Dicen los más agoreros que veremos la luz
al final del túnel. En lo que no se ponen de acuerdo es en la longitud del
túnel. Las tinieblas de lo desconocido han barrido este mundo traidor. Primero
el 2021, después el 2023, más tarde el 2025. Ahora ya voces autorizadas hablan
del 2050. No pueden imaginar el disgusto que me causa pensar que difícilmente
voy a poder recibir el inicio de la recuperación sanitaria y económica como se
merece. Según mis modestos cálculos, un servidor cree que en 2050 estaré dando
vueltas a la tierra montado a lomos de Jep que, en orden natural, ya hará
tiempo que se encuentre rodeado de satélites cabalgando en el más allá de lo
sideral.
“Todos
los que tenéis a semejantes míos, os aprovecháis cobardemente para ligar”. Me quedé
fundido por el misil de Jet, no entendía sus palabras. “Si hombre sí, no disimules. Cuando salimos a pasear te falta tiempo
para echar florecitas a cualquier mindundi atado a una señora. Que perrito más
bonito, ¿también vive por aquí usted? ¿Siempre sale a esta hora? Sí, mi perro
es muy grandote. Además, yo no soy un perro, soy Jep”. Pobrecito, estaba
celoso, hoy veía visiones. No sé, anoche le puse en su mesita de noche una
cajita de música, que se activa cada hora y suena la bonita música de Cara al
Sol. Un viejo éxito de los años treinta encumbrado por los Tiñosos Ávidos de
Sangre. Distinguido conjunto. Aun hoy parecen emerger entusiastas ufanos, rancios y casposos. Ay Jep,
Jep, ¡alegra esta cara!
Si como pregonan algunos predicadores con
tintes religiosos, después de la muerte, pero no se sabe cuándo, nos hemos de
reencarnar en otra cosa, el asunto es para pensárselo, aunque no puedas
remediarlo. Pongamos por caso que Jep se presenta de nuevo en este valle de
lágrimas, vistiendo traje de alpaca, gafas fashion y camisa de marca. Y que a
la postre resulta ser el presidente del gobierno, ¿Qué diría el propio Jep? Yo
creo que no ladraría nada de nada, por eso es una reencarnación, y de pasada,
como quien no quiere la cosa, viviría de puta madre. Dicho sin rencor alguno.
Pero vayamos más allá. Ignoro si uno podrá escoger su rol en el nuevo mundo.
Supongamos, puestos ya, que a mí me gustaría aparecer en cualquier rincón de
Menorca. Tener una modesta casa con piscina cubierta, siete habitaciones, cinco
baños, piano con pianista incluido, pista de tenis para hacer footing y
embarcadero propio, claro. Ah, perdón, y tres asistentas, rubia, morena y
ébano. Más que nada para tener con quien jugar al parchís. Y ahora viene lo
bueno, soy un enamorado de Menorca, su luz diáfana y sus puestas de sol, son
únicas en el mundo, si es que queda mundo. Sí señor, reencarnarme como un
modesto isleño, y verlas pasar. Pero... y si me reencarnan en una ¡cabra! una
cabra bigotuda, coja y pestilente. Dios mío, qué horror, triscando por los
riscos todo el puto día y sin un aguilucho que zamparme ni hierba que tragar.
¡Qué fuerte!
Esta noche me acostaré con Jep en el puto
almacén, y a cada hora, cuando suene el Cara al Sol, nos levantaremos los dos y
cantaremos aquello de Mami que me quede como estoy. Sin maracas.
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