dijous, 19 de febrer del 2015

EL TIEMPO PASA MUY DEPRISA

“El tiempo pasa muy deprisa”. Más que una frase es como una sentencia que usamos con frecuencia. Puede tener muchos sentidos, casi infinidad de traducciones que van íntimamente ligadas a momentos o experiencias que atravesamos, o hechos vividos en otro tiempo pero que ni el tiempo transcurrido ha sido capaz de borrar. Son pocas palabras pero pueden encerrar grandes o pequeños episodios, trascendentes o intrascendentes, felices o lamentables, turbios o añorados. Muchas veces se dicen en voz baja, otras sin abrir los labios para que nadie pueda preguntarte el origen de tus balbuceos.

Somos prisioneros de nuestro pasado y de todas las huellas que hayamos podido dejar en él. Como seres vivos y mutantes, lo que un día nos sedujo y nos involucramos hasta las meninges puede que hoy lo veamos con arrepentimiento y hasta con cierta indolencia. Por el contrario, también es posible que lo recordemos con nostalgia y extrañemos su ausencia, lamentando el tiempo transcurrido. Ciertamente, para bien o para mal, el tiempo pasa muy deprisa.

El refranero popular ilustra con sapiencia todos estos estados de ànimo: “Agua que no has de beber, déjala correr, A lo hecho pecho, Faena hecha no ocupa lugar, Haber gato encerrado, La cabra siempre tira al monte, Ir a por lana y volver trasquilado, Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, No hay mal que por bien no venga, Ojos que no ven corazón que no siente, Quien escucha, su mal oye, Quien siembra vientos recoge tempestades”. Los hay para todos los gustos y circunstancias y lo curioso de ello es que aplicados con rigor y naturalidad suelen dar en el clavo, ajustarse a hechos o momentos de nuestra vida. Ya saben, Sabe más el diablo por viejo que por diablo.
Es cierto que están en desuso, y no porque sean estériles sino porque al igual que nosotros somos cambiantes con la edad y el tiempo, la literatura que nace del saber popular ya no se hace necesaria, es como una antigualla que yo sigo considerando vigente pero comprendiendo su decrepitud. Por no decir que las circunstancias y tiempos en que nacieron han pasado a mejor vida. En los hogares de otros tiempos la sabiduría del abuelo y la abuela eran rasgos respetados y prestigiados que pasaban de padres a hijos como si de herencias no escritas se tratase y de gran valor. Aunque prácticamente ya casi no queda ni respeto por los abuelos. Todo está materializado y a la gente no le queda tiempo para cuentos chinos. Desgraciadamente los abuelos tampoco ya cuentan con aquel saber popular, poco que contar, nada que enseñar, y un poco de espaldas a nuestro tiempo. Es tal la velocidad con la que se suceden los acontecimientos que ni se digieren, ni se entienden, ni ya interesan en la edad de la contemplación, de la melancolía, de esa envidia insana por la juventud perdida y de los sueños olvidados.


Si, el tiempo pasa muy deprisa, y aunque sea una utopía la verdad es que cada vez percibes más como los días menguan, se acortan las etapas, la fugacidad de los buenos momentos se constriñe. Por eso cuando alguien pronuncia con nostalgia ese huido tiempo pasado, aquellos tiempos en que uno creyó que se le abrieron las puertas  de todos los cielos, el tiempo pasa muy deprisa, creo que en el fondo están reconociendo errores de su vida, equívocos en el camino escogido. Como el primer beso, literariamente se quiere recubrir como la arcadia de la felicidad, de la honestidad, de la pureza. Y esos errores se dan en el trabajo, en las apuestas de futuro, en el amor. Cuantas veces se alude a la velocidad con que transcurre el tiempo para no decir que error cometí al no creer en él, o ella,  qué insensato fui al huir de lo que ahora añoro y sueño cada día, qué iluso fui, y ahora me veo obligado a vivir con dos caras. Con dos vidas opuestas. “Ojos que no ven, corazón que no  siente”.