Todos aquellos que se pirran por el sol están
de enhorabuena, ha llegado ya en serio y para quedarse. A mí me trae sin
cuidado, me resigno y soporto sus invectivas. No luzco palmito ni palmón,
invierno con cara de ajos tiernos y verano con la misma cara pero de color
leche desnatada. El alcalde de Tarragona sigue con su buen ánimo manifestando
el éxito, la excelencia de los Juegos del Mediterráneo. Pero parece ser que
hasta en las carnicerías regalan entradas para presenciar alguna competición.
Andan algo escamados al constatar que en la mayoría de espectáculos tan solo
acuden los atletas, los árbitros, los que no se pierden una si es gratis, y la
señora encargada de las toallas. Sin olvidar la pareja de policías aguantando
el tostonazo. Malos tiempos para la cosa de los bíceps y la testosterona
aplicada al esfuerzo. Sufro ya esperando el acto de clausura de estos Juegos.
Con un poco de suerte se podrá presenciar un desfile de la Legión con cabra incluida,
una exhibición de las costureras de Toledo o, vaya usted a saber, una
demostración del campeón del mundo en almendra garrapiñada. La inauguración
situó el listón en las nubes. Y ese sabor tarraconense que tanto gusta...
La Comunidad Europea y, con ella, todos sus
mandatarios, también están de enhorabuena. Y no por el sol, los Juegos, ni
siquiera por el pedazo de comidas y cenas que se montan. Uy, qué va. En las
salas del pleno y en los mismísimos pasillos de la sede, se felicitan unos a
otros, aunque no puedan ni verse, se congratulan de ver que el representante
español por fin es alguien que su físico no es ceñudo, encorvado, huraño o
arisco. Pero más que nada, porque estaban hasta las ingles de tener que hablar
con las manos o las muecas. Y es de entender, claro, porque los políticos españoles
se han destacado siempre por hablar el murciano, segoviano, sevillano,
albaceteño, manchego, granaíno y, en ciertos casos, el madrileño. Y sí, ellos
creen que son poliglotas, y no digo que no, pero es que no los entienden ni los
más arriesgados. Situación que produce un efecto evaporador, excluyente. Esto
es, mientras los mandatarios departen a mandíbula abierta en corrillos multicolor,
el representante español acostumbra a estar sentado, mirándose las uñas y
repartiendo sonrisitas al más allá, porque no hay más acá. Ojo, a nivel
resolutivo espero del Sr. Sánchez, exactamente lo mismo que de sus antecesores.
Ojalá me equivoque, pero no suelo equivocarme. Habla inglés y francés fluido,
pero... Spanish is difficult.
Por estas largas playas en las que no me
baño, un restaurante medio-alto te puede sacudir de 22 a 24 euros por una
lubina al horno o a la sal. Esa misma lubina, en un establecimiento similar, te
puede costar entre 26 y 28 euros en Barcelona. Yo tengo por costumbre ya hace
muchos años, salir a comer, nunca o casi nunca a cenar. La excepción de la
cena, por ejemplo, fue el pasado 17 de agosto. Esa noche me zampé una lubina a
la sal. Pero esto fue irrelevante, carece de interés alguno. Terraza exterior,
levantamos el culo de las sillas sobre la una de la madrugada, paseo hasta el
aparcamiento y llegada a casa sobre la 1’20h. A treinta metros de nuestras
sillas todavía calientes, cuatro terroristas son abatidos por el mismo mosso,
estando nosotros en el interior del aparcamiento y no apercibirnos de nada. ¿Y
qué pinta la lubina aquí? Nada, no pinta nada. Solo que aquella noche, antes de
ser abatidos los terroristas, en su huida desesperada a pie, hirieron de
gravedad a varias personas que paseaban tranquilamente, disfrutando de la
noche, la conversación, el fresco y, tal vez, de una cena compartida con
amigos. Con o sin lubina.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada