diumenge, 25 de maig del 2014

DE FLORENCIA A LA TOSCANA

No hay forma de acostumbrarme, ni de perderle el miedo tampoco, en el momento en que el avión comienza a rodar por la pista y alcanza la velocidad necesaria, la mole de hierro y plastico levanta la cabeza señalando las nubes. Esta maniobra corre pareja e inversamente proporcional a mi estado de ánimo, el avión ruge desafiante en su ascension y yo me derrumbo en un mar de gelatina. La gente charla, lee o duerme, excepto un bebé que ha puesto la directa y sacude nuestros oidos. El espacio escasea, justo el cuerpo, algo de la barriga y las piernas recogidas. Apenas se divisa un fondo azul alli bajo, hemos salido con tiempo nublado y seguimos entre nubes cruzando el Mediterraneo, Florencia espera. La conozco, he estado un par de veces pero siempre de forma superficial. El puente sobre el Arno, o de las joyerias, la Santa Croce, parte del centro y el mercado. En esta ocasión pienso invertir algo mas de tiempo, pero no será hasta el domingo.

Al iniciar la maniobra de aterrizaje el comandante se ha encontrado con una corriente de aire de costado que le ha obligado a zarandearnos como el que acuna a un bebé, produciendo daños laterales en mi acojonamiento general. El aeropuerto de Florencia es pequeño y sin ninguna pretensión, las maletas han salido de su letargo viajero en pocos minutos. Ya en la calle un calor sofocante y el asfalto vestido de carne a la plancha. Del coche de alquiler ni rastro, un letrero poco vistoso nos anuncia en italiano que en breves momentos llegará un mini bus que nos trasladará a la zona de rent a car, como asi es. Un coche largo station wagon que va de perlas para depositar las maletas en la parte trasera. Nuevo, tan solo quinientos kmts., tras fallidos intentos descubro que no se pone en marcha si no piso el embrague. Hace años que no conduzco un coche con cambio manual y la verdad es que le encuentro el gustillo a acelerar o reducir con la palanca. San Gimignano solo a cincuenta kmts, fácil si no fuera por la caótica salida de la ciudad y las horribles carreteras más perforadas que un colador. La Toscana empieza a mostrar su eminente carácter verde, verdisima naturaleza, y los cientos de miles de cipreses se extienden a lo largo y ancho del panorama y formando bellísimas avenidas en la entrada de las múltiples villas que salpican las pequeñas colinas del paisaje. El ciprés era concebido como estigma de poder.


Y el hotel, elección mía, posee unas instalaciones dignas de un rey etrusco, glorioso antepasado de estas tierras. Se trata de un formidable edificio en planta baja formando un suave ángulo. Edificios contiguos, torre de vigilancia, suave y bella jardineria y una gran piscina que permite desde lo alto apreciar la magnifica silueta de San Gimignano al atardecer. Es de estos enclaves en donde la palabra se queda corta, cuesta describir la belleza de sus calles, el milenario adoquinado o las góticas esquinas de embozados y espadachines. Conserva casi intactas sus altas torres, otro símbolo de poder, de forma rectangular y muy altas, al contrario de Siena donde si les cortaron el cuello por la mitad. Carreteras extremadamente sinuosas y envueltas por una orgía sinfónica de tonos verdes, bosques y cipreses...eternos cipreses. No se aprecia aqui una relación o simbología directa con la muerte, como en tantos otros sitios. Altos, estrechos, firmes como un lápiz y apuntando al cielo con osadía. Al contrario de la tristeza que evocan en otras latitudes, aqui es un elemento de sinuosa y espectante belleza. La Toscana es una región pintada de absoluto y fértil verde en donde solo predominan los tonos pastel muy tenues que visten casas, muebles, elementos decorativos y yo creo que hasta la vida de las personas. Pero queda mucho por contar, el viaje sigue su curso y nosotros lo seguimos embobados.