La semana ya está muy avanzada, posiblemente ya haya
dado lo mejor que de ella se podía esperar, al fin y al cabo se trata de una
sesión continua en dónde priman mayoritariamente las malas noticias, o las
novedades que deprimen, que viene a ser lo mismo. Lo que un buen amigo mío
suele detallar siempre que se le pregunta o se le explica cualquier avatar de
este nuestro mundo; esto es una mierda, siempre dice. He acabado por darle la
razón, esto es una mierda integral, sin que por ello haya que ser
necesariamente un derrotista pero, efectivamente, todo huele a cuerno quemado.
Ayer lavé el coche como es habitual cada jueves, razón más que justificada para
que hoy lluevan finas gotas preñadas de barro y dejen la carrocería hecha unos zorros.
La primavera sigue con su ambivalencia y hoy nos hemos despertado con una
niebla baja y espesa. La niebla siempre va asociada al enigma, al misterio, la
reflexión…y a los accidentes, claro. Conduzco sin prisa, la radio enmudece, la
efigie de los árboles podados desfila por la ventanilla inerte, inmóvil, ramas
entre humos evanescentes que no dicen buen viaje, ni ten cuidado. Aparecen y se
esfuman por el retrovisor, ni tiempo dan para advertir que aparece otra que la
sustituye, igual de silenciosa, rígida, muerta de tímida madera deshojada.
Presiono un recodo del volante para que regale
música a mis oídos, las turbulencias del exterior hacen enloquecer el dial y el
ambiente se preña de extraños ruidos y de interferencias que ponen a los pies
de los caballos las emisoras que, pisoteadas y venteadas, revolotean perdidas e
ilocalizables, intentando inútilmente sortear la furia de los vientos y la
puesta en escena de la blanca y espesa bruma que todo lo cubre, la maldita
niebla. El teléfono esconde su pequeña voz metálica sujeto a un cable que a su
vez esconde su cabecita en un oscuro
agujero. Finge cargar la batería o su incapacidad para ayudarme? No hay
cobertura, qué fatal momento vive el pequeño ingenio, que de ser mi alter ego,
mi socorro en la encrucijada, mi voz en el desierto, deviene en un pequeño
estuche de música donde la música brilla por su ausencia, y tan solo queda el
brillo de un plástico anodino enmarcado por tenues lucecitas mudas.
La niebla, cosida por bancos emergentes, levita como
una escalera de colores que cimbrea montaña arriba en un esfuerzo titánico por
desaparecer de esta mañana huérfana de sol. La lluvia arrecia y toma
posiciones. La carretera deja de ser un surco oscuro y opaco, poco a poco se
extiende ante tus ojos como una lengua plateada por el acero líquido que todo
lo humedece, todo lo moja. Los insectos maldicen la primavera, creyéndose
inmortales, y desfilan inertes en una corriente de la pequeña muerte, cuneta
abajo. Siento un sudor extraño y a destiempo, la lluvia golpea la carrocería y
salpica de chispas azuladas tus ojos. Los neumáticos en contacto con el agua
juguetean a vida o muerte. Ven a lo lejos y tú no, saben que en la próxima
curva o quizás en la otra, bailarán al compás de un diabólico vals en donde los
pies se contraponen y estalla la apoteosis, el delirio, el fin de toda melodía.
No corras, no desafíes los elementos, teme del agua y sus piruetas. Piensa en
los que te esperan.
Llegado a mi destino en una mañana con niebla ya
evaporada, el cielo se ha resquebrajado dando lugar a que el sol, todavía
vergonzoso, se cuele por las azules fisuras del vaporoso techo. Si hay sol hay
vida, si hay vida late el corazón, si el corazón les sugiere una rociada y
perfumada rosa, no lo duden ni un instante, regalen rosas i, créanme, lean,
lean siempre un libro.
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