dijous, 12 de febrer del 2015

Jesús, gracias!!

Volví el domingo por la mañana, llevaba la maleta repleta de recuerdos y un regalo indeseado por acuciante y muy molesto, un constipado de proporciones gigantescas. Ya hacía días que sentía aquel extraño cosquilleo que lentamente va ascendiendo de intensidad hasta culminar en un estornudo que hace saltar por los aires el moquillo, los virus contagiosos, el cierre de ojos y el estremecimiento de medio cuerpo. Créanme, si estornudan no conduzcan, se la pueden pegar. Jamás había pasado tanto frío en Madrid, y en el curso de los años han sido muchísimas las veces que he visitado la capital del reino. Abrigado y tapado hasta las cejas, se hacía casi imposible poder pasear, el gélido viento impactaba de tal manera en el rostro que quitaba las ganas de andar. Y tampoco vas a estar todo el día medicándote con dosis alternadas de ibuprofeno y trago de whisky. Entre otras cosas porque no soy adicto a tanto medicamento.

La noche del viernes, después de presenciar las tristes andanzas del Rey León, me fui directo al hotel para meterme en cama, extendiendo la correspondiente licencia escrita a mi mujer para que pudiera seguir palideciendo con el frío y los amigos que nos acompañaban. No tardó ni media hora en volver. Un rápido examen visual a la cama me convenció de que allí había poca ropa para aplacar mis tiritones y tintineo de dientes, muy posiblemente debidos a algunas pérfidas décimas de fiebre. Me apercibí horrorizado de que la calefacción se encontraba en modo canceled. Qué hacer? Hay mandos antiguos en que necesitas ser licenciado en manipulación de trastos para activarlos. Tras unos minutos de angustia y harto de pulsar botones, desistí. Llamo a los bomberos o llamo a recepción, un momento, y la tapa del magneto térmico? A esas alturas ya circulaba en calzoncillos por el recinto y tenía miedo de morirme de frío. Albricias! Estaba desconectado el interruptor de la calefacción. Se puso en marcha al momento pero hacía un ruido extraño y molesto. A todo eso mi mujer había encontrado en el armario dos fundas con sendas mantas, me cubrió con una de ellas con cariño y amor. Al poco rato me levanté para desconectar aquella horrible máquina de ruido que, además, no emitía calor de ningún tipo. Mañana cuando baje los pondré a caldo, me dije. Serían las cuatro de la mañana cuando me incorporé y de un manotazo salió la manta volando, estaba sudado y molesto de tanto calor. El balcón daba a la Gran Vía y el paso de vehículos con la sirena aullando era frecuente. No sé si eran bomberos, ambulancias, policía o delincuentes persiguiendo a la policía.

Me desperté temprano, entraba luz por el ventanal y eso supone el fin abrupto de mi sueño. Me fui directo al baño  y zasca! me lo temía, el del espejo no era yo, era como un besugo con cara de merluza descongelada. El constipado seguía su curso y se aferraba con malas intenciones encima de mi pobre y baldado cuerpo. Procedí al estudio concienzudo de la grifería, esta es otra, a fin de que no se disparara y me cubriera de agua con cubitos mi trémula dermis. Volvimos al centro, era sábado y las calles estaban atestadas de gente, mucho turismo español. Alertados por la propia gente la consigna era alerta con los bolsos y carteras, de acuerdo, gracias. Atendiendo al deseo de un miembro del grupo, nos pegamos una paliza para localizar un restaurante que, finalmente, estaba al completo, pero nos recomendaron otro a dos manzanas, en la plaza de la Marina, a pocos metros del Senado. Senado que nadie sabe para qué sirve, pero ahí está. El santuario del yantar era ni más ni menos que el Café de Chinitas, ramificación del original nacido en Málaga y cantado por García Lorca. Ya me tienen a mí allí, pegado al tablao en donde cada noche los palmeros y cantaores se desgañitan y con un cocidito madrileño mirándome a la cara. Lloriqueando, sonándome, estornudando, tosiendo y maldiciendo mi mala suerte y el frío de la sierra madrileña. Jesús, gracias!

Posdata: Al pasar el control del AVE llevaba en una mano un maletín y en la otra los billetes, con tan mala fortuna que al ir a entregar los billetes a la señorita de uniforme AVE un estornudo  se precipitó de tal y traidora manera que la tal señorita debió de acordarse de mi pobre familia que nunca se mete en nada.

Jesús, gracias!!