dimecres, 23 de novembre del 2016

NO SERÉ NUNCA INDEPENDENTISTA

Parece que el tiempo cambia, llegan nubes vestidas de plomo. Los que me conocen bien saben que este título podría ser una travesura de mi subconsciente o una quimera de una tarde lluviosa. Pues no, sólo es un acto de rebelión ante la impotencia que siento al ver la legítima opción que eligen muchos de mis conciudadanos. No hay que olvidar que secularmente nos hemos matado nosotros mismos. Independentistas son todos aquellos que con sus votos nos niegan el pan y la sal, el derecho a ser lo que nosotros queramos, los que aplastan todas nuestras iniciativas y cercenan la prosperidad de este pueblo. Los que con mentiras y argucias vacían nuestros bolsillos. Los que se apartan de nosotros, los que nos quieren bien lejos pero atados del cuello con una larga soga, estos son los verdaderos independentistas. Soy respetuoso con las creencias de los demás, aunque no lo sean ellos con las mías. No soy independentista de la misma manera que no soy funambulista, taxista, marxista, analista, taxidermista u oculista. No me gustan las etiquetas de latón ni las tarjetas enmohecidas de vendedor de humo. Siempre he sido catalanista, o sea, amante de mi tierra, y ahora, este ahora ya hace mucho que llegó, dado que mi cerebro aún recibe alertas de desprecios y odios, y mis ojos resisten y registran los embates de la discriminación, la ofensa y el desprecio, he aquí que de lo único que estoy seguro es de que solos nos lo haremos mejor, mejor solos que mal acompañados. No me quiero alejar de nadie, me quiero desprender, librarme, desatarme. Ahora soy, más que antes, acérrimo defensor de mi familia, de mi país y de mis pequeñas cosas. Quiero estar exento y ausente de verme obligado a hablar una lengua que no es la mía, de costumbres que no son las mías, de fiestas nacionales que con sus regueros y salpicaduras de sangre nos ofenden el humanismo, de estar obligado a compartir leyes decimonónicas y centralistas, de estar bajo la lacra vigilante de un gobierno civil llamado delegación del gobierno de España, de no poder ondear la bandera que yo quiera en mi balcón, de no poder ayudar a los que más lo necesitan, los que no se pueden calentar, los que no tienen techo, porque unas leyes que no son las mías me lo prohíben. De tenerme que sentir calumniado y amenazado por todos aquellos que se llevan parte de mis ahorros y dilapidarlos en fuegos de artificio, procesiones de gemidos y bota, crueldades innominadas de pobres animales secuestrados del rústico pastoreo o pagar desproporcionados edificios del tren en medio de la nada y donde no falta ningún requisito, a excepción de los viajeros.



Es evidente que jamás en la vida podré ser un independentista. Pero más siento lo que me dice el corazón, me fío más, late sólo para mí y no sabe decir mentiras. Dice la RAE que el independentismo es un movimiento que propugna o reclama la independencia de un país o de una región. Santo cielo, lo veis como no es eso de lo que yo hablo. Si no fuera porque las leyes de la naturaleza, y de mis atenuadas fuerzas que me lo privan, recortaría esta bendita tierra  y me la llevaría muy lejos, donde la negrura pizarrosa del aliento a corrupción, la envidia y el egoísmo, no pudieran ni acercarse, ni siquiera saber dónde estábamos, cómo nos lo hacíamos, qué miserable recuerdo podíamos guardar. No sé ni yo dónde, tal vez me he convertido en un soñador con tantas infamias como me he sentido en los últimos años, después de una vida llena de esperanza e ilusión cuál es el legado que me han dejado, qué han hecho para que yo me sienta yo, donde están los réditos de mi riguroso cumplimiento de sus leyes, a la solidaridad? A quién, por qué y hasta cuándo?

No soy un independentista, ni desafío nadie. Tampoco quiero romper España, ya lo hacen ellos solitos. Si por yo decir dentro de mi inmensa pequeñez y anonimato, que me han expoliado de bolsillo y de corazón, como se les llama a los que aprovechándose de los demás lucen una severa y pacífica luz en la cara donde todo les parece poco? Da igual, hablar con una pared es cosa fea. No soy independentista, si algo soy es sólo cabal y realista.


Ya oscurece, llueve, el aire peina con firmeza el estanque cercano y al cribar los árboles parecen órganos de cristal. Me imagino ahora las grandes lágrimas de piedra redondeada estallando entre rayos y truenos en las cumbres de Montserrat.