divendres, 20 de maig del 2016

TODAVÍA SUENA LA PANDERETA?



Si no fuera por la gravedad de los acontecimientos, bien podríamos calificar España como un país de pandereta. También es cierto que nunca ha dejado de serlo, digan lo que digan los grandes gurús de este país que los hay a cientos, a cientos de miles. Es la constante disquisición entre altitud de miras y el inmovilismo, el eterno debate de los colores, la realidad comparada y contrastada con nuestros vecinos. España puede equiparar su democracia con la que rige en Europa central? Tenemos los mismos estándares de calidad democrática que se ponen de manifiesto en las decisiones de otros países? Los políticos españoles merecen la consideración y respeto que despiertan sus colegas europeos?

Me temo que todas las respuestas a estos interrogantes serían ignoradas por un buen puñado de inmovilistas, a los que no convencen las medidas aperturistas, ni el reciclaje de la administración, ni la separación de los poderes del estado, ni la intromisión de la justicia y la sociedad en los gravísimos asuntos de la corrupción. España anda renqueante, cojea ostensiblemente, adolece de una clara patología de pérdida de visión y bloqueo de oído. Miren si llega a ser grave la situación política en España, que según las intenciones de voto del próximo 26 de junio, aparece de nuevo el PP como primera opción, el preferido por una mayoría de votantes. Es lícito que una mayoría vote a un partido líder absoluto en corrupción y en desgobierno? Claro que sí, otra respuesta sería poner en duda la legitimidad de la democracia. Pero también se pone de manifiesto con ese gesto que la democracia sigue siendo en España un feudo del inmovilismo. Todo lo que no sea comulgar con el status de la España tradicional, dominante, excluyente y agresiva, no solamente es condenable, sino que no existe. El credo a seguir de la derecha “nacional” y un buen bocado de la izquierda, siempre tambaleante y dubitativa, se asienta en el antiguo dominio castellano. También Andalucía y Extremadura se apuntan a ese vigor nacional, aunque escenifiquen un clamor de reivindicación socialistoide que ya no se sostiene. Blas Infante ha subsistido para adorno y culto de ignorantes aduladores en plazas y nomenclátor de calles , los de qué hay de lo mío o el nefasto café para todos. El padre de la patria andaluza ya tan solo se reivindica para poder abastecer, de por vida, la despensa meridional. Todo el sur español se suma al chollo de levantar muros y escenificar supuestos agravios provenientes de cualquier movimiento que proceda de Catalunya, para ensalzar las glorias de España, que mantienen in secula seculorum el statu quo para que el sur  se beneficie de los demás.  Al poder madrileño/castellano le sienta bien, le complace, lo defiende, lo obliga, a que las zonas más productivas de España, no solo Catalunya, financien las escaseces y carencias de media España. Los más productivos se asfixian fiscalmente para que otros puedan seguir secularmente quejándose, pero llenando los bolsillos.

El Toro de la Vega, Franco, Himmler y Guadamur, el desprecio por todas las lenguas que no sean el castellano, las corridas de toros en pleno siglo XXI, la corrupción pseudo consentida excepto la procedente de Catalunya, los altos cargos de la administración en manos de reliquias franquistas, decisiones que ponen los pelos de punta a la mismísima judicatura, tics inconstitucionales sumergidos en el debate estéril. Esta es la España que pretende dar lecciones a Europa. La misma que envía embajadores en misiones de información a un puñado de cancillerías para explicar las maldades de un territorio díscolo que está a un paso de abrir su propio camino, cansado de insultos, oprobios, negaciones y desarbolado económicamente. La misma España que pretende noquear la libertad de expresión en un acto deportivo porque no le gusta la estelada. La misma que coincidiendo con la prohibición de las estelades, autoriza una manifestación de índole nazi. 


Si, todavía suena la pandereta, pero no es esto lo peor. España está condenada secularmente a ser distinta, diferente, reacia a cambios trascendentales que claman al cielo. Lo lleva en su ADN. Es un país de pandereta.