Efectivamente,
como de costumbre, El Café sin Leche cumplió con las expectativas. El manchego
líquido corrió de mesa en mesa hasta la madrugada, disfrazado de garrafa de
cinco litros. Más ácido y agresor no podía ser, ponía el gaznate irritado y el hígado
en posición de firmes. Pero todo eso era banal, olvidable. La parroquia lo agradecía
porque siempre fue así, sin menospreciar que era el único día del año que el
vinorro era gratis. Claro que sí. Y Reme cumplió, vaya si cumplió, ese día
despliega todas sus cualidades cautivadoras y seductoras. Es mujer de sólidas
convicciones y guardián de las más puras esencias. Pero tampoco le amarga un
dulce.
Gregorio se
acuesta pronto, le quedan muy pocas luces en su cerebro y, como siempre, coge
una tajada de las que hacen época, vomita en el suelo de la cocina, balbucea no
se sabe qué, y emprende la huida hacia los bajos del billar. Estos últimos años
se integran en la fiesta Manoli y Salustiana. Manoli es la peluquera y
esteticien, y su amiga regenta el estanco del pueblo –es ninfómana-. Sobre
media noche aparece la pareja de la guardia civil, sin bigotes, interesándose
por el aforo del bar y bla, bla, bla. Lo suyo son los atestados, siempre dicen,
pero es un día especial, y la Reme los induce irremediablemente hacia una mesa
atestada de garrafas de vino especial para distinguidos, tunantes, vividores y
necesitados de cariño.
La Sra. Remedios
rondará los cien kgs, mucha bondad y sabiduría. Siempre atenta a qué con tanto
bullicio y desmadre rural, nadie le toque las nalgas al discurrir entre las
mesas de alegres borrachuzos. Aquella maldita vez le abrió la cabeza a un
muchacho y le metieron un pollo, no al tocador, a ella. Manoli sirve a destajo,
garrafa en mano, los cuatro puntos cardinales del local, la suciedad del sitio
empalidece ante tanta gente, y si mientras garrafa en alto siente un suave
tacto bordeando su juvenil culo, no se inmuta, se gira y sonríe. Juventud,
divino tesoro.
Adolfo Quijano
no es cliente asiduo, viene poco. Se conoce de él que estuvo toda la vida
rascando papel en una librería en Madrid. El hombre es aficionado a los libros;
el tamaño, el color, la impresión, las ilustraciones, los autores, etc. Yo
juraría que no se ha leído un libro en su vida. Hoy le está vendiendo la
mercancía a Reme “Mire usted señora, en
el año 1986 me mandaron a Beirut como corresponsal de guerra, solo le diré que
al entrar en la habitación del hotel vi un letrero detrás de la puerta que
decía: Prohibido salir en caso de tiroteo”. La Reme, con una pizca de
chorizo en la pestaña, tan solo pensaba en las garrafas que se habrían
consumido. No creía al sr Adolfo, le importaba una mierda si lo mandaron a la
guerra, y Beirut le sonaba a Cuenca o por ahí. Tenía los ojos de sapo ya en
franca tensión.
Desde la
puerta del bar, el guardia civil más joven alzaba los brazos gritando “Gracias Sra. Remedios, El que al mundo vino
y no toma vino, a qué coño vino”.
Continuará.
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