Pues
sí, pongo a la venta una de las partes más íntimas del intelecto. Porque las
otras, las otras partes que no forman parte del intelecto, no puedo ponerlas en
subasta, las necesito y, dado el caso, tampoco es previsible que hubiera muchas
bofetadas por pujar. Parece que se confirman las peores expectativas, será
necesaria una tercera convocatoria para dilucidar quién coño va a dirigir este
cachondo país. Lo de cachondo dicho con el mayor respeto, una piel de toro no
se pone cachonda, se ponen los ineptos profesionales de la cosa política que,
lejos de dedicarse al noble menester de legislar, invierten su tiempo y
nuestros dineros en sestear en el parlamento, compartir copas, sobarse en
abrazos de arma blanca, y poner en aprietos sus flácidos vientres en mesones y
ventas, zampándose el cogollo de los mejores manjares. Eso sí, tirando de Visa
Oro que tan virtuosamente les hemos facilitado los votantes. Somos así de singulares.
O de tontos.
Vamos
a ver, un voto es un voto, no hay que olvidar que en ocasiones un solo papelito
de estos puede encumbrar un diputado a la poltrona o bajarlo a los infiernos.
Sin tarjeta Visa, sin lujosos manteles, exento de vacaciones pagadas, sin
amante. Ese es el motivo por el que he puesto mi voto en venta, y aunque con
cómodos plazos de pago, su precio es alto dentro de una escala tarifaria que
contempla el partido al que pertenece, lo mangante que pueda ser y el grado de
corrupción que ostente su organización política. Normas que determinan por
eliminación a los partidos que gocen de prestigio, prudencia, credibilidad y
honradez. Estos cotizan a la baja, demasiado demócratas, nada corruptos y
ejemplos a seguir. No interesan.
No
es difícil entender que si son incapaces de hacer bien su trabajo, sean la
comidilla de toda Europa, cobren por zanganear y nos amenacen con nuevas
elecciones para las fiestas de Navidad, uno se oponga con todas sus fuerzas a
tan disparatada trayectoria aunque solo sea por amor propio. No voy a darle la
espalda a los turrones y al asado de reno finlandés, o a los villancicos de los
niños frente al pesebre de figuritas de barro y las de ofensivo plástico,
porque a un grupito de amigos se les ha ocurrido optar a la Visa Oro que todo
lo ve y todo lo paga. Es decir, nosotros somos los Visa. Hasta aquí podíamos
llegar. Al menos en Inglaterra puedes llegarte a casa del Sr. Diputado y
decirle al oído <<Tu eres un joputa
porque no has cumplido lo que prometiste>>. Pero aquí si lo
intentases te encerrarían en la cangrí por joputa, que es muy distinto. Son dos
varas de medir: una mide y la otra te jode.
Esto
no es Londres, ya lo sé, donde un jefe de filas puede llegar a equipararse,
trabajando duro, con un Lord y residir
en Kensington & Chelsea y los
martes cenar en Alain Ducasse at The
Dorchester de Mayfair, donde además de comer exquisiteces, al despedirte te
hacen un traje a base de libras esterlinas. Pero alerta! Si el diputado no
defiende a capa y espada sus promesas bombeadas durante la campaña electoral,
puede acabar cenando cada día bajo un puente del Támesis. En España la
operativa es distinta, como la cuadratura del círculo, o sea, un bodrio. Aquí
ni el conserje cumple con lo dicho, por las noches se pone ciego de tintorro en
el Viva España y algún fin de semana
se apunta a la montería de Don Fulano, que no persigue al zorro, como mucho
algunas zorrillas. Y como se da el caso de que
en su día no prometió nada o nada creíble, en las próximas elecciones
sigue siendo votado y a vivir que son tres días.
Ya
digo, vendo el voto para las fiestas de Navidad. Si se confía en mi honradez el
precio es más asequible y cumpliré mi palabra. Si por el contrario he de ir a
votar acompañado del cliente y a la hora que diga, la cosa ya es más onerosa
(Me pierdo el reno finlandés, el momento espiritual de los niños o la siesta
reparadora). Abstenerse curiosos y bolsillos menguados. Se dan referencias y si
es preciso canto ranchera al compás de la guitarra camino del colegio.
Facilidades de pago.