“Lo
malo de la muerte es que es para siempre”, caramba! Cuantas pocas palabras para
encerrar tanta verdad. Fino y sibilino, García Márquez en todo su esplendor. “Perdonen que no me levante” dijo
Groucho Marx de la inscripción en su futura tumba. Dos maneras opuestas de
enfocar un tema que produce terror a la mayoría de los humanos. Y aun tenemos
el popular y campechano “El muerto al
hoyo y el vivo al bollo” que se suele emplear entre despistados, vividores y
aprovechados. Hace pocos días que tomando café y leyendo un periódico me puse
perdido el jersey al leer un corto pero contundente epitafio: Dando las
condolencias a la viuda “Lo siento mucho,
que no sea nada”. “Hoy por ti, mañana por mí”, no se dice, pero se piensa. Las hay realmente que son para morirse,
sobre todo las que se meditan antes de soltarlas y en las que es necesario
poner cara de aflicción y el gesto torcido. Como quien tiene ganas de evacuar,
vamos. Al oído de la viuda “Puedes estar
contenta, Carlitos ha quedado muy guapo”. Versión torticera y cutre “Ha quedado muy bien, parece dormido” “Quien lo iba a decir, ayer tomándose unas
cervezas en el bar de Paco”. Decididamente me quedo con la elegancia y señorío
de Jep Gambardella, el magistral protagonista de La Grande Belleza. En el
funeral de un amigo de cuerpo presente, diletante y aristocrático, Jep, se
acerca al féretro con el rostro hierático y la mirada humedecida, inmóvil,
ningún músculo en acción y sin una lágrima –para no robar protagonismo a los
deudos-, mira al féretro como si estuviera viendo en su interior y se da media
vuelta para lanzar su mirada a la viuda, a la que se abraza compungido y susurra
al oído “Cuando todo esto pase, dentro de
unos días, semanas, quizá algún mes, y el dolor se haya ido apaciguando,
llámame, querida. Sí señor, todo un caballero, pero calavera hasta la médula”.
Cada uno de nosotros podría escribir un
libro de su vida, relacionando la cantidad de miserias, insensateces, bajezas,
mentiras y meteduras de pata que ha oído o presenciado. En este cochino mundo,
orillando, enfermedades, miserias y guerras, casi todo lo demás es un coñazo.
El que esté libre de culpa que se dé un hachazo, estaría solo. Y no olviden que
todo lo que les pueda pasar en esta vida, antes ya lo ha cantado un bolero. Estanislau
Figueras ya dijo aquello tan acertado en el Parlamento español “«Señores, voy a
serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros». Claro que sí, nos esforzamos tanto a lo largo de la vida
para poder llegar a ser lo que nunca fuimos ni seremos, que no nos queda otro
remedio que actuar de forma ordinaria, cíclica y renqueante. Antes nos pasábamos
las vacaciones de agosto haciendo planes para septiembre. Hoy nos parece poco
un mes de vacaciones y aborrecemos de pensar que en septiembre volveremos a lo
de siempre, a la rutina. Falta originalidad, carecemos de ella, y llevamos
decenas de años conjurándonos para cambiar las cosas, oler aromas nuevos,
planear nuevos objetivos…pero antes morimos en el intento. “¿Alguna vez contaste las mujeres con las que has estado?, No soy bueno
en aritmética. Respuesta inteligente y sabia.
¿Recuerdan la escena final de Los Puentes de Madison? Francesca aterida de pavor con la mano en la
manecilla de la puerta. ¿Qué hacer? Saltar del coche y abrir su corazón a lo
nuevo, lo deseado, lo envidiado, o quedarse paralizada tan solo recordando lo
que fue y no será nunca jamás. Petrificada. No hay viento favorable para quien
no sabe adónde va. ¿Y debemos reconfortarnos, romper nuestras vidas sin
atreverse a abrir aquella ventana que parece llamarnos? “Los viejos sueños eran buenos sueños. No se cumplieron, pero me alegro
de haberlos tenido” Muy bonito,
sí, ¿Pero qué más?
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