dissabte, 3 de febrer del 2018

SUCIOS Y GRITONES EN UN DÍA FRÍO

Tarde grisácea, ventosa y fría, muy fría. Los acosados árboles y arbustos cimbrean y retuercen al dictado de los soplos del viento. Muy desapacible todo. Es de esos días en que la gente repite “hoy es día para estar en casa”, y yo le he hecho caso a medias, por la mañana he salido a disparar cuatro fotos, a cual más triste, y por la tarde me he recluido en casa. Lo cierto es que me abstengo de leer el periódico, después de años ahora me produce desazón y casi asco diría yo, de tanta política zafia y vergonzante. Al menos hace dos meses que me ocupo solamente del crucigrama, soy obstinado y no puedo pasarlo por alto. Prefiero devanarme los sesos en busca de una palabra, antes que maltratar mi dignidad con las ponzoñas de quienes dicen gobernarnos. Como única excepción me he entretenido en un artículo del corresponsal de La Vanguardia en Londres. Habla de estereotipos, conocidos por casi todos. Un inglés diría de España que le sugiere flamenco, tapas, sol, sangría, ruido y toros. También caos, corrupción, pereza, suciedad, burocracia, puntualidad y crueldad con los animales. En España viven un millón de ingleses, mayormente jubilados, que frecuentan sus propios bares, principalmente en la Costa Dorada, valenciana y andaluza. En el otro platillo de la balanza, un español diría que en Inglaterra son arrogantes, el té de las cinco, la cerveza caliente, la horrorosa comida, los taxis negros, el sentido del humor, la realeza, el sarcasmo, las eternas y respetadas colas y el constante sorry.


No creo  demasiado en los estereotipos o estigmas a tiro fijo. Los catalanes son avaros y tacaños. Pues miren, debo de ir disfrazado porque en esta vida me ha tocado casi siempre pagar. Es cierto que los que no pagan nunca son más graciosos que yo, muy ocurrentes y simpáticos. Pero es que tampoco me han servido cerveza caliente en Londres, ni he visto detenerse a la gente a las cinco de la tarde, pero sí que me han dicho sorry y he probado la porquería de comida en la ciudad con más estrellas Michelin. En su día ya Washington Irving y Ernest Hemingway cantaron las muchas excelencias de España, en tono socarrón, claro. Y también Ava Gardner mientras se pasaba por el trillo al bueno de Mario Cabré. El Sunday Times en una guía de viaje instruye a los futuros viajeros diciendo que en España es correcto tirar los huesos de aceituna en el suelo, servilletas de papel, cascaras de mejillón, todo menos los vasos. Es de buena educación llegar con diez minutos de retraso a las citas, tomarse una cerveza a las once de la mañana, comer a las tres y cenar a partir de las diez. No hay que dejar nada en los platos, propio de un pueblo que pasó mucha hambre en la guerra civil. Que quieren que les diga, una cosa son estereotipos y la otra gilipolleces como la copa de un pino. Porque de guarros, hooligans y borrachuzos los he conocido en todas las latitudes, incluidas las británicas.

Y no es que me quiera erigir como defensor de las esencias cañís, ni mucho menos. Hablo por la parte que me toca: crítico con todo lo que sea abandono, suciedad, pereza, ruido, gritos o chapuzas. No sé si este parecer es español, catalán o inglés, no me importa demasiado. Me importa mi lugar en la sociedad, sociedad que prefiero pulcra, claro. Estamos en ello pero queda mucho camino por andar. Es cierto que, por ejemplo, ni en Londres ni en Nova york, se distingue colilla alguna por el suelo.


Concluye su artículo, Rafael Ramos, con un chiste: En el paraíso, los mecánicos son alemanes, los cocineros franceses, los amantes italianos, los policía británicos, y todo está organizado por los suizos. En el infierno, los mecánicos son franceses, los policías alemanes, los cocineros ingleses, los amantes suizos, y todo está organizado por los italianos. No se aprecia presencia alguna de los españoles. Deben de estar en el paro. Anochece y sigue reinando el frío, ¿Será de buena educación hablar del frío?