Esta es una tarde normal de verano, calurosa, semi dormida, y socorrida por la sombra que proyectan los cercanos cerros. El pueblo adormilado y el café a rebosar de parroquianos con los ojos extraviados.
La Sra. Remedios regenta el mugriento local
con esmero y dilatada dedicación. Largos años hace que enviudó, fue el día en
que pronunció aquellas sentidas palabras en la más íntima soledad “Menos mal”.
Dirige, vigila, asiste, sirve, compra, cobra y complace. Su distinguida y
rotatoria clientela, porque la van pringando e ingresando de nuevos, conocen de
primera mano la mala leche de la Reme.
Reme! ¡A ver si el cortado se enfría!
Ya voy Sr. Anselmo (Valiente muerto de hambre). Anselmo dedicó su vida a enterrar
muertos y ahora que está libre de cadaveres, invierte su monótona miseria en el
Café sin leche. El local tiene un pequeño altillo en donde se ubican el billar
y un futbolín, fuera de servicio, claro. También se aloja un gran espejo
mancillado por la humedad y los años. La oronda dueña se apalanca frente al
espejo cada mañana para comprobar su estado, todo bien, unos pelillos en las orejas
y nariz, ojos de sapo poco visibles, morrera pintada a lo cañí, y un culo que
no logra alcanzar el espejo, y todo lo que no se ve, no existe. Se gusta, “Hago buena pinta hoy, coño”.
Hay unas diez mesas, sin distancias ni
hostias, las paredes son una verdadera apología de cine y toros. Lo de la
apología viene dado por el encubrimiento de la mugre con tanto papel coloreado.
Del techo cuelgan dos ventiladores de pala larga que se jubilaron Dios sabe cuándo.
Tres ventanales dan a la calle y curiosamente los cristales están como
salpicados de la cantidad de moscas que reposan en silencio desde la
proclamación del estado del bienestar. Los parroquianos se sienten a gusto, la
mayoría juegan a las cartas, otros charlan, alguno se rasca la entrepierna y
Matías, como siempre, con los brazos cruzados y la vista orientada al infinito
en busca de lo que pudo haber sido y no fue. Gregorio atiende tras de la barra,
lo contrató la Sra. Remedios hace ya 25 años, casi siempre está sentado y es
sordo. Oyó hablar una vez acerca de los derechos del trabajador y se lo comentó
a la patrona qué, dándole la espalda y culo, le dijo “Tus derechos me los paso
por el culo”. Gregorio le está muy agradecido, disfruta de un camastro debajo
del billar y se toma alguna birra a escondidas.
Reme! Venga unas croquetitas que hoy es
domingo.
Oído, recién hechas. Bueno, no exactamente,
sobraron el domingo anterior, aunque las puso en la nevera por la noche. Más
que nevera, armario, porque no está nunca enchufada. Y así van transcurriendo
los días, aquí paz y después gloria. Largos silencios y añorados recuerdos, la
gente del campo es buena gente. Lo del día en que Reme pasaba entre mesas y un
mozo le palmeó una nalga a Reme, considerado como muy grave, ya lo comentaremos
en otro momento.
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