Después de emplear tiempo y mucha ilusión en recorrer la bella Toscana, no
es difícil entender el por qué la magia del cine tampoco ha sido ajena a esta
explosión de delicadeza y ternura de los paisajes. Alguna tarde de lentos y largos
paseos, he podido apreciar la luz crepuscular bañando los valles y colinas dando al paisaje el tono
y la forma de las cálidas pinturas. Los bosques se funden con los cipreses y
los sembrados, todavía con la caña verde, contrastan con el rojo intenso de las amapolas
que irrumpen en su espacio, se asemejan a inmensas alfombras que tapizan tus
sentidos como un caluroso abrazo, como un tímido beso en la larga noche.
Pongamos San Gimignano, por ejemplo.
Qué más puedo decir de este paradisíaco lugar que las palabras no empañen
ni turben su suprema belleza, su delicado color, su frágil presencia. Anthony
Hopkins da clases sobre Dante en el Palazzo Vecchio de Florencia para recobrar su personaje de Hannibal. Roberto Benigni
rodó parte de su terrible tragedia en el encantador pueblo de Arezzo, el mismo desde el que escribo
estas notas en este momento. En Montepulciano,
de ricas y fértiles viñas, también se encendieron los focos para filmar
Shakespeare en su “Sueño de una noche de
verano”. En esta misma localización se esforzaron mis muy deseadas Kristin
Scott Thomas y Juliette Binoche para dejar constancia de su valía en “El
paciente inglés”. No lejos de ahí, en los alrededores de Siena, Rusell Crowe dio vida a Máximo en Gladiator. Siena es una
ciudad medieval como casi todas ellas. En la Piazza del Campo, de piso cóncavo
y pendiente, se encuentra el Palazzo Pubblico y su famosa torre o campanile. Es
en esa plaza donde dos veces al año se celebra El Palio, competición hípica de
los distintos barrios de Siena, muy
vistosa por el colorido de los estandartes y las dificultades de la propia
carrera en un eximio espacio atiborrado de público.
Volterra es una sorprendente población con más de dos mil años de
historia. Se encuentra al sur de La Toscana, no lejos de su costa. Como casi
todas las poblaciones se sitúa en lo alto de un monte. Además de su magnífica
muralla hay que admirar la belleza de sus callejuelas y mágicos rincones
atestados de palacios medievales y con unas vistas a vuelo de pájaro sobre la
campiña toscana que hielan el aliento. A poca distancia del pueblo se encuentra
un restaurante de carretera en donde degusté mi primer plato de pasta, no soy
muy dado a este tipo de comida pero en esta región casi diría que es obligado.
Una refrescante mega ensalada y una sabrosa lasaña recién horneada. Todo bien
regado con un fino Chianti y rematado
con una copita de grapa, como no
podía ser de otra manera. Si hubiera que poner alguna objeción a este paraíso
de verdor no sería a la naturaleza, que aquí derrochó generosidad, sino a las
comunicaciones. Si ya de por si es complicado debido a la sinuosidad del
trazado y los eternos desniveles, el piso de las carreteras es un verdadero
desastre, una autentica competición de baches,
hoyos y obras, obras por todas partes con limitaciones del tránsito.
Característica que igualmente hay que aplicar a autovías y alguna autostrada.
Si hubiera que decantarse por alguna de estas poblaciones en aras de su
belleza, sin lugar a dudas escogería San Gimignano, es una delicia de pueblo,
es de otro mundo. Sin menoscabar la belleza de las demás porque toda La Toscana
es un dulce pastel pero, éste, es para paladares delicados, un verdadero
capricho de la naturaleza y de la historia. Mañana partiremos hacia el norte de
la región que aun siendo la misma ya es otra historia, pero me consta que
también nos ha de sorprender por las incontables maravillas que esconde. Pero
será mañana.