Los maestros del terror hoy en día no son ni
Drácula, ni Frankenstein, ni siquiera el afamado festival internacional de
Sitges de terror. Hoy el mayor espectáculo terrorífico, cruel y bárbaro es
representado por los gihadistas del Estado Islámico (EI). Son maestros de la
propaganda y el márketing bañado de horror y sangre en nombre de la versión más
radical de la xaria (ley islámica). Se aprestan a colgar en You tube imágenes
escalofriantes y escabrosas de sus degüellos a inocentes. Que ni aun siendo
culpables serían de recibo. El fanatismo religioso puede llegar a ser macabro y
vomitivo. Se jactan de sus sangrientas fechorías en imágenes impactantes donde
se puede apreciar la pasiva resignación del espanto en la cara de la oveja a
degollar. Las víctimas son escogidas al azar en secuestros selectivos en donde
lo único importante es cazar al desprevenido, sea periodista, turista, o
trabajador en tierra extraña.
Pese a ser repudiada por el establishment del
momento, se va cumpliendo con pulcra exactitud, con organizada diáspora, la
profecía anunciada y defendida por Oriana Fallaci, de que Occidente sería
invadido por el extremismo islamista sin guerras ni tiros, poco a poco,
precavidos y silentes, organizados, sin prisas y aletargados. Su objetivo es
diáfano y declarado, se trata de hacer retroceder la civilización occidental
diez siglos. Todo ello en nombre de Alá, y esto es impúdicamente falso porque
el mundo islámico no es terrorista ni mucho menos, solo son una facción, un
numeroso grupúsculo preñado de maldad que se nutre de verdugos sin patria ni
ley, provenientes de los cuatro puntos cardinales. Creo que ni el nazismo más
exacerbado les llegaba a la suela de los zapatos a esta lacra universal.
Siempre que la televisión ofrece imágenes de jóvenes destrozando aparadores y
mobiliario urbano, cubiertos con una Kufiyya
blanca y cuadros negros, pienso en lo confuso y extraño uso de los símbolos y
las ideas.
Esta semana EI
nos ha provocado asfixiantes arcadas con la grabación de una ejecución en masa.
Se reproduce con gran detalle y lúgubre ortodoxia el cruel asesinato de una
mujer. Su enorme crimen y pecado: ser adúltera! Que repugnante hipocresía, qué
maldad puede existir que alimente mentes tan perversas como para dar muerte a
alguien separándole la cabeza del cuerpo, retorcer sus vertebras mientras le
estallan sus ojos de horror y dolor en el nombre de una ley inhumana dictada
por los humanos.
La adúltera es una mujer joven cubierta con un velo
negro a la que se acerca un barbudo con ropa militar y le explica que será
lapidada hasta la muerte por haber cometido un adulterio. “El castigo es el resultado de una acción que tú has cometido. “Nadie te obligó, así que has de aceptar la
ley de Dios”. La mujer asiente y suplica a su padre que la perdone, “No me llames padre. Mi corazón no me deja,
no puedo perdonarte”. Los barbudos repiten “se reunirá con Dios y tendría de estar feliz”. El padre ata una
cuerda a sus brazos y cintura, la introduce en un agujero en el suelo que cubre
hasta su cintura, se une al grupo y la apedrean hasta la muerte.
Se reunirá con Dios! Pero qué Dios? Acaso la humanidad nos ha enseñado
que puede haber un Dios asesino, un monstruo, un exterminador, un verdugo?
Derechos Humanos, libertad, democracia, el perdón, la compasión, el amor, el
respeto, la justicia, todo ello no son más que palabras? Es posible que haya
lugares donde no merezca la pena vivir? Pues sí, pero para muchas criaturas es
vivir en un sinvivir. Ignoro que nos depara el futuro, pero mientras subsistan
creencias y actos como este, más de uno se acabará preguntando si vale la pena
según el qué.