Tarde
grisácea, ventosa y fría, muy fría. Los acosados árboles y arbustos cimbrean y
retuercen al dictado de los soplos del viento. Muy desapacible todo. Es de esos
días en que la gente repite “hoy es día para estar en casa”, y yo le he hecho
caso a medias, por la mañana he salido a disparar cuatro fotos, a cual más
triste, y por la tarde me he recluido en casa. Lo cierto es que me abstengo de
leer el periódico, después de años ahora me produce desazón y casi asco diría yo,
de tanta política zafia y vergonzante. Al menos hace dos meses que me ocupo
solamente del crucigrama, soy obstinado y no puedo pasarlo por alto. Prefiero
devanarme los sesos en busca de una palabra, antes que maltratar mi dignidad con
las ponzoñas de quienes dicen gobernarnos. Como única excepción me he
entretenido en un artículo del corresponsal de La Vanguardia en Londres. Habla
de estereotipos, conocidos por casi todos. Un inglés diría de España que le
sugiere flamenco, tapas, sol, sangría, ruido y toros. También caos, corrupción,
pereza, suciedad, burocracia, puntualidad y crueldad con los animales. En
España viven un millón de ingleses, mayormente jubilados, que frecuentan sus
propios bares, principalmente en la Costa Dorada, valenciana y andaluza. En el
otro platillo de la balanza, un español diría que en Inglaterra son arrogantes,
el té de las cinco, la cerveza caliente, la horrorosa comida, los taxis negros,
el sentido del humor, la realeza, el sarcasmo, las eternas y respetadas colas y
el constante sorry.
No
creo demasiado en los estereotipos o
estigmas a tiro fijo. Los catalanes son avaros y tacaños. Pues miren, debo de
ir disfrazado porque en esta vida me ha tocado casi siempre pagar. Es cierto
que los que no pagan nunca son más graciosos que yo, muy ocurrentes y
simpáticos. Pero es que tampoco me han servido cerveza caliente en Londres, ni
he visto detenerse a la gente a las cinco de la tarde, pero sí que me han dicho
sorry y he probado la porquería de
comida en la ciudad con más estrellas Michelin. En su día ya Washington Irving
y Ernest Hemingway cantaron las muchas excelencias de España, en tono socarrón,
claro. Y también Ava Gardner mientras se pasaba por el trillo al bueno de Mario
Cabré. El Sunday Times en una guía de viaje instruye a los futuros viajeros
diciendo que en España es correcto tirar los huesos de aceituna en el suelo,
servilletas de papel, cascaras de mejillón, todo menos los vasos. Es de buena
educación llegar con diez minutos de retraso a las citas, tomarse una cerveza a
las once de la mañana, comer a las tres y cenar a partir de las diez. No hay
que dejar nada en los platos, propio de un pueblo que pasó mucha hambre en la
guerra civil. Que quieren que les diga, una cosa son estereotipos y la otra
gilipolleces como la copa de un pino. Porque de guarros, hooligans y
borrachuzos los he conocido en todas las latitudes, incluidas las británicas.
Y no es
que me quiera erigir como defensor de las esencias cañís, ni mucho menos. Hablo
por la parte que me toca: crítico con todo lo que sea abandono, suciedad,
pereza, ruido, gritos o chapuzas. No sé si este parecer es español, catalán o
inglés, no me importa demasiado. Me importa mi lugar en la sociedad, sociedad
que prefiero pulcra, claro. Estamos en ello pero queda mucho camino por andar.
Es cierto que, por ejemplo, ni en Londres ni en Nova york, se distingue colilla
alguna por el suelo.
Concluye
su artículo, Rafael Ramos, con un chiste: En el paraíso, los mecánicos son
alemanes, los cocineros franceses, los amantes italianos, los policía
británicos, y todo está organizado por los suizos. En el infierno, los
mecánicos son franceses, los policías alemanes, los cocineros ingleses, los
amantes suizos, y todo está organizado por los italianos. No se aprecia
presencia alguna de los españoles. Deben de estar en el paro. Anochece y sigue
reinando el frío, ¿Será de buena educación hablar del frío?
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