Procuro adelantarme al recorrido del sol para que no me sorprenda en la calle.
Aproximadamente desde las once de la mañana hasta las seis de la tarde es
peligroso querer enfrentarse al astro rey. Te jode vivo. Madrugo y salgo con la
bicicleta o ando un buen recorrido, la brisa del mar te acompaña y protege de
los malos espíritus. Hoy pedaleaba tranquilamente y sin prisa por el circuito
playero de bicicletas, patinadores, patinetes, patinetes eléctricos y demás
jungla sobre ruedas. No me salgo jamás de los límites del pequeño circuito, al
revés de los peatones que no paran de invadirlo y con aires de prepotencia. Hoy
he visto a unos veinte metros una familia charlando tan ricamente en medio del
carril, he procedido a avisar mi presencia mediante el toque del timbre. Me han
mirado y han seguido a lo suyo. Al llegar a su altura me he detenido, han
recogido sus trastos playeros, me han fundido con la mirada y al arrancar se ha
oído “párate idiota”. Cuál ha sido mi reacción? Ninguna, claro, en una mañana
se puede repetir hasta diez veces el episodio. Ello no exime que después
sentado en la montura te acuerdes de su dinastía. No hay cultura animalista ni
bicicletera, o mejor aún, no hay cultura. Demasiado borrego agresivo. Abundan
demasiado a estas alturas los que la palabra diálogo o contraste de pareceres
lo confunden con gruñido y puñetazo.
Tampoco
he ido al náutico hoy, rebosa de guapura, he buscado refugio en una pequeña
rambla con dos laterales rodados. Silencio atronador, magnánima sombra bajo un
gigantesco platanero de largas y pobladas ramas y una mesita a la justa medida
de las gafas de sol, el paquete de tabaco, un cenicero, la cartera y el
periódico. Este es un clásico del lugar; desayunos de tenedor y estilete,
arbequinas aliñadas y porrón superviviente de mil batallas. Ya no practico la
elitista liturgia mañanera del bacalao frito con ajos y nevado con pimentón,
las sardinas pescadas de madrugada, los dados de sepia al all i oli, o los
siempre suspirados pulpitos a la cazuela. El tiempo siempre se te avanza, de
manera que excepto un café con leche y una magdalena, cualquier bocadito me va
bien. El lunes se celebró en la catedral de Valencia una misa en recuerdo del
caudillo Franco por ser 18 de julio. No sé qué pensar ya, igual puede ser humo
de paja mojada o deseos añorados más fuertes que una roca. Ya saben, España no
solo es diferente, sino que es un carrusel de sorpresas, siempre
contradictorias.
Me
he regalado un estimulante paseo hasta el faro del puerto, las vistas son
impagables y la perspectiva del pueblo visto desde el mar es una novedad que te
sorprende. Durante el espacio en que he ido dando cuenta de un purito, la
bocana registra un tránsito inusitado de embarcaciones de todo tipo, entrantes
y salientes, visitantes a repostar combustible o los sempiternos pijos rayando
el mar con sus osadas piruetas a lomos de temibles motos náuticas. Me han
sugerido aquella bella expresión que dice tenía
los labios rotos de amar, y otros que se parten la cara haciendo el indio.
Por mucho que te empeñes no le vas a dar forma al agua. Me he detenido un
instante sin delatar mi presencia, una señora mayor de finos rasgos y dulces
gestos, sentada en la proa de la bocana a mar abierto y retando al sol, parecía
conversar con cálidos gestos y brillo en sus ojos con un perrito gracioso y juguetón. He pensado que quizá no
tendría otro contertulio más leal y sincero, acercaba su pequeño hocico a su
mano castigada por los otoños y sus afilados dedos le ofrecían galletas que
eran arrebatadas con pueril delicadeza. Quizá un día también se rompió los
labios amando, quien lo sabe. El viento batía sus cenizos cabellos turbando su
cálida mirada, absorto en la estampa me preguntaba si la vida habría tratado
con desvelo a aquella mujer o si por todo bagaje ya no le quedaba más que su
amigo de las galletas.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada