Kilian
Jornet es un tipo muy duro de pelar. Las facultades físicas de este deportista
desbordan cualquier comparación. Comienzo a tener dudas de que este joven pueda
encuadrarse en lo que llamamos género humano. Yo creo que no es de este mundo,
ni siquiera que sea catalán. Visto lo visto los últimos años, y como colofón la
hazaña de hace unos días, quien me asegura a mí que no es un extraterrestre
disfrazado de humano. Un prototipo construido a base de aluminio, muelles,
chips, circuitos impresos y cerámica de la buena. Felizmente nunca se ha hecho
daño de gravedad para poder dar fe que de su brecha abierta no salían muelles o
leds disparados.
Cuando
visito alguna capital europea, o no europea, al marchar me digo a mí mismo <míratelo bien Pepe, que quizás no vuelvas>,
o cuantas veces hemos olvidado alguna pertenencia en un hotel y, como mucho, la
hemos reclamado por teléfono. Kilian no, Kilian es diferente al común de los
mortales, no hace frases mojigatas y estúpidas copiadas de grandes éxitos
literarios como “Domina tu mente en una
hora” o “Dejar de ser imbécil en
quince días”. En absoluto, Kilian corre, siempre corre, me preocupa pensar
que corra mientras duerme. Se despierta al alba, se despereza, lava su rostro con
nieve y advierte “hoy para cenar algo contundente, compañeros, marcho a la cima
del Everest”. Sin cuerdas, sin piolet, apenas cuatro cosas en su bolsa de espalda,
y a correr. Nada de botella de oxígeno, ¿para qué? Porque no escala, corre para
conquistar la cima del mundo y cuando se la hace suya no llora viendo el mundo
a sus pies, ni dice albricias, ni siquiera se santigua. Tan solo mira su reloj
y, si no se ha congelado, comprueba que el tiempo empleado se ajuste a sus
predicciones. Pero algo no va bien, hace unas muecas para romper el hielo de la
cara y sale disparado para no hacer esperar a su equipo, la cena se enfría. Tan
solo se trata de bajarse del Everest, aunque él crea que baja al bar de la
esquina.
Les
confieso que el día en que me he visto obligado a mirar los bajos del coche,
saltar un maldito charco de agua o cargar en el coche la compra del super, he
sido atacado sin misericordia por punzantes y afiladas agujetas que no me han
soltado durante una semana. Un suplicio que deseo a todos mis mejores amigos.
Pero nuestro hombre de hierro, el extraterrestre, no es de esta madera, cree
que agujetas son pinchos para las muñecas con el fin de aniquilar a alguien.
Transcurridos dos días desde la hazaña, meditaba encerrado en su tienda a
treinta bajo cero, cual habría sido su error para rebasar el tiempo que se
había propuesto para la ascensión. Inmediatamente la prensa internacional lo
situaba ya en Katmandú de regreso a casa. Lo que ignoraban las redacciones de periódicos
es que mientras escribían las sandeces de costumbre, Kilian volvía a desafiar
al coloso, al techo del planeta. En su bolsa de mano esta vez introdujo un
bocadillo de anchoas por lo que pudiera pasar. No solo redujo el tiempo en 2’15
horas, sino que llego a tiempo del aperitivo antes de la cena. Obstáculos es
una palabra que conocemos los demás, los que estamos fabricados de carne y
hueso, él la ignora. Hundir la banderita en la cima del Everest dos veces en
una semana no es una efeméride a celebrar por hombres de carne y hueso. De qué
materia estará formado Kilian, porque humano no parece.
Aunque
algún periódico madrileño lo ha obligado a nacer en el país vasco “el deportista vasco”, Kilian Jornet Burgada
nació en Sabadell, el 27 de octubre de 1987. De pensar qué hay multitudes que
pierden el sentido y la razón por un gol, un puñetero gol, es que me descojono
de vergüenza ajena. Y como decía Cruyff, “no
hace falta desir más nada”.
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