No tenía muy claro de que
escribiría hoy, vagas ideas transitaban por mi mente hace días. La elección no
es fácil, si hablas de política deviene en una disminución de lectores, si te
inclinas por un tema libre el riesgo siempre discurre entre el acierto y la
crítica. Muy pronto se cumplirán siete años desde aquel día en que decidí abrir
las puertas de mi vida de par en par. Además de los mensajes privados y ecos
silenciosos del boca a boca, hoy la avanzada técnica te permite conocer cuanta
gente se pasea por estos artículos, quien es ocasional y quien es fiel a la
cita semanal, tan solo en números. Pero no puedes conocerlos, ignoras su
estampa, no ves ninguna cara asomada a estas letras, nadie a quien agradecerle
estos cinco minutos de lectura. Pero aun así me siento rico, son muchas las
personas que eligen esos cinco minutos una vez por semana. La razón? Es
arriesgado hacer conjeturas del porqué no hay comentarios, porqué semana tras
semana no hay un solo comentario, una crítica, una discrepancia. Según palabras
de los que entienden de estas cuestiones, se debe a una especie de simbiosis
entre el escritor y el lector. En general está de acuerdo con el contenido,
lee, comparte o discrepa, invierte unos pocos minutos y hasta la próxima
semana. Y solo puedo agradecerlo escribiendo una vez más, y otra, y otra, es mi
manera de decir gracias. Recientemente he incorporado música para hacer más
placentera la lectura, espero que sea así, y si no fuera de esta manera, se
suprime.
Escribo estas líneas con un portátil nuevo, el anterior se rindió exhausto
y dolorido. Ese cansancio no fue fruto de su trabajo diario, sino de
acompañarme, leal y respetuoso, en todos mis viajes de los últimos cinco años.
Le temía al avión más que yo, odiaba la soledad y frialdad de una habitación de
hotel, se compungía en medio de las aglomeraciones o las multitudes, cerró sus
destellantes ojos y se durmió para siempre, sin reproches, sin queja alguna.
No recuerdo cuando fue que suprimí la música en mis horas de tecleo, me
distraía sin darme cuenta, no me concentraba. Hoy he roto la norma, he
comenzado buscando acordes de música siciliana, aires de Palermo, Mesina, Siracusa o Lampedusa. Y Corleone, claro. Un inciso, quien pretenda viajar a Corleone para escudriñar
sus callejuelas en busca del pasado de Michael
Corleone –Al Pacino-, sentirá
una gran decepción. Al igual que Fredo,
Clemenza, Tessio, Sollotzzo o Tattaglia, ninguno, nadie. Tan solo son fruto
de la imaginación de Mario Puzo y Ford
Coppola. Perseguida por la recurrente asociación con la mafia, Corleone
intenta sacudirse el estigma. A lo sumo pueden lograr una pobre foto junto a la
señal de tráfico con el nombre de la población. Pero si gustan de las fantasías
como yo, viven el cine como yo, adoran las obras de arte, el trabajo bien
hecho, la música de Nino Rota, como
yo, entonces considerarán que la trilogía de El Padrino es la mejor película de la mitad del siglo XX y no
podrán resistirse. Entonces vayan, sí.
Y ya de regreso a Palermo, bella
ciudad, joya cubierta con el polvo de la historia, no dejen de visitar el Teatro Massimo, templo de la ópera
siciliana. Y si coincide con la representación en cartel de Cavallería Rusticana, disfruten de esta
fabulosa y corta ópera con el drama siciliano a cargo de Turiddu y Santuzza, la partitura de Mascagni y el entorno siciliano les van a helar el corazón. Y no
teman, a la salida desciendan la majestuosa escalinata sin un ápice de
angustia, no habrá tiros ni Michael Corleone abatido sobre el cadáver de su
amada hija. Ni tan solo Andy García estará
para protegerlos.
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