Las pequeñas historias cotidianas acostumbran a ser más
divertidas, pero también más intrascendentes, aunque no por ello carecen de
sustancia. Evidentemente me refiero a sandeces, perogrulladas y meteduras de
pata varias. En este caso voy a referirme a dos señoras y un señor. La policía
local de Salamanca fue advertida el día 9 de diciembre pasado, por la noche, de
que en un determinado piso de un bloque de viviendas, arreciaban unos gritos
espeluznantes de mujer que tenían el bloque aterrorizado. Eran intermitentes,
no continuos, y con puntas de gran intensidad que se mezclaban con aparatosos crujidos
de muebles. Tal alud de llamadas activó una patrulla a las cinco de la mañana.
Los agentes se situaron en la puerta del inmueble y uno de ellos desenfundó el
arma. Los gritos eran pavorosos y agudos, antes de llamar a la puerta los
sabuesos investigaron, vía oreja en la puerta, llegando a la feliz conclusión
de que la señora era presa de un mega orgasmo de proporciones gigantescas. De
tal manera que esperaron un receso de la pareja para no cortarles su fino y
vistoso trabajo. En resumen, una multa de 150 euros a la mujer por alterar el
orden público nocturno. Me duele en el alma que el ayuntamiento no haya
propuesto una condecoración al causante de tanto chillido, porque dar caña seis
horas no es cualquier cosa. Me imagino a las damas del inmueble, una vez
calmadas, decirle a su marido “Lo ves
pelacañas, eso es un tío, no como tú siempre roncando. Cochina envidia.
Nos situamos en New York, este caso es más comedido
porque, con su permiso, hablaré en primera persona. La misma situación anterior
pero sin gritos, el hotel en la calle 42 entre Station Central y el edificio de
la ONU. Mi mujer me pateaba las piernas porque en la habitación contigua no
cesaban los ruidos, murmullos, quejidos y golpes al cabezal en nuestra pared.
Le dije “duérmete que se están
polvoreando y no vaya a ser un tejano de esos de dos metros que hacen el amor
con sombrero”. Al final no tuve más remedio que llamar a recepción, pero mi
injurioso inglés provocó que a los diez minutos llamara a mi puerta un pedazo
de negro amenazador. No había forma de que entendiera la situación, tuve que
gesticular con ademanes groseros y movimientos eróticos, señalando la
habitación de al lado. Yo no sé si el pacificador de uniforme entendió que me
quería cepillar a la vecina de habitación o que me le estaba insinuando a él con
mis gestos eróticos. Levantó el dedo índice, bramó un Ok, y se largó con viento
fresco. Y encima tuve de oírme “No te
sabes explicar”.
Mi mujer se encontraba fuera, de viaje. Y un servidor,
con mi hija, mi hijo y su novia, nos
fuimos a Madrid. Por aquel entonces yo iba frecuentemente a Madrid, nos
alojamos en el hotel de siempre en la calle Comandante Zorita, cerca de Azca. Quise
marcarme un detalle y les invité a un fin de semana en “donde alfombran con claveles la Gran Vía”. Para abreviar, el segundo día me
comunicaron del hotel que se había producido un error y no tenía reserva para
aquel día. Nos enviaron a otro hotel en la plaza del Callao. Barrio de teatros
y follones varios. Imposible dormir, música y cante a toda pastilla. “Buenas noches, me puede decir que sucede
con tanto griterío”. “A si, perdón, mire es que estamos pared por pared con el
teatro y hoy actúa Manolo Escobar hasta las doce”. “Pues entonces llévense el
teatro a las afueras, no?” “Disculpe, ahora mismo llamo a ver si es posible
bajar el volumen.” Dormimos poco, pero el hartón de risa que nos pegamos fue de
manual. “Mi carro me lo robaron, estando de romería/Mi carro me lo robaron, de
noche cuando dormía”. Si señor,¡Con dos cojones!!
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