El
Sr. Alfonso Guerra, carcamal a sueldo del presupuesto español desde hace 30
años, reconocido anticatalán, déspota grosero en el trato con las personas,
adalid de las hordas meridionales de boinas y descamisados, factótum del primer
tren de alta velocidad en España en beneficio propio , instigador, maquinador,
voraz e implacable defensor del Cataluña
paga y calla, revestido de una aureola hecha a medida de intelectual de
fino y tapa, ha vuelto, una vez más, a vomitar su bilis más agria en contra de
los que le pagan un buen trozo de su eterna nómina.
Parece
que se ha sentido molesto porque durante el debate de investidura de Rajoy,
donde él propugnaba la abstención por un "sentido de estado", las
palabras del republicano Rufianes le
ofendieron de tal manera que no se explica porque no salieron en tromba todos
los diputados socialistas con una respuesta más contundente. "No se pueden legitimar Rufianes",
dijo, haciendo gala de su vena más democrática. Y no pudiéndose refrenar de su
dialéctica tenebrosa y maloliente, disimulada con la ironía, alertó a sus
condiscípulos de que "España no es
una nación de naciones y el veneno de los independentistas llega hoy a los
socialistas".
Huelga
decir que Rufianes ya le dio respuesta adecuada vía tuit. Estamos en unas
proporciones de agravios y ofensas diarias que quizás necesitaríamos una
oficina dedicada exclusivamente a responder todos estos bocazas que se liberan
de sus ineptitudes e ignorancias mediante provocaciones diarreicas escritas con
faltas de ortografía. Burros. Demasiado costoso sería. Coste, el que ocasionó
el hermano de Guerra, Juan, que a finales de 1989 lo contrató el PSOE como
asistente de su hermano en la Delegación del Gobierno en Andalucía, Sevilla. El
vicepresidente estaba en Madrid y Juan dedicaba sus horas en su despacho
sevillano a trapicheos personales hasta que fue condenado en 1995 por fraude
fiscal. Alfonso Guerra, naturalmente no sabía "nada" de las
frivolidades de su hermano, pero tuvo que dimitir. Desde entonces se dedica como
diputado a disfrutar de una vida arregladita y hacer distinciones entre buenos
y malos. Los buenos piden insistentemente, los malos pagan calladamente. La
solidaridad, que no es un palo flamenco, debe ser el máximo posible, mal les
pese a los catalanes, y el límite no finiquitar ni cuando la muerte nos separe.
El
pasado 24 de noviembre el Sr. Iceta
se desplazó hasta Sevilla para entrevistarse con la inefable sultana de Triana
para recomponer puntos de entendimiento y puentes rotos. Un viaje que por su
tufo lo sitúa en una especie de rendición, de homenaje al partido hermano. Nada
de nada. El PSC es acusado de disidencia al desobedecer las órdenes del PSOE
sobre la abstención del grupo en la investidura de Rajoy. Iceta quiere que le
condonen la grave falta y pueda seguir unido al partido madre -madrastra? - con
presencia en los órganos de gobierno y con voz y voto. Desgraciadamente los
cantos de sirena que provienen de la calle Ferraz de Madrid, más bien dicen
todo lo contrario: les perdonarán y les permitirán seguir votando al partido
hermano pero sin verles la cara, pintando un cero a la izquierda, con una venda
en los ojos y un estropajo en la boca. Ni nación de naciones, ni derecho a
decidir, ni morcilla con judías. Sólo morcilla.
Y
uno se pregunta si en este momento de turbulencias, no sería más apropiado que
Iceta y sus cuatro amigos se arremangaran y trabajaran por su país. Ya sabemos
que no son independentistas, y lo respetamos, pero sus votos en el Parlament
tendrían unos balsámicos efectos con más eco en Madrid que los que puedan tener
durante cien años a un PSOE muy alejado de nuestro pesquis. No dicen o decían o
dirán que son partidarios de que la gente se exprese? Pues venga hombre, un
empujoncito por la dignidad y menos suspiros por la Puerta de Alcalá y el
Puente de Triana, que nunca nos aportarán nada fiable. Ni bueno.
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