Sin que nadie te lo ordene, todos escogemos nuestras
preferencias, los gustos que más nos satisfacen, los platos que nos sorprenden,
la música que retuerce nuestros sentimientos, la belleza que turba nuestros
maltrechos sentidos, en fin, las pequeñas cosas que realmente te hacen sentir a
gusto por muy sencillas que sean. Vivimos a una velocidad estremecedora que
lleva impresa una cruel etiqueta con fecha de caducidad. Y son muchas las veces
en que se nos hace imposible conciliar
la realidad con nuestros sueños. Despierta ya, no sueñes! Los hijos, la
hipoteca, aquel viaje que lleva toda una vida esperándote, el trabajo atado con
un fino hilo a los latidos del corazón, la enfermedad de la que huyes de
puntillas creyendo que la esquivas, el futuro del que solo ves su destello en
negro. Lo que algunos agoreros llaman pomposamente, la vida.
Pero la vida es otra cosa, tan distinta como
alegrarse cada día de la salida del sol, del vuelo de las aves, de unas
lágrimas surgidas de lo más hondo del corazón, la sonrisa de un niño o su dulce
mirada preñada de inocencia, nada es más vital que la candidez e ingenuidad de
los niños. A estas alturas del recorrido yo ya no sé si será constitucional o
no, como dicen las voces de la intolerancia y el negativismo esperpéntico, pero
déjenme decirles que yo amo la vida en toda su dimensión, sin peros, sin malos
augurios, lejos del conformismo y la resignación del que todo lo da por
perdido, del que niega la majestuosidad y el silencio de un frondoso bosque,
del río que serpentea entre valles, de la niebla que esconde las cuencas, del
humo que exhala una vieja chimenea. Esto es vida, no naturaleza muerta como
dirían los frustrados y los fracasados.
No me pregunten el por qué, pero siempre he sido un
enamorado de la escritura cincelada con pluma. El placer de garabatear un folio
en blanco con pluma es semejante a tomarse un whisky en un vaso o en una copa
de balón. El plumín recorre el blanco lienzo al compás de tu mano, acariciando
el papel o raspando suavemente los gorgoritos de tu firma. Se deja envolver
entre el pulgar, el índice y el corazón como si del brazo de una mujer se
tratara. La llevo encima pero poco la uso ya. Los tiempos han cambiado, las
prendas de vestir también y las costumbres campan por sus respetos. Además, ya
se ha bifurcado el camino y he tomado el que apenas hay sobresaltos ni mesas en
donde escribir. A lo sumo anotaciones que sobrecogen y ruborizan al leerlas,
por ejemplo: Miércoles, subir a Prades a buscar patatas, 17’30 h. controlar
nivel depósito gasoil. Poca y humilde cosa es, no hay citas, apenas tres
nombres en uso de la inacabable agenda, mañana comemos juntos no existe, resérvame
un vuelo para…ningún día, mandar unas flores a nadie, Alerta, felicitaciones
Navidad. Qué horror, ni las patatas desenfundan la estilográfica, quedan
fríamente colgadas en una pantalla de colores sin redondeados trazos ni tacto
amoroso, sin la ternura de unos dedos moldeando el vals de las letras sobre el
blanco papel.
Siempre me ha gustado mandar y recibir
felicitaciones en Navidad. Llenaba las paredes del recibidor con todas ellas
puestas en pie, como si fueran fotos de familiares y amigos compartiendo los
días de fiesta cerrados a cal y canto. En la intimidad atestada de buenos
deseos y larga vida. Soñando que todos juntos miraríamos el jardín nevado entre
risas y corchos liberados de su jaula de cristal. Las felicitaciones nunca
después del día 12, no pueden llegar tarde, nada de pesebres ni rollizos niños
entre José y María, solo bellas imágenes de Caravaggio o Botticelli, excepto un
año en que mi desbordada pasión por la ópera me hizo remitir estampas de Paris
nevando de un cuadro de La Boheme. Pero ya no hay la afanosa caligrafía
deseando los mejores augurios con tinta negra. Basta con teclear un gélido
“Felices fiestas” y pulsar la tecla de grupo para que 250 personas reciban al
momento el escuálido deseo. Ahora mismo me hago una nota, escrita con pluma, en
la que dice:”No olvidar felicitar a todos
mis amigos del Tren de Llarg Recorregut”. Y eso es lo que hago con el mayor
agradecimiento y pluma en mano.
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