Estos
días es corriente que las revistas y suplementos de los periódicos se acompañen
con páginas de regalos navideños. Hay de todo, o casi, mayormente piezas o
detalles de alta gama, caros y glamurosos. Los relojes predominan en el
escenario, desde piltrafas de 70 euros hasta piezas de orfebrería de miles de
euros. Me ha llamado la atención una artística botella de coñac Hennessy por un módico quítame de ahí esas pajas de 35000 euros. Quiero pensar que se trata de
un error porque gastarse al hilo de seis millones de pesetas por unas
copichuelas parece como algo surrealista. No dudo de que hayan descerebrados
dispuestos a regalar la botella en nombre de un elitismo y arrogancia a prueba de bomba. Pero considero
que es como un insulto promocionar regalos que solo están al alcance de un uno
por ciento de la sociedad. Por no hablar de un jarrón de cristal de murano a
2400 euros la pieza, o un vistoso cojín de colores a 672 euros la cabezada. Hay
que joderse. Parecen reportajes hechos a imagen y semejanza del Sr. Donald
Trump, pero la inmensidad de mortales no está en esa onda.
Y
hablando de regalos navideños, el Tribunal Constitucional, siempre atento y
preocupado por nuestras inquietudes, acaba de mandarnos debidamente envuelta y
lazada, una monumental y preciosa cesta navideña en la que además de
felicitarnos efusivamente las fiestas, nos adjunta un recadito primorosamente
empaquetado en el que nos viene a decir que a partir de ya se nos prohíbe casi
todo. Dicho así puede parecer un pelín exagerado, como si fuera una condena a
muerte, y no es así, no es así. Unido a otros recaditos anteriores tan solo se
trata de menudencias de escasa importancia que, al parecer, molestan en cierta
medida a la mayoría de españoles, al gobierno y a una buena parte del propio tribunal.
Tan solo se trata, por ejemplo, de nuestra lengua, sí, hablar catalán es algo
trasnochado, incluso en algunos ámbitos es una falta de respeto, un atisbo de
mala educación. Circunstancia que me choca dado que a la hora de la verdad los catalano parlantes ya solo somos
cuatro, el cabo, y el tío Perico. Pero claro, como lo que priva en la España
intolerante es el castellano, pues ya se sabe. Ellos aceptan cuatro palabras en
eusquera y dos en galego porque son curiosas, y ni decir tiene que si te
expresas en andaluz, o sea, destrozando el castellano, es considerado de una
gracia que no se puede aguantar. Pero en catalán no, como que no. En parte
tienen su razón porque hace trescientos años que lo intentan liquidarla, franquismo
incluido, y no lo han conseguido del todo.
Tampoco
el alto Tribunal considera oportuno que hablemos de independentismo que, como
todo el mundo sabe, no es el tifus, ni el sida, ni tan solo el nazismo que
ellos, el gobierno, parecen confundir. No, tan solo se trata de una opción
política como otra. Para ellos todo vale, incluida la extrema derecha, tan
vistosa y campante en las Españas, pero de independencia, ni hablar. Y aunque
les lloremos nuestra tristeza de estar exhaustos a su lado, sometidos a su
prepotencia de escasa raíz democrática, expoliados sine die por regiones que
jamás en los próximos milenios habrán renunciado a vivir del momio, a que
afronten los planteamientos políticos, no desafíos, al estilo Maduro, que
hablen de diálogo con la boca de los domingos pero practiquen la amenaza y el
desprecio con la misma boquita pero la del lunes, que no reconozcan su estirpe
dominante, intolerante, primitiva y prepotente. Se trata de que los indios
catalanes permanezcan en la reserva calladitos y obedientes.
Y
ya para finalizar como
podríamos omitir el último regalito. Para que sirven los
parlamentos? Tengo entendido que sirven, primordialmente, para hablar. Y en los
argumentos no hay límite de temario, no hay restricciones, a menos que hables
de putas, pero creo que ni eso. Bien, pues tampoco, prohibido hablar de aquello
que no les gusta que se hable. ¡Felices Navidades! (Democráticas de verdad).
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