Pese a los vientos y tempestades que sacuden nuestra
civilización, con la consiguiente degradación de conceptos, creencias y
sofismas de variado pelaje, no nos cabe otra opción que hacerle un guiño al
escenario de la vida y tomarnos las cosas con un poco menos de seriedad, con
algo más de coña, para entendernos. De lo contrario seremos todos candidatos a
la úlcera de estómago o líderes mundiales en consumo de papel higiénico. Porque
será que la única consideración que tenemos los de a pie, los anónimos, es el
trabajar y pagar impuestos? Todo lo que se aparta de este dogma puede ser
considerado delito, extralimitación de nuestras atribuciones, invasión de
competencias superiores y ser tildado de xenófobo o enfermo mental. Siendo más
que frecuente, y a la vez chocante, que los que imponen la norma o el castigo,
suelen ser los más tarados de todos. Y en todo este aquelarre de insensateces y
despropósitos, España es firme candidata al Oscar a la estupidez.
Los poderes del estado propugnan la protección y
respeto de las lenguas cooficiales en España. Se sobreentiende, por ley, que el
castellano es la lengua común y que todos conocen o deben conocer. Me parece muy
bien, pero si no confundo los términos ni me falla el modem que sustentan mis hombros, lo de protección y
respeto por las demás lenguas debo suponer que se trata de tenerlas en un
museo, a cubierto del polvo, con las luces apagadas, alejadas de centros
neurálgicos, ocultas a curiosos y, a poder ser, restringiendo su uso. Prohibidas
en definitiva, pero es una palabra fea. Algunos, conspicuos ellos, dicen que
somos un estado plurinacional con lo que supone y conlleva de patrimonio cultural:
lengua, gastronomía, costumbrismo, paisaje, signos identitarios, bandera,
folclore, etc. Es muy gratificante este reconocimiento de la pluralidad y
diversidad dentro del estado, sobre todo a personas como un servidor que no
somos mesetarios. Eso sí, con una pequeña condición o apéndice, que esa muestra
de diversidad y colorido se ajuste al ámbito de la intimidad entre las personas
y, si ello es posible, mejor en castellano. De modo que el cumpleaños de la
abuela en el comedor, la entrega de premios en el vestuario, la fiesta mayor
cerrada al tráfico, la banderita en el despacho bajo la lamparita, los calçots
(uff) a puerta cerrada, la sardana en alta mar con bandera española, los
discursos de carácter patriótico en el aseo, y las películas de habla no
castellana en el cine Nic. Del caganer todavía no hay pronunciamiento pero al
parecer ya lo tienen en la mesa de la abogacía del estado practicándole una
autopsia en busca de excrementos subversivos.
Sería deseable que toda la clase dirigente española,
digo dirigente por poner algo, no solo se preocupara de dignificar y proteger
las distintas lenguas del reino, también la suya propia, el castellano. De esta
manera nos ahorraríamos el crepitar de oídos con aberraciones como; Madriz, Vayadoliz, tasi, gaxina, o uhtemimmo.
Por no hablar del pánico que les produce el nombre del nuevo presidente de la
Generalitat, Carles Puigdemont, del que además de bautizarle como Puchdemon, de momento, también es
amenazado de muerte en las presurosas redes sociales, en las que se dispone de
carta blanca e impunidad absoluta. No tardaremos en oír que el presidente
catalán, Puchdemon, ha visitado la
estación de esquí de Uolter, por
Vallter.
Hay que tener en cuenta que en general los cargos
públicos tienden a considerar cualquier contingencia o dificultad en su gestión
administradora, como una molestia o un engorro creado o auspiciado por
ignorantes o revolucionarios. Y es evidente que el idioma no solo es un bien
público sino que además forma parte de los genes del individuo que lo habla. De
ahí que los ciudadanos piensen que la cosa pública es gratis y los políticos crean
que es suyo. Marca España…y Olé!!
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