dijous, 11 de febrer del 2016

EL BESO

El primer beso lo recibí allá por dónde más o menos se hace de noche en la memoria. Creo que tendría entre 14 y 15 años. La maestra de ceremonias fue una mujer unos cinco años mayor que yo, un rostro achinado y delicado que hacía titubear mis supuestas convicciones. El lugar confieso que, casualmente, se trató de un escenario un tanto surrealista: dentro del confesionario de una iglesia. Allí fui citado por quien, sin duda alguna, llevaba la iniciativa y, de paso, un cuerpo para electrizar las neuronas de cualquier adolescente. Estaba avisado, “esta noche te enseñaré a besar”, Una vez reunidos y amontonados en el oráculo del pecado, le proporcioné un beso contundente, pegadizo y prolongado en toda la mejilla. Acto seguido, en vez de llamarme tonto del culo, me agarró por el cogote y fundió sus labios con los míos atornillando sin piedad y taladrándome con su lengua. En aquel preciso instante descubrí que, aun siendo atrevidillo, no era más que un inexperto imbécil en brazos de una mujer. La clase se prolongó unos veinte minutos más. De regreso a casa me aturdía una duda, una incógnita, aquellos besos me habían sabido a berberechos de lata. Sería su boca la que desprendía aquel sabor marítimo, o quizá era el resultado de una reacción química al juntar los cuatro labios? O tan solo se trataba de mi sensación de ridículo? Aquel fue mi bautismo de lengua.



Este sofocante episodio, desenterrado después de medio siglo, me lo ha sugerido la lectura de un serio y documentado artículo a modo de informe, en el que se pormenoriza acerca de la tormenta de sensaciones: el beso. Para empezar pone de manifiesto que actualmente el beso está perdiendo importancia en las relaciones, obviando un trámite esencial para unas buenas relaciones sexuales. Al besar se contraen 30 músculos de la boca y la cara, siendo los más activos el Cigomático, Obicular y Buccinador, este último regula el movimiento de succión. La lengua estimula la secreción de saliva mediante las glándulas submaxilar y sublinguar. Con la saliva, las personas intercambian 278 colonias de bacterias, 0’7 miligramos de albúmina, 0’71 mg de grasa, 0’45 mg de sales minerales y 9 mg de agua. Las Feromonas son sustancias químicas liberadas que transmiten atracción, excitación y rechazo. Mientras tanto el beso estimula la liberación de neurotransmisores que pasan de una neurona a otra en forma de descarga eléctrica sustancias como lo dopamina, la endorfina y la noradrenalina. Parece complicado, pero la cosa no acaba aquí. El ritmo cardíaco se acelera de 70 a 130 latidos por minuto. Aumenta o disminuye la liberación de insulina. Los ovarios en la mujer segregan mayor cantidad de progesterona y los estrógenos, mayor lubricación. En el hombre, los testículos liberan una cantidad mayor de testosterona. La hipófisis libera hormonas que estimulan glándulas como la tiroides, el páncreas, las suprarrenales y las sexuales.



Bien, muy seguramente algunos de ustedes me dirán, y qué? Pues, a ver como decirlo, qué si en aquella aciaga noche de ósculos y abrazos en el pequeño espacio que ocupa el recinto de las confesiones y absoluciones, alguien me hubiera advertido de las consecuencias  del morreo noble, entregado, apasionado y tal vez furtivo, como aquel, tal vez habría rehusado el ofrecimiento de la bella y servicial dama. Demasiados elementos a considerar por una mente adolescente, que más qué una instrucción, lo habría tomado como un peligro, como un infernal castigo. Para ser sincero, tampoco ahora prefiero saberlo, y no por lo del castigo infernal, sino porque mientras repaso el listado de elementos que entran en juego en un beso, estaría perdiendo el tiempo de cara a lo que si me interesa en aquel momento. Cualquier día me acerco dando un paseo a la iglesia aquella para comprobar si el confesionario sigue en su sitio, no lo creo.