Dejamos atrás la Toscana dulce y
subyugante para conocer su parte más urbana, quizá más conocida, hacia el
norte. Partiendo de San Gimignano la
carretera va descendiendo hasta el llano en un trazado sinuoso y de belleza
inigualable. Los colores verdes y ocres junto a los omnipresentes cipreses
dibujan un cuadro imposible de ignorar y mucho menos de olvidar. Lucca es nuestro próximo destino en el
que pararemos tres días. Orillamos la bella Florencia, visitada en otras
ocasiones. Lucca es una ciudad sorprendente, al entrar en el casco urbano
sientes como un desengaño, como algo imprevisto: edificios que más bien parecen
suburbios de cualquier ciudad. Pero pronto sales de tu asombro, la ciudad está
dentro de la fortaleza con un perímetro de 4’2 kmts. Tiene cuatro entradas y el
tráfico rodado está muy limitado. Su rasgo medieval te sobrecoge, sus grandes
plazas, callejuelas y mágicas esquinas te retraen a un pasado de guerras y
saqueos constantes. Pero también era mi objetivo secreto, mi esperada ilusión conocer
la casa natal de Giacomo Puccini era
más que un capricho, casi se había convertido en una obsesión para mí. En el
corazón de la ciudad, calle San Lorenzo frente a la plaza de la Citadella, la residencia
que acogió al maestro durante su infancia y primeros años de la juventud, contiene infinidad de objetos
personales, manuscritos, fotos y partituras con anotaciones de su puño. El
piano con el que compuso su inconclusa Turandot
preside una estancia de oscuros tapices y recuerdos familiares. Me dejé
envolver por el aura de aquellos espacios salpicados por su inmortal música sin
poder evitar un nudo en mi garganta. Por fin el creador de mis mejores sueños
estaba frente a mí en otro sueño hecho realidad.
Lucca vive del turismo y sobre todo de Puccini, toda Lucca es un concierto
permanente. La Piazza Napoleone ejerce de centro natural de la villa, al igual
que la curiosa plaza del Anfiteatro cuya forma es totalmente elíptica. La
muralla que circunda la ciudad tiene un perímetro de 4’2 kmts y una anchura de
unos cincuenta metros, hoy dedicada al solaz y deporte y con una importante
colonia de árboles de todo tipo. A escasos kmts. de Lucca, en la costa norte de
La Toscana, se encuentra Viareggio,
ciudad marítima abocada en pleno mar Tirreno.
Tiene uno de los mejores paisajes costeros del mundo a lo largo de su
interminable paseo marítimo. Su playa, porque solo hay una pero kilométrica,
está fragmentada en docenas de establecimientos de unos cincuenta metros de
fachada que ofrecen servicios de baño de todo tipo, incluidas piscinas. Me
quedó la duda de si en este tramo la playa está algo así como privatizada. No
lejos de ahí el municipio de Torre del Lago anexo a Vilareggio, se celebra
anualmente el Festival Puccini de ópera. El compositor tuvo residencia en esa
localidad y dió luz a sus más famosas óperas. El 21 de diciembre de 1938 el
nombre de la población pasó a ser Torre
del Lago Puccini en honor a su ilustre conciudadano.
Antes de abandonar definitivamente La Toscana rendimos visita a Pisa. La conocía de anteriores visitas,
pero en ninguna de ellas pude estar a los pies de la Torre. Esta vez sí,
apreciando en primera fila la grandiosidad del monumento atestado de turistas
alzando las manos en busca de la preciada foto sosteniendo la estructura. Al
día siguiente salimos hacia Milán. Pero esto ya es otra historia. Cierro esta
breve crónica imaginando que la brisa de la bella Toscana y el sonido de las
teclas en el piano de Puccini se unen para bajar el telón. Aunque esto es
imposible porque la belleza y la sensibilidad son inmortales.
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