo de la universidad de Medellín
a propósito de las relaciones entre Catalunya y España. Decía el colombiano
haber comprobado que los gobernantes de Madrid actuaban de la misma manera que
hace doscientos años con los criollos de Nueva Granada que clamaban "Viva
el rey y muera el mal gobierno". Aquí en Colombia a principios del siglo
XIX no había muchos independentistas, pero sí había un gran descontento por la
política que practicaban los funcionarios españoles, y las quejas ante los
virreyes y el gobierno de Madrid que no recibieron nunca la más mínima
atención. Esta desatención, acompañada de un notable desprecio hacia la gente
de aquí, fue lo que hizo crecer los partidarios de la independencia. No querían
depender de aquellos funcionarios corruptos e ineficaces y de aquel gobierno de
Madrid, tan lejano como soberbio. Sigue el docente, cuando oigo hablar Rajoy, y
sobre todo la vicepresidenta Sáenz de Santamaría me parece que estoy sintiendo
lo mismo que decían los virreyes y los gobernadores españoles de hace dos
siglos. Sólo saben amenazar con castigos y leyes y se muestran tan arrogantes
como desconocedores de los problemas. Da la impresión de que los gobernantes de
Madrid contemplan a los catalanes como hace dos siglos miraban a los habitantes
de sus colonias. Todo ello propició la emancipación de toda la América
continental. Creo, concluyó el amigo de De Riquer, que estos que hoy gobiernan
en Madrid también acabarán perdiendo Cataluña porque no tienen la mentalidad de
políticos, sino de funcionarios que no están dispuestos a negociar nada con
nadie.
La baja calidad democrática y la crisis
territorial han evidenciado la ausencia de verdaderos hombres de estado con
capacidad de comprender la naturaleza real de los problemas y abordarlos con
valentía antes no se pudran y sean muy difíciles de resolver. No tienen
sensibilidad ni capacidad política para adaptarse a los cambios y las exigencias
sociales. Por principio los políticos españoles, y una parte importante de la
población española, anteponen la amenaza y la violencia a cualquier tipo de
pacto o cesión. Nada de acuerdos en una mesa, ordeno y mando y juego raso y
patada en el culo. La ignorancia, la envidia y la arrogancia hacen el resto,
primero resistir hasta la muerte antes que ceder o negociar. Retroceder todos
antes de que tú prosperes. Esta es la verdadera Marca España.
Los catalanes no han sido nunca buenos
banqueros ni han sabido resolver su presencia en este mundo. Parecía que
finalmente se habían enfocado las cosas de manera efectiva y bien calculada.
Pero la hemos vuelto a pifiar estrepitosamente. El presidente Mas, que había
iniciado el proceso con rigor y seriedad, no ha leído con suficiente atención
el resultado de las últimas elecciones, y el conjunto de las diversas fuerzas
políticas catalanas han hecho y hacen todo lo posible para dividirse y darse calabazas
mutuamente. Y ya sólo ha faltado la nefasta actuación de la CUP, con su ceguera
y estrafalaria conducta, para poner punto y final a un proceso en el que
habíamos depositado muchas ilusiones un buen puñado de catalanes. El poder del
estado, y sus argucias de juego sucio, nos volverán a pisar una vez más en una
vieja historia que ya hace más pena que gloria. De aquí hasta el veinte de
diciembre veremos acontecimientos que nos calentarán la sangre y volveremos a
sentir el escalofrío de la soledad, el desprecio, el aplastamiento e incluso,
muy probablemente, la vergüenza. De la incompetencia del estado y sus sórdidos altos
funcionarios ya hemos hablado ampliamente, pero que nadie pretenda ocultar o
justificar la ancestral incompetencia de la clase política catalana que en nada
se parece a la cordura y dignidad del común de los catalanes. La elección de la
señora Forcadell como segunda autoridad de Cataluña, la rotura de la baraja
improvisada y forzada por los diez diputados de la camiseta, la inhabilitación
del presidente Mas y la intervención o suspensión de la Generalitat, nos dejará
a todos exactamente con el culo al aire, nunca mejor dicho. Esto sin contar con
la desaprobación de la mayoría de países con voz y voto. Una pena y una
verdadera lástima. Servirá toda esta inmensa chapuza para que las futuras
generaciones tomen nota? Ojalá me equivoque y me tenga que comer este artículo
con patatas.