Me he estado un buen rato mirando
el teclado sin saber de qué escribir. Yo no soy una excepción, también estoy
embadurnado de toda la porquería que nos vierten constantemente en los
noticiarios y periódicos. Como diría un ultra español, el panorama se ha vuelto
dantesco. La nefasta Operación Diálogo, que no ha existido nunca, ahora se ha
transformado en Operación mentira, confabulación, enredo. Resulta que la
violencia está ascendiendo sensiblemente de tono en Cataluña, a pesar de no
haberla visto nadie por ninguna parte. Incluso el detestable periodista Inda,
colega de fechorías con Marhuenda, catalán de carambola y renegado, acaba de
declarar que ahora en Cataluña hay más violencia que en los tiempos más álgidos
de ETA. La proporción es inexistente: País vasco cerca de mil muertos, en
Cataluña cero. También es mala leche que, sin duda, muchos lo creerán. Lo único
que me encaja de todo esto es que forma parte de la última maniobra del
inoperante gobierno español con la intención de abonar el terreno para proceder
a una intervención o suspensión de la Generalitat de Catalunya. Este es el diálogo
y éstas sus armas; la mentira y el juego sucio. Y a todo esto la Comunidad
Europea bostezando y mirando hacia las auroras boreales en Laponia.
Con las manos paralizadas encima
del teclado pensando y sin éxito, me exigía un esfuerzo para alejarme de las
alcantarillas, huir de los ennegrecidos nubarrones que todo lo oscurecen y todo
lo enfangan. Y de repente, como una de aquellas jugarretas que te hace la
mente, no sé ni cómo, me ha venido a la cabeza una población holandesa que conocí
hace pocos años y, como yo, millones de visitantes. Su nombre es Volendam, en
la costa norte de Holanda y a pocos km de Ámsterdam. El pueblo tiene unos
veinte mil habitantes, la mayoría de religión católica. Antiguamente se hizo un
nombre a cuenta de su flota pesquera, hoy en plena recesión. El turismo se ha
impuesto y los quesos también.
Ese día, al llegar, busqué una
tienda de deporte para comprarme un abrigo para el cuello, hacía mucho viento y
muy frío. En cualquier lugar del país de los tulipanes te puedes entender en
holandés o inglés, criaturas incluidas. Los autóctonos de más edad los ves pasear
por los callejones o la fachada del mar ataviados con los vestidos típicos del
país y calzados con zuecos de madera coloreada, auténticamente vistosos. Abundan
las tiendas de zuecos y quesos de todo tipo. En Holanda, como todos los países
del norte, no hay manera de establecer ninguna comparación con nosotros, y de
España ya ni hablamos. Son gente culta, organizada, pulcra y civilizada, además
de bilingües o trilingües. La antítesis de aquí, donde los idiomas son ignorados
sino perseguidos, sin ningún tipo de rubor.
La parte antigua de Volendam se
compone de casitas bajas típicas de aquellos lugares, pintadas a todo color y
la sensación que te causan es, aparte de admiración, de confort y comodidad.
Los diminutos jardines y fachadas llenas de flores. Una curiosidad en la calle
principal de la zona marítima, son una hilera de unas veinte casas en las que,
en la parte posterior, la calle, todas tienen el comedor a la vista a través de
grandes ventanales. No me interesé por los motivos de aquella exposición de
intimidad familiar. Viene a ser como una competición para dejar claro qué
familia lo tiene mejor decorado. Hay todos los estilos, nórdicos, y con
mobiliarios muy adecuados. No se ve nunca a nadie de día, como no puede ser de otra
manera, de no ser así sería cómico y vergonzante tal vez. Eso sí, casas y calles
inmaculados.
No sé porque me han venido
estas visiones de un tiempo ya pasado, pero no olvidado. Tal vez por lo que
decíamos antes de la saturación de guerras fratricidas que tenemos aquí, de momento
orales. Pero es que llegan a hacerse odiosas de verdad. El mero hecho de ver a
los gobernantes que bregan por aquí abajo, a veces cogerías el portante y te irías
a un lugar como Volendam ... o Ámsterdam, o Rotterdam, o Utrecht. ¿Y porque no a
una Cataluña libre?
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