dilluns, 4 d’octubre del 2021

BENNY

 

BENNY

Cómo podía yo abandonar a Benny durante dos días, por lo menos. De ninguna manera, él es mi guía, mi confesor, mi fiel compañía. En fin, preparé todo lo necesario para él, una manta y el trozo de lona para extenderlo en el asiento trasero. Recibí una llamada de mi socio, Samuel, comunicándome que había fallecido un antiguo colaborador nuestro con el que habíamos mantenido una sólida amistad durante los años que ya no estuvo con nosotros.

Jorge era de carácter campechano, sincero y entusiasta de la conversación. Aunque, eso sí, frágil de salud, que conllevaba con resignación. El entierro era al día siguiente, a las cinco de la tarde, en un pueblo cercano a Cáceres. Cuando Samuel me llamó ya estaba en ruta, diciéndome que llegaría a buena hora para ir a dormir. Deduje que era un cabronazo por avisarme tan tarde, eran sobre las cuatro de la tarde. Rápidamente contacté con el señor Booking a la busca, caza y captura de una habitación para ese día. El primero me dijo que no aceptaban mascotas, y el segundo accedió…siempre que no se note.

Me monté una ruta basada en dos etapas, la primera de 700 Km hasta Navalmoral de la Mata, y la segunda por la mañana de 200 Km hasta el pueblo en cuestión. Bordeaba Madrid -capital del mundo mundial- sobre las 22’30, tan solo dos paradas de diez minutos para cigarrito y meada. Benny también, mear, fumar no. A las doce de la noche llegué al hotel de Valmoral. En recepción todo bien y buena predisposición. Eso sí, hacía diez minutos que había desembarcado un autocar del Imserso y debía esperar unos minutos mientras formalizaban las entradas. Benny dormía como un angelito, el pobre.

Era la una de la madrugada y todavía transitaba gente entre risas y algún grito, cosa que odio. Por fin la cosa se calmó y decidí que era buen momento para cruzar el vestíbulo sin ser vistos y alcanzar el ascensor. Reconozco que Benny es grandote, pero auparlo en brazos es como un semi suicidio para mi edad. Inmóvil me quedé al oír ¡Alto! <No puede llevar al perro en el ascensor> Por debajo de la cola de Benny le hice la señal de Ok a aquel pedazo de idiota. Por la escalera creí que me infartaba, más que el aire me faltaba la vida. Me deshice de los treinta y cinco kgs y abrí la puerta con sumo cuidado y esmero. Pero ¡Ay! Me faltaba la maleta.


Tengo que resumir, padezco de prisa. Benny se meó de noche y yo casi no dormí. Un desastre. Le di treinta euros al conserje por aquello del que dirán, que ya era otro, y me sonrió con elegantes ademanes.

El caso es que a las 16’30 ya estábamos en el cementerio. Acudió de inmediato mi socio y su mujer, que es francesa y más mala que la tiña (paguese que tu pego sea ton hijo> ¡Bruja! No mucha gente y tristeza a raudales, una pena. Tres niños sentados en una tumba vacía daban cuenta de sendos bocadillos de chorizo, o parecido. Besé a la viuda y le di mis condolencias más sentidas <Era una buena persona>. Se oían voces y algún chillido, me abrí paso entre la gente y en primera línea, sentadas y ataviadas de riguroso luto, tres señoras muy mayores gimoteando sin parar. <Quienes son esas viejas> No lo sabes? Dijo Samuel <son las plañideras, 25€ por barba>.

Ya todo es igual, me voy. Cogí el coche y salí zumbando, absorto por lo vivido y pensativo por lo ignorado. Me prometí dormir en casa. <Dios mío, oh no, seré imbécil. Me he dejado a Benny atado a una cruz de hierro despintada> Retrocedo.