Conozco
alguien, conocía, que anteayer no se le ocurrió nada mejor que guardarse una
bala justo en medio del cerebro y, claro, ha perdido toda su razón de ser y
concluido con todos los proyectos que supuestamente parecía querer emprender.
Una pena, que les voy a decir. Se cumplían dos años desde que descendió de
categoría laboral y se afilió al numeroso grupo de los desocupados, los
holgazanes forzosos, se jubiló. Contrariamente a lo que pudiera parecer, el
hecho de jubilarse no es motivo de júbilo, ni de preñarse de alegría alguna.
Sinceramente creo que es un mal paso, un vulgar dislate administrativo. Un buen
día te levantas, te diriges al espejo con tus calzoncillos y calcetines color
carmín, levantas la cabeza ¿Y qué ves? Pues nada, ya no eres nadie, ni tus
opiniones importan a nadie, ni se habrá inventado una urna para que deposites
tu intrascendente voto. Sin saberlo ni haberlo solicitado cruzarás el umbral de
una puerta invisible que te conducirá al planeta de la niebla, niebla perpetua
y densa. Poco valdrán los posibles méritos que hayas podido acumular en tu
anterior vida, en el planeta de los que cobran a fin de mes, o debieran cobrar.
Quizá fuiste ingeniero de no sé qué, encargado de no sé dónde, sindicalista de
los que no dan un palo al agua, artista, gay o carnicero. No importa para nada,
fue, pero ya no es. Posiblemente el rasgo más remarcable entre la niebla
consistirá en la escala de compensaciones, en el rescate de la póliza de seguro
que nos han descontado cada mes de la nómina durante una vida, que oscila entre
la pensión de los que no se pueden permitir ni comer, y las de quienes han
cotizado muy alto y pueden vivir con decoro y algo de desahogo. De los que no
tienen desahogo, tan solo ahogo, tú tienes casi todos los números con ser
agraciado a no llegar a fin de mes de por vida.
Felicidades,
te has jubilado, se han terminado los compromisos y obligaciones, no más
reclamaciones profesionales, nada de abusos de alcohol, una cervecita “sin” el
domingo, un bochornoso surtido de medicamentos detrás de la cutre televisión, y
podrás soplar tu pastel de cumpleaños con las velas requemadas de tus nietos. Y
por nochebuena te obligarán a escupir tu pensión en Jamones Pepe, porque a tu
nuera le gusta el jabugo “bodega gratis”. Si tienes el inmenso dolor de tener a
tu santa esposa en situación de defunción involuntaria, entonces ándate con
cuidado porque te van a llover por todas partes: recoger los nietos en el cole,
o llevarlos, sacar un perro que no puedes tragar cuatro veces al día, pedirle
al médico que te haga recetas de cremas faciales para tu nuera, o a la farmacia
a buscar condones gel-fashion diciendo que son para ti. Y el parque, claro,
sacar al bebé con su cochecito al parque con un frío astral, y congeniar con
individuos de tu planeta niebla. Ah! Y lo que suele joder más: cuando te dicen
aquello de, vamos abuelo que usted no
tiene nada que hacer.
Y como
no tienen nada que hacer, le van robando la vida a sorbos, a trocitos, puede
que a besos. Pero te la roban igual porque son besos de espuma evanescente y de
color sin tono. La vida, tu vida, claro que la tienes, por supuesto, a menos que
desgraciadamente ya te hayan regalado un traje de pino. Cuando me jubile viviré
la vida que no he vivido, que no he podido vivirla, viajaré, haré un crucero y
buscaré compulsivamente que la suerte me premie. Zasca!, al pino. Entonces que
alternativa tenemos, porque si después de la vida en que se cobra cada mes, suspiramos
por llegar al planeta niebla para jugar a la petanca, no sé qué decirte. Quizá
comprarte la bala de plata no sería mala idea. Pasar una vida entera de
trabajo, si lo tienes, si no lo tienes no existes, pagando hipotecas,
trabajando diez horas, criando hijos para que te olviden pronto, veraneando en
las afueras de tu pueblo, donde la gasolinera, babeando al paso de la Conchi,
vistiendo harapos de cuando triunfaban los pantalones de golf, pidiendo
aumentos de sueldo de espalda para no verles la cara, llenando el depósito con
diez cochinos euros de tu cacharro sin ITV o limpiando los cristales de tus
grasientas gafas reparadas con esparadrapo. ¿Por qué? ¿Para qué? Toda una santa
vida en el planeta de la nómina mensual, para llegar obsesivamente al planeta
de la densa niebla, donde te recibirá papá estado con los brazos abiertos y te
colgará una caca de vaca con un cordel, con fervientes deseos de que la casques
pronto y se ahorren una pensionita más.
Quizá
mi conocido lo comprendió a tiempo, y por todo ello se baleó.