dissabte, 5 de juliol del 2014

CRÓNICAS EN TINTA AZUL

Sin ánimo de ir en contra de nadie ni de hacer el cenizo, estos últimos días el tiempo juega a favor mío. Algunos episodios de lluvia, brisa suave y cielo encapotado. A mí el calor me funde las ideas y me incapacita para casi todo. Como nunca he sido playero, jamás me he puesto panza arriba para asarme como un pimiento, paso los veranos encerrado en casa y con el aire acondicionado haciendo horas extras. Estoy de acuerdo en que no es sano ni recomendable, pero es que sin él es peor. Claro que entonces hace acto de presencia el factor humedad, ciertamente incómodo, pero, en fin, tampoco pasa nada por pasarte el día estornudando. Ayer, al final de la tarde, caía una fina lluvia y la gente apresuraba el paso y se cubría la cabeza con lo primero que tenía a mano. Otros con el torso desnudo hacían gala de su machismo folclórico.

Comienza a ser evidente la presencia de veraneantes y turistas. En el ancho paseo marítimo las riadas de gente se mueven como las olas, van y vienen, hablan, ríen, comen helados y fotografían lo que seguramente nunca miraran. Tengo por costumbre sentarme en una terraza cubierta del club náutico en donde instalo mi puesto de observación y hago algunas anotaciones para fortalecer y vitaminar mi decadente memoria. Aunque en algunos municipios ya han tomado cartas en el asunto, todavía son muchos los paseantes que visten de forma incorrecta por las zonas comerciales o lúdicas. Sobre todo hombres que con sus prominentes barrigas cerveceras y torsos peludos como un oso, circulan montados en unas horribles sandalias que más parecen grandes tochos con hebilla. En cuanto a las mujeres mi criterio es distinto porque qué puede haber más bello  que dos senos a sotavento, pero no por ello lo apruebo. Es ciertamente incómodo encontrarse en el mostrador de una farmacia adquiriendo tu ibuprofeno y que a tiro de codo tengas dos domingas marcándote el espacio. Y digo incómodo para uno, porque ellas están tan ricamente ausentes. Por no hablar de cuando estás en la cola del mercadona de  turno y la niña de delante lleva una especie de pantaloncito a lo barbye en donde lo que menos se ve es el pantalón. En las zonas urbanas, lejos de la arena, hay que vestir con un cierto decoro, más que nada por una cuestión de orden e higiene mental. No se trata de una acción represiva o  de doble moral, tan sencillo como guardar las formas en público y no convertir la calle en un muestrario de carne fresca.

Un fatídico suceso ha venido a interrumpir y empañar mis solazadas reflexiones. Y digo fatídico por lo que a mi mujer se refiere y a la familia en general. Pero no voy a hablar de ello por no extender la sensación de tragedia y dolor a los demás, quizá en otra ocasión. La cuestión es que el infortunio ha requerido mil quinientos kmts en dos días. Uno todavía se defiende al volante en circunstancias de fuerte presión y largas horas de tensión alquitranada. Pero que  quieren que les diga, estoy hecho papilla. Excepto las pestañas y la uña del meñique todo lo demás lo siento adolorido. Hacía dos años que no hacía un recorrido tan largo y entre otras cosas me ha servido para descubrir que hay zonas en determinados territorios en donde de diez de la noche a siete de la mañana no encuentras una gasolinera abierta. Y según como vayan las cosas esto puede llegar a ser una putada de enormes dimensiones y peores repercusiones. En pleno siglo XXI es posible no encontrar condimento para alimentar los caballos mecánicos durante la nocturnidad? Pues sí.


Me he dispuesto a escribir durante los próximos dos meses crónicas y circunstancias a la orilla del mar, las he titulado crónicas en tinta azul, por lo del mar, pero también podían haber sido: crónicas en calzón corto  o las mil y una ocurrencias de un voyeur montado en una ola.