dijous, 1 de desembre del 2016

NAVIDAD ENTRE GÓNDOLAS

Había salido temprano, no podía dormir, el viento mordía clavándote sus colmillos en la cara. La proximidad del canal y la humedad que transmitía aumentaban la sensación de intemperancia. Las viejas chimeneas exhalaban un humo de color de ceniza adulterada, manipulado, podría decirse que quemaban leña y demasiados diarios. Las altas paredes de los callejones soltaban sin cesar lágrimas de agua sucia en el vertical camino hasta deslizarse al pequeño canal.

Llamaban mi atención las canoas y motoras que transitaban por el Gran Canal arriba y abajo repartiendo los víveres a Ristorantes y tiendas. Se oía un rumor de mercado, vendedores y compradores madrugadores, los venecianos igual que los napolitanos hablan en voz alta y gesticulan ostensiblemente, como una mayoría de italianos. Las hordas de turistas aún no habían invadido los espacios y me sentía bien desgranando los callejones próximos al Ponte Rialto. La plaza de San Bartolomé o la calle de Pío X, donde los comerciantes ultimaban los últimos preparativos en sus establecimientos para poder tentar y seducir el deseo de las legiones de cuellos con máquinas de fotografiar colgadas. Venecia es una ciudad cara para los visitantes y para los mismos residentes que deben cargar con la inflación ajena. En el trato comercial abusan de su condición dominante ¿Quién no quiere visitar la ciudad de los canales? Algo queda de los antiguos mercaderes venecianos, rendijas de picardía y astucia, por decirlo suavemente. Hay que pagar el tributo del tropiezo, por ejemplo sentarse en la terraza del Café Quadri a tomar una cerveza y disfrutar de las vistas de la Plaza San Marcos llena de sombreros de colores con piernas, y bolsas repletas de recuerdos. Una pequeña orquestina irá desmenuzando las notas de viejos romances napolitanos o adagios del lugar, muy celebradas por la clientela que verá satisfechas sus ilusiones y agotados sus bolsillos a razón de quince o veinte euros por una vulgar cerveza caliente.



En estas fechas la bella y decadente ciudad lucía una imagen más entrañable que de costumbre, era Navidad. No sólo las calles, edificios y monumentos se veían realzados por la iluminación navideña, también las lanchas y vaporettos se engalanaban con ristras de bombillas de proa a popa, y las góndolas con farolillos rojos. Venecia muere pensaba yo caminando entre diminutos canales y altos muros enmohecidos por la humedad y el tiempo. El enigma de los callejones húmedos enmarcados en rincones de postal me dió refugio en aquellos días  de la Navidad del año 1970. Vivía en un pequeño estudio en la Riba del Ferro, a escasos metros del Ponte Rialto. Los barrios se sacudían la pereza entre balcones y ventanales renacentistas que atesoraban un pasado de poder, intrigas y traiciones. La primera vez me impresionó el Gran Canal. Te perdías por la calle del Orologio abandonando la plaza de San Marcos, adentrándote en un laberinto de pequeños puentes, esquinas de emboscada y espadachín, ristorantes de juguete y vendedores de fruta y cuando, boquiabierto por la belleza del lugar, dabas un último saltito te topabas con la romántica estampa del Gran Canal.

Por entonces, espoleado por la fuerza de la juventud, me debatía con las contradicciones: por un lado me maravillaba de poder ser testigo real de un lugar bendecido por la historia, foco de atracción de grandes personajes y literatos, de los retorcidos dibujos de la personalidad llevados a la pantalla por Visconti y destino añorado de todos los enamorados. Por otro lado imaginaba que en un futuro próximo, la ciudad desaparecería bajo las aguas de la laguna veneciana. Venecia me sugería la muerte, el frío y la tristeza, el desengaño. El hundimiento de una góndola al oscurecer el día, llena a reventar de los besos y caricias de dos pájaros juguetones y enamorados. O el Puente de los Suspiros que no tiene nada de romántico sino que los que lo atravesaban no veían más el cielo ni el mar. Así discurría mi primera y última Navidad en la ciudad de Marco Polo, Albinoni, Vivaldi, Bellini y ... adagios y más adagios.