divendres, 6 de novembre del 2015

CUENTO DE COLORES

Pese a dedicar todos mis desvelos y mis amores imposibles a la montaña, al mundo rural, toda mi vida me he movido en la dicotomía de mar o montaña. He nacido y vivido en Barcelona, hoy vivo en un pequeño pueblo con unos alrededores de ensueño por sus singulares rasgos campestres y he veraneado y pasado largas estancias en la orilla del mar. Son ya tantos años sorteando olas y compartiendo con Neptuno, que no voy a negar a estas alturas mi predilección por el mar. Pero nada ni nadie me podrán hacer vacilar de mi largo y sólido idilio con los silenciosos caminos, los atardeceres en el siempre enigmático bosque o los increíbles desayunos con los amigos en un rústico refugio al abrigo de tormentas o agresivas ventiscas. En este tiempo, otoño, el campo viste sus mejores galas arrancadas de lo más profundo de la naturaleza. Viñas, bosques, prados y bancales se disfrazan de ocres, amarillos, azabaches y escalera de verdes, y es tal el impacto que producen en el alma que piensas en una recreación de la vida mediante la tristeza y la exultación a la que nos sumerge el otoño. Baudelaire quizá se excedió, pero tenía el corazón herido: “Pronto nos hundiremos en las frías tinieblas/Adiós, intensa luz de nuestro breve estío/Ya oigo como caen con fúnebre sonido/los ruidosos leños sobre el patio de piedra”.

Se dice que en esta época del año hasta pueden enfermar nuestros sueños. La maravilla del otoño puede ahogar nuestro débil y frío aliento en las noches de rayos y truenos, cuando la emboscada nocturna enmudece entre salvajes vientos al galope. En las viejas casas de pueblo, encaradas a los cuatro vientos o levantadas en estrechos callejones de extenuados adoquines y de paredes de piedra afiladas por mil tramontanas. Las jambas de las carcomidas puertas cimbrean de tal manera que los dinteles del umbral emiten quejidos casi imperceptibles pero aterradores. Hasta los perros retroceden enloquecidos y los gatos porfían por sus siete vidas. En otoño los riachuelos despiertan de su letargo, rotos y muertos por la larga sequía y que han ido acumulando broza de naturaleza muerta en su diminuto lecho. A no tardar el agua fluirá por sus entrañas montaña abajo, arrastrando los restos encallados en su curso y la hojarasca reseca de tanto sudor. En un valle cercano, casi a sotobosque, se extienden unas cuantas casitas esparcidas como siembra a mano. Ya humean sus pequeñas chimeneas entre crujidos de encina y desvalidos almendros que procuran calor y cobijo a sus moradores. Como cada año ya se han anticipado a la llegada del tiempo de los mil colores, y en su despensa, almacén y corrales se apilan los esfuerzos de un año en forma de aceite, grano, vino y almendras.


Mar o montaña? Me quedo con las dos, pero…la montaña es mi hogar, mi guía, mi consultora. Después de recorrer mil y un lugares, de descubrirme ante la grandiosidad de paisajes, ciudades y gentes de todas partes, sigo teniendo la inquietud y el desasosiego en la distancia por volver a mi redil, a mis pequeñas cosas, al caminar entre piedras, al suspirar entre flores y fragancias del bosque. Me gusta vivir el otoño en casa, y el invierno, y la primavera. El verano se lo entrego al mar para que haga de mi lo que quiera. Se trata de Vivir, con mayúscula. Y aunque puede que haya esperado hasta el invierno de mi vida para ver las cosas que he visto, no cabe duda de que ha valido la pena.