Hoy he sufrido un bien intencionado ataque de
nostalgia, repasaba mis notas de los últimos diez años de viajes en tren, mi
tren. He reparado en un destino de 2013 que, por aquel entonces, me hacía una
gran ilusión y, para ser franco, sigo sintiendo un cosquilleo en el estómago al
recordar la capital de la Bohemia: Praga. Es una ciudad fantástica, de obligada
visita. En ella no solo conocerás una ciudad bellísima, de empedradas calles y
plazas, monumentos incomparables, puentes de medio quilómetro de largo,
tradiciones ancestrales y la mejor cerveza negra del mundo, sino que a través
de sus huellas conocerás la historia de un enclave estratégico que deviene del
Imperio Austro Húngaro, pasando por la antigua Checoeslovaquia, hasta la actual
República Checa.
Praga como casi todas las ciudades
provenientes de férreas dictaduras europeas, es una enamorada de la cultura en
su sentido más literal y amplio. Son legión los niños que a los cuatro o cinco
años ya atesoran unos conocimientos musicales que se hacen patentes en
conciertos al aire libre de violín y piano. Disciplinas como el dibujo, la
pintura o la música son impartidas en cualquier centro docente. Y los músicos
urbanos, que los hay a cientos, se expanden en grupos por la parte antigua de
la ciudad o del puente Carlos, con un denominador común: sus conciertos
callejeros, al amparo de cualquier esquina, solo versan sobre Schubert, Mozart,
Beethoven y los grandes compositores checos. Es un hecho insólito, su atuendo y
figura es tan harapienta como en todas partes, estéticamente están en las
antípodas de la belleza de sus interpretaciones. El área metropolitana de Praga
es mucho menor que la de Barcelona, y tienen 13 teatros en los que se
escenifica ópera con programación continua y a precios populares, no elitistas.
Se entiende su sensibilidad y amor por la cultura en mayúsculas.
El impresionante paso del río Moldava por un
extremo de la ciudad y la circulación de toscos tranvías marcan una
característica imborrable de la ciudad. Las nuevas generaciones ya solo conocen
de oídas La Primavera de Praga, período de liberalización política de Praga,
que duró desde el 5 de enero de 1968 hasta el 20 de agosto del mismo año, en
que las tropas rusas invadieron con sus tanques la ciudad aplastando cualquier
intento de libertad. El Moldava es más caudaloso que el Elba, a quien entrega
sus aguas en Melnik. "Ma vlast" –mi patria- es un bello poema sinfónico de
Bedrich Smetana en el que brotan las aguas del Moldava por el pentagrama de la
partitura, así como viejos soplos nacionalistas de Bohemia.
No detallaré el inacabable itinerario de
lugares a visitar, ya lo dejé escrito en un anterior artículo del 2013. La describe con diáfana
expresión su autor más conocido, Franz
Kafka, cuando dice “es una madre
posesiva”. Praga es una fusión de la naturaleza y arquitectura, de
tradición y modernidad, y de océanos de cerveza también. En Stare Mesto se
concentra el núcleo antiguo, zurcido de innumerables callejuelas que albergan
la concentración de edificios históricos más fabulosos de Praga, además de
tiendas, restaurantes y bares. En el extremo oriental del barrio la plaza de
San Wenceslao, “solamente” un quilómetro de larga con una anchura de cincuenta
metros.
La Plaza de la Ciudad, también de formidables
proporciones, acoge edificios de una descomunal belleza entre los que se
encuentran el Ayuntamiento y el siempre abarrotado de gente Reloj Astronómico.
En las callejuelas aledañas pueden hacerse con un bonito recuerdo a base de
Cristal de Bohemia, más falso que un duro de chocolate. A escasos pasos, un
prodigio de la ingeniería medieval y punto de encuentro de millones de
turistas: el Puente Carlos, irrenunciable su visita, quinientos metros por diez
de ancho. No les hablaré de la cerveza negra, la descubrirán sin duda alguna,
pero les haré una recomendación, vayan a casa de sus inventores. Desde 1499 en
Ufleku, cerca del río, elaboran la mejor cerveza del mundo, y al atardecer
pueden dar cuenta de unas jarras acompañadas de música tirolesa a base de
acordeón. De retirada hacia el hotel, sería prudente que no se entretuvieran
viendo el discurrir de las embravecidas aguas del Moldava, su vejiga podría
traicionarles. Y quien avisa…
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