dimarts, 13 de juliol del 2021

Infancia, adolescencia, madurez y senectud. (Menudencias de un disconforme)

 Yo nací en la plaza Adriano, en Barcelona, en una clínica de la que no deben de quedar ni los orinales de blanca cerámica. Dicen que cuando me abofetearon el culo ya salí rebotado, revoltoso. Años más tarde ya solo era un mandón inconformista. Aspecto del cual me alegro y mantengo. Poca cosa puedo contar de mi infancia, dado que la memoria me hace muchas trastadas selectivas. Por ejemplo, nací catalán, me expreso en catalán, vivo a la catalana manera, estudié en castellano, y ahora me da la gana de escribir en castellano. Por qué, pues eso, porque me da la gana. Y porque la literatura, la pintura, la música, la poesía, la escultura o los paisajes de nuestros sueños, no tienen lengua propia. No hablan, solo seducen y te embargan, que no es poco. Entonces porque es usted separatista, podrían decirme. Y yo les respondería, pues mire, yo no me defino políticamente con cualquier etiqueta, ahora bien, si el hecho “punible” es el de no tener fronteras, respetar o admirar el trabajo de determinadas personas sin poner en valor su procedencia, su credo, o sus afinidades, entonces sí, soy un traidor a su cortedad de luces, a su simplismo, a su penosa vida preñada de odio. Tengo escritas, por ejemplo, algunas páginas ensalzando la vida y milagros de García Lorca, me deslumbró hace ya muchos años su inmenso legado. Seguramente a muchos les patea el hígado que sea andaluz, sí, las mentes calenturientas y ciegas tiran de oscuro odio no para negar, sino para ignorar. Y me lo hicieron saber con faltas de ortografía elementales y lamentables. “Por el agua de Granada solo reman los suspiros…” Quieren otro ejemplo? Plácido Domingo ha sido uno de los mejores tenores del siglo XX, con permiso del maestro de Módena. ¿Qué hacemos? Ignoramos su monumental aportación al mundo operístico porque está vinculado con Madrid y con el Real Madrid. Me niego. Lo contrario sería fobia pura, arcadas que inducen al vómito. Las circunstancias por encima de los méritos, no. Y sí, quiero un país libre alejado de tanta zafiedad e infinita mediocridad. Independiente, vamos.

Estamos inmersos, de nuevo, en el corazón de una pestilente pandemia. ¿Cómo resolvemos aquí esta terrible lacra? Pues al principio con generales y medallas pasando el parte diario. Supongo que llamó alguien de Europa preguntando si estábamos locos. La imagen que dan ahora los grandes gurús de la sanidad sigue siendo desconcertante, que no menoscaba el tremendo esfuerzo del cuerpo sanitario. Aun admitiendo que es posible que parte de la juventud y las botellas algo tengan que decir. En algún país las autoridades han dicho “Ciudadanos, éste es un problema tan nuevo que no tenemos idea de cómo confrontarlo”. Aquí, pues lo de siempre. Otra, las mascarillas. Aparecen los diseñadores de mascarilla con gran glamur, y son indeseñables, son un penoso apéndice facial horroroso. Además, la voz se distorsiona y jode en gran manera a los duros de oído.

¿Recuerdan los antiguos repartidores de hielo? O las restricciones de agua y luz. Acudieron de pequeños a realizar ejercicios espirituales armados con radios de galena o enmudecerse en semana santa porque estaba prohibido cantar o tatarear. Y visitar a la pobre castañera aterida de frío a por una peseta de castañas? En nuestro próximo encuentro les prometo hablar de ello y de la penicilina, el securit, Tom y Jerry, el descubrimiento de las erecciones, los calentones, la frontera a Perpinyà y animaladas varias.

Tout est bien qui fini bien.