Creo que han sido varias las ocasiones en que he
escrito algo de Gustav Mahler. En
esta ocasión ha sido sobrevenido en una de esas tardes de ocio, de ocio codiciado,
sometido a la influencia de la música, las emborronadas anotaciones en una
libreta de dudoso e incierto futuro, y los recuerdos liberados de su cajita de
cristal irrompible. Todo cabe, examinado con añoranza y encarpetado con esmero,
en esos cortos períodos en donde los recuerdos y las reflexiones se empujan unos
a otros mientras, sin apenas apercibirte, tras los cristales del ventanal el crepúsculo
abre sus fauces para engullir el día que se va despidiendo de puntillas.
En los albores de la pasada primavera, en una tarde
de cielos encapotados y algo fría, me encontraba en el Puente Carlos de Praga
en el extremo de la ciudad vieja, a escasos metros de la Torre de la Pólvora. Las primeras noticias de esta gran obra de
ingeniería datan de 1357, este ancho y caudaloso río nace en Bohemia y tras un recorrido de 430 kmts
se une con el Elba. El puente sobre
el río Moldava tiene más de 500
mts de largo por diez de ancho. Hoy es
peatonal y se encuentra atestado de gente que mediante un y mil reclamos
pretenden ganarse la vida. Las aguas fluyen veloces a su paso originando
pequeños remolinos que se disputan el líquido espacio.
Mahler era un judío converso al catolicismo, su obra
como compositor es monumental y su prestigio como director de orquesta le llevó
a dirigir los más afamados teatros operísticos de Europa y Norteamérica.
Falleció en Viena en 1911, con
apenas 51 años y una vida plagada de altibajos, como la gran mayoría de
personajes insignes de los que, habitualmente, tan solo contemplamos la parte
positiva o más celebrada de su historia. Pocos son los días o, mejor dicho, las
tardes en que no me tienda sobre las nubes al arrullo del Adagietto de la 5ª. El sobre peso de una sinfonía, por su extensa
duración, no te permite su audición con frecuencia, sin embargo esta deliciosa
composición que dio sentido y color a la magnífica película de Muerte en Venecia, son once minutos
fáciles de encontrar y es una manera de sublimar los sentidos, rutinarios y
acomodaticios.
Tarareando el adagietto y sintiendo algo de frío,
fui dejando atrás el puente Carlos, era pronto para la cena y me mezclé en la
multitud intentado con mis lentos pasos poner en orden mis ideas. Atravesé el
barrio de las joyerías y en pocos minutos me encontraba ante el reloj
astronómico medieval de Praga, en la parte sur del Ayuntamiento. Unos cuantos
zapatazos más y ya en los aledaños del barrio judío me di de frente con otro
personaje checo, también Bohemio, su legado fue extenso y originó un antes y un
después en la literatura universal. La estatua de bronce que le representa es
algo enrevesada, igual que sus complicados ensayos. Se trata de un hombre alto
y con el cuerpo vacío, y sentado en sus hombros Franz Kafka. Apenas cuarenta años fue el estrecho margen que tuvo
para dejar escritas sus afamadas obras, de entre ellas: El proceso, El castillo, El desaparecido o La metamorfosis.
Como siempre ocurre con la gente que deja su huella,
su pátina de genio, Visconti recrea
la historia escrita por Thomas Mann en
la triste y dulce Venecia, con una
escenificación que concluye coronando el trágico y triste final de
Muerte en Venecia. Es impensable que la incorporación en la cinta de la 5ª de
Mahler pueda dejar indiferente a nadie que la haya visionado. El argumento y la
trama que lo teje, quedan mimosamente envueltos en las notas influyentes del
maestro Mahler que, sin apenas darte cuenta, resbalan por los viejos y
húmedos callejones de la ciudad más
bella y triste del universo musical y literario. Como siempre me gusta repetir,
Venecia agoniza perpetuamente.
Y termino, el tiempo para el ocio por hoy se ha
terminado. Apago el ordenador, recojo la mesa, despierto a mi pequeña
secretaria y apago las luces. Una furtiva y última mirada a las montañas que me
envuelven, cuando la noche ya impera, me inducen a pensar que la tierra gira
porque muchos hombres y mujeres lo han hecho posible. Todo lo demás…es pura
banalidad.
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