dimecres, 22 de setembre del 2021

LA PRIMERA VEZ

 

LA PRIMERA VEZ

<La primera vez que fui de putas debería tener algo menos de veinte años. Pasé un verdadero bochorno, hasta tal punto que estuve tentado de salir corriendo en busca de oxigeno callejero>, me dijo Agustín. Hablaba con cierta parsimonia salpicada de íntima vergüenza. Han pasado casi treinta años y hemos labrado y mantenido una cordial y sincera amistad. Yo adopté una actitud patriarcal, fingiendo comprensión de lo que explicaba. Asunto que a mí me importaba un bledo. No tengo nada contra las putas, pero me abstengo, temo las infecciones.

<Me aposté en la acera de enfrente donde había un colmado y las pertinentes cajas de fruta y verdura en la calle. Mientras examinaba el calibre de manzanas y peras, observaba el portal caliente y solo salían hombres. Me encomendé a santa Rita y subí las escaleras de dos en dos. La puerta estaba abierta, no menos de unas diez mujeres transitaban por aquella estancia, casi todas ellas con una toalla en la mano como única prenda de abrigo. La supuesta madame, que me asaltó, era una mujer gorda, pintada hasta las cejas y un par de tetas dignas de una representante de sandías. Al poco me encontraba en una habitación, desordenada, sucia, pestilente y oscura. Sentí asco y presumí que la herramienta no funcionaría ni con una aceitera. Entró una mujer de unos cuarenta años, morena y con vistosos apéndices...>

Le ahorré a Agustín el resto del relato, me sentía algo incómodo. No quise defraudarle más, ni violentarle, pero tenía la seguridad de que fue una chiquillada de adolescente sin un duro que se metió en la boca del lobo, o sea, en una casa de putas de la más baja estofa, un tugurio, una arcadia de mierda.



Y a eso vamos. Lo de Agustín era nada más que una intrascendente conversación entre amigos mientras degollábamos algunas cervezas de sábado noche. Al quedarme solo mi cerebro dio un giro de ciento ochenta grados y me situó en un basurero (señal compensatoria de que mis sesos aun funcionan). Efectivamente, no soporto la suciedad, la desidia, la chabacanería, el mal gusto ni los gritos. Incluso a veces el conformismo vacuo o estéril. Allí donde no haya higiene, salubridad y limpieza, las cosas no pueden funcionar, las cosas? Sí, claro, las relaciones, el día a día, las tiendas, los trenes, las empresas, hasta la vida.

“Llego mañana a París. No te laves. Este excremento de mensaje fue remitido por Napoleón a su estimada Josefina”. La pregunta sería “¿Ya se imaginó Josefina como traería el emperador sus atributos después de semanas a caballo?

Cuando Luis XVIII entró en el palacio de las Tullerías, el pestazo a rancio fundía las narices. Supongo que los tres mosqueteros no merodearon por las cercanías. Pero sí los dignatarios a rendir pleitesía en un salón del trono infestado de paja meada y cagada. No en vano una cortesana –putarranga de oficio- exclamó “le bon vieux temps”. Ya saben, los viejos tiempos, de hedor, tufo y mierda.

Créeme amigo Agustín, disfruta de la familia.