He madrugado, sí, es domingo, pero no hago
diferencias ni excepciones en el santoral. Todos los días son iguales para mí.
Bien es cierto que carezco de obligaciones laborales, aunque no por ello dejo
de atender cuestiones premonitorias que incluso a veces se me amontonan. Pero
solo de lunes a viernes.
En un arranque de raíz improvisado, he
sacado mi culo de su asiento, lavado el vaso de café con leche, duchado y
disfrazado con un atuendo persuasivo y acorde con los escenarios campestres. Es
menester no olvidar, yo, y nunca lo olvido, que la mitad de mi vida la he
vivido en la gran ciudad, y la otra mitad, de la que ignoro su duración, en un
pequeño pueblo. Lo de pequeño es insustancial y ofensivo, porque vivir en un
pueblo es un lujo no al alcance de muchos encantadores de serpientes y
echadores de cartas. De los que ven un olivo y no encuentran el aceite, u otros
que al avellanedo le llaman almendro. Ahora estamos vendimiando, no cosechando
la uva.
Sigamos, he bajado al garaje, ¿ir lejos o
cerca? Pues ni una cosa ni la otra, solo pretendo desayunar y leer un poco,
nada, 15 km. El coche reconoce mi zapato y surca el asfalto como un velero embravecido.
Hablando de surcos, el paisaje se vuelca a mis ojos sabiendo de antemano que me
va a seducir. Hay grandes extensiones en donde los surcos se esconden en el
infinito, es un juego de tintes dorados y ocres. La madre tierra es ocre por
naturaleza. Las hileras de cepas, vencidas y exhaustas, muestran humildes su
descarnado cuerpo. Aquellos granos ya son líquido durmiente.
Una tortilla rellena de jamón, vino del
lugar y café para no olvidar. Desayuno con la cabeza, no con el hambre. Poca gente, mediana edad, y la televisión, que
tanto y tanto me jode, dando el puto coñazo de La Ricarda y su madre. Nadie la
atiende, suplico que bajen el volumen…y la cierran. Eso es. No fuera que se me
fundiera en el estómago la tortilla, el jamón, el periódico y la más que
posible intervención de algún nefasto político. Qué pelmas, Dios mío.
Desayunar junto la ventana también es un
privilegio. No por ver coches, autobuses, semáforos y patinetes, no, que va. Atisbo
complacido un fondo de bosque verde esmeralda, muy tupido. Las copas,
balanceadas por un soplo de brisa, parecen enviar un mudo y verde saludo desde
la distancia. Campos de cultivo alternativo, ora trigo ora colza, ora sustento.
Y cobijo, claro, nogales e higueras levantan sus ramas en agradecimiento.
Es hora de concluir el primer acto del día –festivo-
unas docenas de pájaros sin apellido otean mis movimientos, aparcados e
inmóviles en lo alto de una línea telefónica. Dos palos distantes y carcomidos
sustentan y funden lo que un día fue pasado y hoy se resisten a ser futuro.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada