divendres, 16 de maig del 2014

MAR O MONTAÑA, PERFUMES QUE EMBRIAGAN


A esta hora de la mañana el sol impacta en los muros del monasterio y produce el mismo efecto que al atardecer, las vetustas y venerables piedras  adquieren ese cálido color de las manzanas al horno. Desde la salida del astro rey se produce una sucesión de colores y sombras que salpican el entorno de tal manera que cada mirada a lo lejos es un nuevo escenario, una nueva pintura recién colgada. Siempre me debato en esa dicotomía de la que recibo tantos influjos: mar o montaña. A pesar de haber dedicado gran parte de mi vida a enaltecer mi amorosa relación con el mar, a bañarme en las espumosas aguas de la nostalgia y fundirme en sus mil y un tonos azules. A reflejarme en ese  horizonte líquido que el sol transforma en descomunal espejo o palidecer en la noche cuando un rayo de plata lo parte en dos mitades, a pesar de todo ello, digo, mi alma, tímida y vergonzosa ante una indisimulada duda, tuerce el gesto hacia donde los árboles y las verdes llanuras acunan las altas vertientes de bellos terciopelos de musgo y roca.

Desde mi privilegiada atalaya, taller de letras y libros de historias vividas o fantaseadas, los rayos de sol penetran agresivos y preñados de cegadora luz, cruzando los ventanales y ajenos a mi presencia. Que lejos han quedado ya aquellos días en los que en la carretera no había más que asfalto y prisa, cuando los pájaros no eran más que garabatos en el cielo, cuando los colores y las flores desfilaban a mi lado sin verlos. Tiempo en el que otoño no era otra cosa más que color y el invierno frío y barro. Pero ese tiempo ya oscureció tanto que huyó en una noche cualquiera, en algún recodo de una carretera que ya no recuerdo con certeza si más que carretera era un callejón sin salida. Pero las cosas han cambiado, ahora ya no veo asfalto, ni garabatos volando, ni mucho menos prisa para nada, prisa? Pero que digo, tan solo me estimulan las ganas de vivir, de hartarme de naturaleza, de empacharme de bosques y senderos, de hablar con las aves y las flores, de conocer a fondo la vida verdadera, la de las viñas y los olivos meciéndose con la brisa de los campos.

Por un momento he detenido las teclas, me he acercado lentamente al ventanal para abrirlo y sentir como el aire de la mañana trepa por la enredadera y me invade con sus suspiros de vida. Qué placer contemplar la grandiosidad que me rodea presa de un silencio ensordecedor. Los pájaros planean en perfecta formación a escasos metros de mí, parlotean y sueltan lastre en su vuelo hacia alguna torre del monasterio o acaso en alguna ventana de marco centenario. Me viene el recuerdo de un artículo firmado por mi amigo Agustí que con su vieja Olivetti escribió uno de sus más bellos y enternecedores relatos. El núcleo de su historia son un pájaro, una rama de ciprés y el alféizar de su celda. Se imaginan hurgar la mente hasta poder describir con quinientas palabras una historia  de amor, de amor fraternal, de amor por la vida? Escribir es fácil siempre me decía, con qué sencillez y generosidad escondía su maestría. Allá donde esté estoy seguro que seguirá aporreando su vieja máquina llenando el infinito de bellos paisajes pintados con letras.

Se acerca mediodía y los cuadros se han cambiado, la luz es otra y los ocres y verdes adoptan un tono distinto, más suave, más pastel, con menos intensidad. Unos almendros llaman mi atención por su firmeza, quietos, inmóviles, solo balanceando su verde cresta y mirando de reojo media docena de pinos vecinos que sí alardean de su contorno, bailan lentamente pero sin descanso. Los aromas que me llegan embriagan y perfuman mi taller, pasto maldito de nicotina. Debo volver a mi banco de pruebas y concluir este paseo matinal. Después pondremos el tren a punto, el tiempo apremia y la tierra de los mil colores aguarda nuestra llegada.