dijous, 13 de novembre del 2014

LAS AGUAS BAJO EL PUENTE CARLOS

Creo que han sido varias las ocasiones en que he escrito algo de Gustav Mahler. En esta ocasión ha sido sobrevenido en una de esas tardes de ocio, de ocio codiciado, sometido a la influencia de la música, las emborronadas anotaciones en una libreta de dudoso e incierto futuro, y los recuerdos liberados de su cajita de cristal irrompible. Todo cabe, examinado con añoranza y encarpetado con esmero, en esos cortos períodos en donde los recuerdos y las reflexiones se empujan unos a otros mientras, sin apenas apercibirte,  tras los cristales del ventanal el crepúsculo abre sus fauces para engullir el día que se va despidiendo de puntillas.

En los albores de la pasada primavera, en una tarde de cielos encapotados y algo fría, me encontraba en el Puente Carlos de Praga en el extremo de la ciudad vieja, a escasos metros de la Torre de la Pólvora. Las primeras noticias de esta gran obra de ingeniería datan de 1357, este ancho y caudaloso río nace en Bohemia y tras un recorrido de 430 kmts se une con el Elba. El puente sobre el río Moldava tiene más de 500 mts  de largo por diez de ancho. Hoy es peatonal y se encuentra atestado de gente que mediante un y mil reclamos pretenden ganarse la vida. Las aguas fluyen veloces a su paso originando pequeños remolinos que se disputan el líquido espacio.

Mahler era un judío converso al catolicismo, su obra como compositor es monumental y su prestigio como director de orquesta le llevó a dirigir los más afamados teatros operísticos de Europa y Norteamérica. Falleció en Viena en 1911, con apenas 51 años y una vida plagada de altibajos, como la gran mayoría de personajes insignes de los que, habitualmente, tan solo contemplamos la parte positiva o más celebrada de su historia. Pocos son los días o, mejor dicho, las tardes en que no me tienda sobre las nubes al arrullo del Adagietto de la 5ª. El sobre peso de una sinfonía, por su extensa duración, no te permite su audición con frecuencia, sin embargo esta deliciosa composición que dio sentido y color a la magnífica película de Muerte en Venecia, son once minutos fáciles de encontrar y es una manera de sublimar los sentidos, rutinarios y acomodaticios.

Tarareando el adagietto y sintiendo algo de frío, fui dejando atrás el puente Carlos, era pronto para la cena y me mezclé en la multitud intentado con mis lentos pasos poner en orden mis ideas. Atravesé el barrio de las joyerías y en pocos minutos me encontraba ante el reloj astronómico medieval de Praga, en la parte sur del Ayuntamiento. Unos cuantos zapatazos más y ya en los aledaños del barrio judío me di de frente con otro personaje checo, también Bohemio, su legado fue extenso y originó un antes y un después en la literatura universal. La estatua de bronce que le representa es algo enrevesada, igual que sus complicados ensayos. Se trata de un hombre alto y con el cuerpo vacío, y sentado en sus hombros Franz Kafka. Apenas cuarenta años fue el estrecho margen que tuvo para dejar escritas sus afamadas obras, de entre ellas: El proceso, El castillo, El desaparecido o La metamorfosis.

Como siempre ocurre con la gente que deja su huella, su pátina de genio, Visconti recrea la historia escrita por Thomas Mann en la triste y dulce Venecia, con una  escenificación que concluye coronando el trágico y triste final de Muerte en Venecia. Es impensable que la incorporación en la cinta de la 5ª de Mahler pueda dejar indiferente a nadie que la haya visionado. El argumento y la trama que lo teje, quedan mimosamente envueltos en las notas influyentes del maestro Mahler que, sin apenas darte cuenta, resbalan por los viejos y húmedos  callejones de la ciudad más bella y triste del universo musical y literario. Como siempre me gusta repetir, Venecia agoniza perpetuamente.


Y termino, el tiempo para el ocio por hoy se ha terminado. Apago el ordenador, recojo la mesa, despierto a mi pequeña secretaria y apago las luces. Una furtiva y última mirada a las montañas que me envuelven, cuando la noche ya impera, me inducen a pensar que la tierra gira porque muchos hombres y mujeres lo han hecho posible. Todo lo demás…es pura banalidad.