LA PRIMERA VEZ
<La primera
vez que fui de putas debería tener algo menos de veinte años. Pasé un verdadero
bochorno, hasta tal punto que estuve tentado de salir corriendo en busca de
oxigeno callejero>, me dijo Agustín. Hablaba con cierta parsimonia salpicada
de íntima vergüenza. Han pasado casi treinta años y hemos labrado y mantenido
una cordial y sincera amistad. Yo adopté una actitud patriarcal, fingiendo
comprensión de lo que explicaba. Asunto que a mí me importaba un bledo. No
tengo nada contra las putas, pero me abstengo, temo las infecciones.
<Me aposté
en la acera de enfrente donde había un colmado y las pertinentes cajas de fruta
y verdura en la calle. Mientras examinaba el calibre de manzanas y peras, observaba
el portal caliente y solo salían hombres. Me encomendé a santa Rita y subí las escaleras
de dos en dos. La puerta estaba abierta, no menos de unas diez mujeres transitaban
por aquella estancia, casi todas ellas con una toalla en la mano como única prenda de abrigo. La supuesta
madame, que me asaltó, era una mujer gorda, pintada hasta las cejas y un par de
tetas dignas de una representante de sandías. Al poco me encontraba en una
habitación, desordenada, sucia, pestilente y oscura. Sentí asco y presumí que
la herramienta no funcionaría ni con una aceitera. Entró una mujer de unos
cuarenta años, morena y con vistosos apéndices...>
Le ahorré a
Agustín el resto del relato, me sentía algo incómodo. No quise defraudarle más,
ni violentarle, pero tenía la seguridad de que fue una chiquillada de
adolescente sin un duro que se metió en la boca del lobo, o sea, en una casa de
putas de la más baja estofa, un tugurio, una arcadia de mierda.
Y a eso vamos.
Lo de Agustín era nada más que una intrascendente conversación entre amigos
mientras degollábamos algunas cervezas de sábado noche. Al quedarme solo mi
cerebro dio un giro de ciento ochenta grados y me situó en un basurero (señal
compensatoria de que mis sesos aun funcionan). Efectivamente, no soporto la
suciedad, la desidia, la chabacanería, el mal gusto ni los gritos. Incluso a
veces el conformismo vacuo o estéril. Allí donde no haya higiene, salubridad y
limpieza, las cosas no pueden funcionar, las cosas? Sí, claro, las relaciones,
el día a día, las tiendas, los trenes, las empresas, hasta la vida.
“Llego mañana
a París. No te laves. Este excremento de mensaje fue remitido por Napoleón a su
estimada Josefina”. La pregunta sería “¿Ya se imaginó Josefina como traería el
emperador sus atributos después de semanas a caballo?
Cuando Luis
XVIII entró en el palacio de las Tullerías, el pestazo a rancio fundía las
narices. Supongo que los tres mosqueteros no merodearon por las cercanías. Pero
sí los dignatarios a rendir pleitesía en un salón del trono infestado de paja
meada y cagada. No en vano una cortesana –putarranga de oficio- exclamó “le bon
vieux temps”. Ya saben, los viejos tiempos, de hedor, tufo y mierda.
Créeme amigo Agustín,
disfruta de la familia.
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