dimarts, 18 d’abril del 2023

ANAÍS Y SHEREZADE

Eran las nueve menos un minuto, la megafonía anunciaba la llegada del tren. Como un clavo, la monstruosa cara de hierro enseñaba el hocico a cien metros. Accedimos seis pasajeros y para no perder tiempo abordé a la azafata de tierra:

-El coche siete, por favor.

-Ha acertado señor, es este mismo.

Me instalé en mi acomodo y ventanilla, suspirando que no se ocupara el asiento contiguo, me aligeré de ropa y abrí la bandeja de servicio. Eran cinco horas y media las que me separaban de Granada. El indicador de velocidad ya marcaba 170 Km/hora, y a la salida del túnel alcanzó los 300 Km/hora. Sencillamente acojonante, brutal. De la estación de Lleida ni rastro, se disponía a cruzar el desierto de Los Monegros. Últimamente, si es posible, las largas distancias las hago en AVE, adiós coche, adiós riesgos, hola comodidad y rapidez.

Buscaba el conector de la tableta, cuando:

-¿Todo bien señor, necesita algo?

La verdad es que la azafata más que mujer era una muñeca. Ya lo advertí en el andén de salida. Y el uniforme le sentaba de caramelo. Me extrañó su interés, normalmente no pasan tan pronto y se mueven con estrictos protocolos de atención al viajero.

-Pues no, todo bien, un poco estrecho como siempre. En un ratito tomaré un café. Gracias.

-No es necesario que se lleve la mochila a la cafetería, me avisa y yo vigilaré. Además, este asiento no está vendido, viajará solo pero más cómodo.

-¿Muchas gracias, cómo se llama?

-Anaís.

-Me quedé un poco perplejo y me susurré a mi mismo -Estate quieto Pepe que le llevas treinta años-. Esta vez viajaba por negocios o -dicho de otra manera- lograr vender un piso que había comprado hacía doce años. Con vistas al Darro y el flequillo de la Alhambra. Granada me deslumbra, me seduce, aplaca mis impulsos y recrea mi imaginación. García Lorca me hipnotiza. Jamás pasé una noche en este lejano nido ni encontré nunca a Sherezade. Una mala y equivocada opción de juventud que pude mantener casi en el olvido mediante una cadena de alquileres. Mal negocio.

Tenía hora en el notario a las cinco de la tarde para firmar la venta y dar brillo a mis bolsillos. Un tren semi nocturno me devolvería a casa a partir de las 20 horas en punto.

Al volver del café me encontré con Anaís en la otra punta del vagón atenta a cualquier eventualidad, incluida mi mochila, bella y dulce. Le pregunté si también iba a Granada.

-Si señor, allí termina mi servicio y libro hasta mañana a las cinco de la tarde, vuelvo a dormir en Figueres.

Caramba pensé, si yo volveré por la tarde de hoy ya no la veré. El gusano de acero viró a toda velocidad en busca del Sur. Ladeamos Madrid y puso la directa al encuentro de Córdoba. Diez minutos de espera y flechazo hasta Granada. Tres años sin venir a la capital cultural de Andalucía. Pensaba en la placidez de la ciudad y en García Lorca.

“Por el agua de Granada solo reman los suspiros”. Fácil verdad, pero que intimidad herida y culta encierran estas nueve palabras.

-Adiós Anaís, en la puerta del coche siete, gracias por tus atenciones y amabilidad. Dado que a ti también te concluye el viaje, me gustaría volver a verte para compartir un café.

Sonrió, miró los dos pasillos y me dio dos candorosos besos. Desembarqué alegre y confuso. Me di la vuelta y le grité – a las seis en la Plaza Nueva-. De la firma en la notaría, nada nuevo, firmé y cobré con gran regocijo de mi cartera. Como anécdota, una precisión de la señora notaria:

-Su profesión, por favor, ponga vividor, vividor le dije.

Se hizo el silencio y de pronto estallaron las risas en el despacho. Me disculpé y le aclaré que quise decir que sigo vivo, que todavía respiro.

La Plaza Nueva estaba barrida por el sol de media tarde, la mitad destellante y el resto en la penumbra, al amparo del turbio perfil de la Alhambra. Reinaba el bullicio: grupos de turistas dócilmente aborregados tras un paraguas amarillo, bailaores de flamenco bañados en sudor en pos de unos euros y algunos cantaores sentados en sillas, formando un corro. Los palmeros palmeando y vomitando su rota voz entre quejíos y navajazos de voz aceitosa como en noche de luna parda.

Yo pronuncio tu nombre

En las noches oscuras

cuando vienen los astros

a beber en la luna

y duermen los ramajes

de las frondas ocultas.

(Seguirá)