dijous, 20 de novembre del 2014

DE PASEO POR LLOFRIU

El miércoles, de buena mañana, el sol anunciaba una demostración de su poder, y el cielo lucía ese dulce color azul con que el propio cielo lo nombra. La agenda del día estaba más limpia que un niño de primera comunión, lo cual me impulsó a centrarme en qué invertiría las horas de una forma más o menos decorosa, para no caer en el ostracismo, la abulia, indiferencia o el confinamiento entre cuatro paredes. Hace pocos días que concluí la relectura del Quadern Gris de Pla. Desde la primera vez que lo devoré han transcurrido un montón de años y me sigue produciendo aquel mismo goce íntimo de satisfacción y admiración por el maestro de Llofriu. Pla ha sido el más grande prosista en lengua catalana.

Ya no me cabe la menor duda de que l’Empordà, igual que la Provenza y la Toscana, despiden el influjo tantas veces narrado de su luz, sus colores y la suavidad de sus paisajes. Los tres lugares se encuentran en la bóveda mediterránea salpicada de azul. Pla mandó sus crónicas desde medio mundo, aunque siempre me han fascinado más sus inicios en Barcelona y su largo retiro en el Mas Pla de Llofriu, Palafrugell. L’Homenot dejó una extensa obra literaria. Pla tuvo que vivir durante gran parte de su vida bajo la censura. Detestaba el desprecio del régimen autoritario por la lengua y la cultura catalanas y su obstinada incapacidad para convertirse en una democracia, aunque fuese tutelada. No se consideraba nacionalista catalán, era un hombre de mundo que creía en las singularidades territoriales. Escritor incansable, hombre de orden aunque de talante liberal, a su modo de ver la vida es caótica, irracional y injusta. Conservador y racional, no siente la acción, aunque sí la voluptuosidad y la sensualidad. Buen conversador, buen comedor y mejor bebedor (ya anciano, el whisky constituía todavía buena parte de su dieta), fumador empedernido de Ideales, tocado de joven con un sombrero hongo y más tarde con su inseparable boina de paisano.

En fin, en cosa de media hora ya me encontraba tragando kilómetros por la autopista en dirección a Francia. Hora y media tuvo que transcurrir hasta que me apeé en una cafetería de Les Voltes, en La Bisbal d’Empordà, creo que su nombre era el drac. Me venía bien un descanso pero a la vez sentía en mi interior prisa para llegar a Palafrugell y acercarme a Llofriu, al Mas de Pla. A mí me gusta describir cuando escribo y recordaba la frase del maestro: “Es más difícil describir que opinar, infinitamente más: en vista de lo cual todo el mundo opina”. Y yo añadiría que son muchos los que opinan y muy pocos los que saben de qué opinan. El 23 de abril de 1981 me encontraba, como siempre, cincelando con los ojos los muros de Poblet y presencié casualmente la salida precipitada del abad del monasterio, Maur Esteve fallecido recientemente, que se encaminaba a Llofriu para asistir a su amigo en sus últimos momentos. Después supe, sin haberlo sabido antes, que Pla había pasado algunos días en Poblet en diversas ocasiones durante sus últimos tiempos. Un vecino, vaya.

Me senté en una piedra del camino que enfila el viejo caserón. Por aquí pasaron personajes ilustres de toda condición. Me lo imaginaba con sus labios pegados a un cigarro, la boina plana, ni de un lado ni del otro, el vaso de whisky al alcance y la mesa abarrotada de folios a medio escribir. Jovial irónico y buen conversador. Ya no disimulaba su decrepitud ni sus harapos domésticos.

Volví a tiempo de comer en casa. La autopista me da somnolencia y me vino a la mollera una expresión del gran prosista ampurdanés: “La libertad es el derecho que tienen las personas de actuar libremente, pensar y hablar sin hipocresía.” Todo eso sucedía cuando por la radio daban la noticia de que el fiscal general del estado daba órdenes para querellarse contra la cúpula de la Generalitat. Sin duda alguna apremiado por las exigencias y presiones  del presidente del gobierno de España. Me preguntaba cómo puede llegarse a judicializar la política y cómo puede politizarse la judicatura tanto. No vamos bien, siento vergüenza del que pueden decir y pensar en estos momentos la mayoría de gobiernos occidentales.